Desde hace casi treinta años, la investigadora, astrónoma y docente María Silvina de Biasi ve llegar oficios judiciales a su escritorio y abandona lo que está haciendo para cumplir con las mediciones. Es un trabajo a ciegas, como el de la Justicia: expide los datos sin ver a los protagonistas y nunca tiene una devolución. No sabe quiénes están implicados, ni los detalles de los hechos, ni jamás ha recibido información sobre si sus datos sirven o no, pero María Silvina se empeña en cumplir. “Me siento en la obligación de devolverle a la sociedad todo el conocimiento que me ha aportado mi formación en una universidad nacional”, revela.
Todos los tipos de astrología, a lo largo de los siglos, han defendido a capa y espada que la posición de los cuerpos en el espacio define caracteres acá, en la Tierra. Carácter, según el viejo proverbio griego, es también destino. En el momento en que María Silvina de Biasi pasaba los últimos meses en la panza de su mamá, el orden celeste se corrompía. Un cuerpo extraño, humano –soviético, en particular–, llegaba al espacio exterior por primera vez: Yuri Gagarin se convertía en el primer hombre en salir de nuestro planeta. “Algo de eso me llegó”, cuenta María Silvina, la astrónoma nacida bajo el signo de Gagarin que se encarga de ayudar al Poder Judicial a resolver delitos con sus cálculos siderales.
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El encandilamiento de un conductor en la ruta, cuánto ve quien dispara en la noche o hacia dónde se proyecta la sombra de un árbol, son todos datos medibles y de cuya exactitud depende que no se “culpe a un inocente o que no se libere a un culpable”, expone De Biasi.
Cuando todo el mundo quería ser astronauta
El papá de María Silvina había acomodado la televisión en el cuarto. Seguramente pasó un rato moviendo las antenas hasta poder sintonizar algo. En casi todos los hogares del país la escena se replicaba con mayores o menores diferencias. Todo el mundo, ese 20 de julio de 1969, se preparaba para ver a Armstrong y Aldrin dejar sus huellas en la Luna. Eran los años de la carrera espacial, de la conquista del cielo a fuerza de trajes y cohetes, de la explosión en el plano cinematográfico de las aventuras siderales y de los arribos extraterrestres, en suma, los años en que todos los nenes y nenas querían ser astronautas.
Era tanta la emoción y el estrés que María Silvina había acumulado para ese día bisagra en la historia de la humanidad, que no pudo ver la llegada del Apolo 11 a la Luna. Se quedó dormida. Su familia sabía que el día siguiente arrancaría con protestas: conocían la fascinación de María Silvina por el espacio, sus noches pegada a la ventana viendo las estrellas, su manía de caminar con los ojos en el cielo.
“Desde chiquita siempre tuve ese interés. Miraba por la ventana de mi cuarto las estrellas. Mi mamá me había mostrado las Tres Marías y yo, que soy María Silvina, sabía que, de las tres, la del medio era la mía. En las noches de verano, en Monte Hermoso, íbamos caminando por la playa. Yo era la que siempre andaba mirando para arriba, sin saber mucho, pero siempre miraba”, relata la astrónoma.
Criada en medio de ese zeitgest cósmico, el sueño de ser astronauta de María Silvina chocaba con la suerte de no haber nacido en alguno de los dos puertos espaciales de aquel momento: había que ser rusa –la URSS contaba en ese momento con astronautas mujeres– o haber nacido estadounidense y varón, para cumplir la fantasía de viajar al espacio.
“Yo quería ser astronauta, pero la cosa estaba difícil. Un día, en el secundario, hojeando un libro de física de mi papá, vi una postal que tenía la foto de un cometa en el cielo. En el epígrafe decía que la imagen había sido tomada en la Escuela Superior de Astronomía y Ciencias Conexas de la Universidad Nacional de La Plata y dije: voy a estudiar astronomía y voy a ser astrónoma”, rememora la investigadora.
Corría el año 78 cuando María Silvina terminó el secundario. Eran tiempos aciagos para la juventud universitaria. La idea de que la joven recién salida del colegio viajara a La Plata para estudiar una carrera vinculada a las estrellas no era vista con demasiada confianza por sus padres. Así que, un poco por mandato familiar, comenzó a cursar Física en Buenos Aires.
Ese romance forzado no duró mucho: “A mí lo que me gustaba era la astronomía. Así que una noche hice un poco de lío y al otro día mi papá me trajo el teléfono de una vecina de un compañero de oficina que estudiaba la carrera en La Plata. La llamé a la mañana, la fui a ver a la tarde y al otro día ya estaba acá, a donde estoy hoy, preguntando cómo hacer el ingreso”.
