Es estadounidense, viajó al país por admiración a un corsario argentino liberador de tierras y terminó filmando una película

Michael Taylor Jackson soñó con viajar a la Argentina para revivir la historia del corsario que liberó su pueblo y desde entonces no pudo dejar Argentina. La curiosidad sobre la figura de Hipólito Bouchard lo conectó con el país, donde filmó una película que ahora se proyectará en España y en Italia.

20 de noviembre, 2024 | 00.05

Casi por mandato del destino, Michael Taylor Jackson tiene un nombre para convertirse en celebridad. Pero este estadoundense no trasciende solo por lo que dice su documento: su historia tiene todos los condimentos para ser parte -al menos- del capítulo de una novela. Nació en Monterey, viajó de mochilero a la Argentina -motivado porque era la tierra de donde provenía el corsario que liberó su pueblo- y se enamoró de Buenos Aires. No obstante, luego volvió a EE.UU. para estudiar cine y regresó en la pandemia para filmar Bajo Naranja, una película rupturista que habla de piratas, de poliamor, del Plan Cóndor, de la posverdad y plantea un manifiesto que apela a despertar conciencias.

“Cuando mi madre estaba embarazada, les propuso a los alumnos de su clase que eligieran un nombre para mí y muchos respondieron que sea Michael; muy común en Estados Unidos. A su vez, utilizó todos los que les mencionaron en el aula, se los pasó a mi padre, quien los escribió en un papel y le colocó un péndulo arriba: el aparato siempre indicó Michael. Y ellos concluyeron en que elegí mi identidad antes de nacer”, le explicó Jackson a El Destape, en un castellano perfecto, la historia de lo que muchos creen que se trata de su álter ego. Y agregó: “De todas maneras es una combinación muy común, sería como un José González de Argentina. En Estados Unidos no se utiliza el doble apellido, pero yo quise recordar a mi abuelo Taylor, por un lado. Y por el otro, era la única forma de que me registraran, porque si me presento como Michael Jackson parece una broma (se ríe)”.

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Una de piratas...

Unos años más tarde llegó su atracción por los piratas. “Me gustan porque son como anarquistas, no pertenecen a ninguna nación, aventureros, son como rockeros, entiendo que eran como más abiertos a la diversidad y odian mucho a los bancos”, justifica su predilección por los hombres de parches en el ojo.

Consecuentemente, quedó impactado con la figura de Hipólito Bouchard, quien liberó a su pueblo en 1818 por seis días. No en vano, quien luchara por las batallas independistas al servicio de José de San Martín tiene su presencia en el Museo de Historia de California. De hecho, aparece su foto con una inscripción que dice: “Revolución en el Imperio español. Deseo ahora la rendición de vuestra ciudad con todos los muebles y demás pertenencias del Rey. Si no lo haceis, la ciudad quedará reducida a cenizas y los demás pueblos de los alrededores. Hipólito Bouchard, exigencia de rendición en Monterrey. Noviembre 23, 1818”.

“A los 16 años, en una clase de la escuela nos llevaron al Museo y mientras caminaba por ahí nos empezaron a contar su historia. Vi monedas, reliquias, las gorritas con plumas de los marineros de entonces. Y yo me acordé que había leído que un pirata argentino había liberado a Monterrey de los españoles”, recordó Michael. De hecho, en la galería que está ubicada cercana a la costa, hay una bandera argentina en recuerdo a quien también combatiera en el ejército de Napoleón Bonaparte.

¿Quién fue Hipólito Bouchard?

En rigor, Hipólito Bouchard nació el 15 de enero de 1780 cerca de Saint-Tropez, Francia. Fue un militar que combatió en las filas del ejército de Napoleón Bonaparte. De hecho, tras luchar en varias campañas en El Cairo, Egipto, se fue a Haití, bajo las órdenes de Charles-Victor-Emmanuel Leclerc y Louis-René Levassor de Latouche. En 1809, llegó a Buenos Aires en un barco de su país, solo unos meses antes del comienzo de la Revolución de Mayo. Consecuentemente, luchó por la causa de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del Perú y  por ello recibió la nacionalidad argentina. Asimismo, invadió Hawai, Ecuador y Monterrey.

En la por entonces capital de California, que aún estaba en manos de la corona española, llegó con dos fragatas: Santa Rosa y La Argentina. Hubo una primera incursión en tierras ahora estadounidenses fallida. Mientras que en la segunda los argentinos tomaron la ciudad durante seis días, en los que se apropiaron del ganado, liberaron a los esclavos, quemaron el fuerte, el cuartel de los artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles junto a sus huertas y jardines. Durante ese lapso, la bandera argentina ondeó en el pueblo donde nació Michael Taylor Jackson.

Si bien ambos términos son utilizados como sinónimos, pirata y corsario no significan lo mismo. El primero no tiene bandera, no responde a autoridad alguna, ni representa naciones, mientras que el segundo sigue normas claramente establecidas. Quien también formara parte del Regimiento de Granaderos a Caballo de José de San Martín, fue un corsario. Sin embargo, hasta hace unas décadas en California era considerado un pirata.

Recién en 1988, un juez norteamericano declaró por sentencia que la acción de Bouchard no había sido pirata, si no que había respondido a los intereses de un país libre que estaba en guerra con España.

Argentina, un amor a primera vista

Michael terminó su primera etapa universitaria en EE.UU., donde para completar una carrera hay que realizar un doctorado. Entonces, durante ese lapso, decidió viajar a las tierras de donde provenía Bouchard. “Yo terminé la facultad y vine a la Argentina como mochilero: me quedé fascinado por la sociedad de Buenos Aires. Viajé hasta el Norte, conocí Córdoba y varios lugares más, aunque no pude ir al Sur. Estudié arte en UNA, trabajé como hippie en la feria de San Telmo, hacía dibujos sobre lugares destacados de la historia: La Casa Mínima, la de Carlos Castagnino, imágenes del barrio de La Boca”, contó el director de Bajo Naranja.

Y continuó: “Después me volví a Nueva York y estudié cine con una argentina: Julia Solomonoff (Hermanas, 2005; El último verano de la boyita, 2009; Nadie nos mira, 2016). En 2020, volví porque como me había gustado tanto el país que decidí filmar mi primera película acá y me entregué al misterio, a la musa porteña. De hecho, sigo viviendo en San Telmo y no tengo pensado irme”.

Tanto desde sus tierras de origen, como en su primer viaje, hasta quedarse en 2020, Michael vivió un amor con Argentina que no paró de crecer. Más aún, su idilio no se limita a cuestiones relacionadas con su belleza natural, su arquitectura o el modo de su gente para vincularse, mucho más afable que en Estados Unidos: también aprecia a nuestro país por cuestiones políticas.

“De Argentina valoro la lucha por la justicia social, la militancia, los hospitales y la educación pública, los subsidios para el transporte, su gente muy cálida, muy generosa y creativa. Su presidente (Javier Milei) parece que quiere un país más como el mío, a mi no me gusta el endeudamiento”, opina Michael.

Y agrega: “Estados Unidos es mucho más rígido, es más organizado en algunos aspectos, pero es mucho más competitivo: todos contra todos. Capitalismo y endeudamiento a full: no en vano los bancos funcionan tan bien. Por eso te ofrecen tanta plata en préstamos, pero vivís endeudado hasta morirte. El yanqui promedio tiene una deuda de USS 100 000 en Educación, por ejemplo. Nosotros éramos una familia de clase trabajadora y recuerdo que mi abuelo jamás usaba la tarjeta de crédito y bueno, los piratas tampoco, ellos encierran la plata y el oro en la tierra (se ríe)”, explica. 

Me siento muy integrado en Argentina, ya puteo y todo en su idioma, así que creo que me voy a quedar por muchos años. Mis amigos son argentinos, casi que no tengo amigos yanquis”, concluye.