Astronomía forense: una disciplina made in Argentina, funadada por María
Poco antes de recibirse, María Silvina entró al Departamento de Astrometría de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) como miembro de la Carrera de Personal de Apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Su trabajo era reducir las observaciones del tubo cenital instalado en Punta Indio. Este instrumento, entre otras cosas, permite calcular de manera exacta las horas de salida y puesta del Sol y la Luna. En principio, la labor se reducía a pasarle esos datos todos los días al diario local.
Su primer caso
Llevaba un mes en el departamento cuando su jefe le pasó una hoja y le dijo “tomá, resolvelo”. Era un oficio del Poder Judicial. La investigadora no se acuerda de qué iba el delito. Sí le quedó grabado el haber hecho más de diez veces el cálculo hasta sentirse tranquila. “Lo revisé de arriba abajo y de abajo a arriba. Todavía lo sigo haciendo así. A ver si todavía se culpa a un inocente o si se libera a un culpable”, puntualiza.
Durante la década del ochenta el pedido más recurrente era por accidentes de auto durante los meses del verano. Se solicitaban horas de puesta y salida de Sol para ver cuánto había incidido la luz en los choques. Con la obligatoriedad de las luces bajas en las rutas, el flujo de esa demanda cayó.
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“El Sol me encandiló”, como alegato de defensa en un accidente automovilístico puede ponerse a prueba, según explica la experta. Las mediciones del tubo cenital y la comprobación de las condiciones climáticas en el horizonte son algunos de los elementos que pueden inclinar la balanza en favor o en contra del argumento. También las pericias en el lugar. Aunque María Silvina revela que nunca le pidieron hacer una. Tampoco recibe devoluciones acerca de su trabajo. Entrega datos a ciegas, maquinalmente, impermeable a cualquier noticia acerca de su uso.
Sólo una vez el teléfono sonó después de haber expedido un informe. Del otro lado de la línea estaba el doctor Ernesto Domenech, también docente de la UNLP. Domenech, en su rol de juez, había mandado un oficio y la astrónoma, como siempre, había medido, detallado y enviado los datos. Hasta ahí lo habitual. Pero poco después el juez llamó para evacuar alguna duda más. “Me llamó, lo resolví y como a él le gustó la manera en que se lo expliqué, meses después pensó en mí para un curso de criminalística que se iba a dar en la Escuela de Altos Estudios de la Corte Suprema de la provincia”, recuerda De Biasi.
Era, por fin, el momento de salir a la luz. De abandonar el anonimato desde donde respondía de forma casi mecánica para explicar a los hombres de leyes cómo la cartografía espacial podía ayudar a resolver crímenes. Por supuesto, había que ponerle nombre a ese ejercicio desconocido pero fundamental. Lo que se le ocurrió a María Silvina le pareció, en un primer momento, demasiado pretencioso. Pero el apelativo cayó bien entre los organizadores y así quedó: De Biasi se convertía en la fundadora de la Astronomía Forense.
La astrónoma cuenta que para hacer lo que hace no se necesita una especialización, ni un desempeño sobresaliente durante la carrera. Cualquiera con una formación de grado en Física, Geofísica o Astronomía puede hacer las mediciones. Sencillamente, en este caso, le tocó a ella. A la falta de feed-back con respecto al derrotero de los casos que llegan, se suma también la desconexión con quienes hacen su mismo trabajo en otros territorios. “Sé que además de a mí, le llegan oficios al Observatorio Naval de Buenos Aires. Pero desconozco si sucede lo mismo en el de Córdoba o en el de San Juan”, confiesa.
Los oficios arriban con la parquedad del registro jurídico: encabezados sobrios, con datos fragmentarios e inconexos, duros y sin nombres. La astrónoma mide y devuelve un producto igual de lacónico, desembarazado de cualquier esquirla retórica capaz de aderezar esa jerga judicial. Fechas, horas, minutos y puntos cardinales se suceden e intercalan con descripciones austeras y definiciones concisas para los no iniciados.
La labor es quizás monótona y no corresponda del todo a la promesa detectivesca que se cifra en el nombre de la disciplina. Pero alguien tiene que cumplirla y el resultado tiene que ser preciso y eficiente. En eso, María Silvina es metódica y rigurosa. “Llega un oficio y dejo todos mis temas de extensión o investigación y hago eso primero. Es mi deber”, asegura.
De la fantasía espacial de la infancia, nutrida por el boom de la ciencia ficción, María Silvina encontró un sucedáneo secular y mundano. Complementa sus actividades en el Programa Nacional de Ciencia y Justicia con la docencia en la UNLP e investigaciones dentro de la rama de la astrometría. “Me he formado en una universidad nacional y siento como un deber interno devolver a la sociedad, a través de la justicia, el aporte que ha hecho en mi formación”, concluye.