Bajo naranja y delgada línea entre la ficción y la realidad

Michael Taylor Jackson comenzó a filmar su película en plena pandemia. En consecuencia, entre otras complicaciones, le costó mucho encontrar a su protagonista que debía ser un estadounidense que hablara correctamente en castellano. De hecho, la mayoría de sus compatriotas se volvieron a su país por el Covid. Por lo tanto, sin ser actor, decidió tomar él mismo el rol y en ese punto, ya se pusieron difusos los planos entre la realidad y la ficción: un yanqui viaja a la Argentina para conocer la tumba de Hipólito Bouchard y rendirle honores, primera coincidencia.

En rigor, la única diferencia con el film es que el oriundo de Monterrey nunca encontró el lugar donde descansan los restos de su amado corsario. De hecho, publicó un video en la cuenta de Instagram de la película donde muestra las peripecias para encontrar su tumba en el Cementerio de la Chacarita, que es adonde lo alojaron, tras ser repatriado en la década del 60 (siglo XX) de Petú, donde había muerto más de 100 años antes.

A partir de esa búsqueda, hay otra peculiar similitud: en el guion de la película, al protagonista le roban su dinero, el pasaporte y su celular. En la vida real, un jardinero de la necrópolis le dejó un mensaje en el contestador asegurándole que él sabía donde descansaban los restos del corsario originario de Francia y que luego le enviaría una fotografía de la tumba. Pero nunca ocurrió: el director de Bajo Naranja extravío su teléfono en los días sucesivos y nunca logró saber quién era el empleado de Chacarita, ni tampoco pudo ver la imagen de la sepultura de Bouchard.

Asimismo, la trama del film cuenta la historia de un grupo de teatro que plantea un manifiesto que apela a despertar conciencia en estos tiempos de tanta posverdad. Parte del concepto de ese manifiesto está desplegado por sendas paredes de las calles Buenos Aires y no es ficción. “Tapan la verdad con noticias virales”; “Dónde está la embajada de Estados Unidos”; “Dolor blu”, son algunas de las frases que pueden leerse en los muros de algunos barrios porteños.

“El manifiesto habla mucho de nuestra dificultad en percibir qué es real y que no. En un punto también es como que las redes sociales son nuestra nueva Incosciencia Colectiva, como un reflejo de lo que queremos ser y no somos: los filtros de belleza que usamos, los recortes, mostramos cosas que no nos representan. Tanto nuestros perfiles, como la información que consumimos, están muy condicionados a la polarización de lo real. Una persona que tiene muchos seguidores puede generar verdad. Y lo peor es que no hay controles en qué es cierto y lo que no”.

Y en ese aspecto, el mismo director jugó al filo con la realidad y la ficción en la que está inspirada su película: vendió copias en DVD en la misma puerta del cine Gaumont, en la semana que se proyectó Bajo Naranja. De hecho, Michael se calzó una máscara, se sentó en el piso, donde colocó una manta y varios ejemplares piratas del film para vender.

A conquistar las Indias con Kevin Johansen como embajador

La película, que se estrenó en octubre en Argentina, ahora se proyectará en España y en Italia. Asimismo, va a participar del multitudinario Festival Internacional de Cine de Kerala, en India. Su elenco está conformado por Michael Taylor Jackson, Sofía Gala Castiglione, Vera Spinetta, Gianluca Zonzini, Bel Gatti y, entre otros, el cantante Kevin Johansen, en el papel del embajador de EE.UU. en Argentina.

Mi primer embajador yanqui era Viggo Mortensen, pero él estaba filmando su segunda peli como director y no pudo. Entonces, convoqué a Kevin porque teníamos mucho en común, el no solo vivió en Alaska, también estudió en New York como yo, con su primera banda, Instrucción Cívica, publicó un disco debut que tenía que ver con la dictadura: Obediencia Debida. Además, su inglés es perfecto”, concluyó Michael.