Crecer con el miedo de llegar a los 18 años sin ser adoptados: historias de infancias interrumpidas

Al cumplir la mayoría de edad, si no pudieron ser adoptados o volver con sus familias de origen, deben dejar las instituciones. Los espacios de cuidado alternativo los contienen y buscan garantizar un futuro digno.

22 de noviembre, 2024 | 00.05

Abril cumplió 18 años y esa mayoría de edad, que para cualquier otra chica o chico suele ser un motivo de alegría, para ella fue la confirmación de que ya no podría ser adoptada, porque así lo establece la ley, y el miedo a tener que dejar el hogar donde estaba viviendo. Al igual que muchos otros jóvenes, Abril transitó por el sistema de protección sin poder conseguir una familia. Luego de pasar por un hogar convivencial de La Plata, a los 17 años llegó al hogar María Luisa, de Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. Ese mismo día se reencontró con su hermano, a quien no había visto personalmente desde que fueron institucionalizados. “Ella no quería hablar de que cumpliría los 18”, recuerda Ana Karina Alvarez, directora del hogar. 

No poder ser adoptados, encontrar cuidados y sostén en un hogar, escaparse y crecer en la calle. Una muestra fotográfica visibiliza qué pasa con las chicas y los chicos sin cuidados parentales que crecen institucionalizados. 

Cuando una niña, niño o adolescente no posee una familia o si la tiene pero, en lugar de darle protección, atenta contra su integridad, el Estado debe ponerla a resguardo en hogares convivenciales, familias de tránsito, referentes afectivos o su familia ampliada. Es decir, darle un lugar de cuidado alternativo para resguardarla de esa vulneración de derechos y atender sus necesidades. 

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En la Argentina, la última cifra oficial conocida sobre infancias en instituciones se remonta a 2020. Según esos datos, 9.754 chicas y chicos sin cuidados parentales (incluidos los que ya cumplieron 18 años) viven alojados en 819 dispositivos de gestión pública, privada o mixta, de los cuales la mitad se encuentran en la provincia y la ciudad de Buenos Aires. De esos casos, 2.199, es decir, el 24%, tenían la adoptabilidad decretada.

Los cuidados alternativos que reciben son muy desiguales, con dispositivos que funcionan muy bien y otros que fallan en la protección de sus derechos. A la vez, hay muchas diferencias en los procesos y los tiempos judiciales. Esta realidad compleja es lo que busca visibilizar la muestra fotográfica RED – Infancia Interrumpida, a través de trece historias como la de Abril, relatadas en dieciséis fotografías de niñas, niños y adolescentes que están o estuvieron institucionalizados. Son retratos de la artista Nora Lezano, bajo la dirección de Patricia Carrascal y la producción general de Rocío Irala y Hernández, con el apoyo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.

Cada una de estas imágenes, que se podrán ver desde el 23 de noviembre en el Centro Cultural Recoleta, invita a reflexionar sobre las problemáticas del sistema de protección. Entre otros relatos, así como la foto de Abril plantea qué pasa cuando se llega a la mayoría de edad en un hogar, la de Ángelo busca visibilizar cómo el buen acompañamiento salvó su vida; la de D. expresa que no todos los chicos institucionalizados están en adopción y que para eso existe un proceso; la de Flor se pregunta qué ocurre cuando todo el sistema falla; y las imágenes de Cata y Aldi hablan del poder de una familia adoptiva para sanar heridas.

Porque detrás de los expedientes, de esos números que acompañan a las carpetas colmadas de términos legales, hay niñas, niños y adolescentes de carne y hueso, con nombres propios, historias y deseos profundos.

Abril

“Cuando abrimos la puerta nos encontramos con una adolescente agarrada a una bolsa. Venía acompañada por una persona que aclaraba que no la conocía”, describe la directora Álvarez. En ese escenario, volver a ver a su hermano fue clave.  

Pero a los cuatro meses de haber llegado al hogar María Luisa, Abril cumplió años y su edad marcó el fin de la posibilidad de buscar una familia que la adopte. “Gracias a que se abrió la casa de preegreso, ella tuvo la oportunidad de quedarse más allá de los 18”, cuenta Álvarez.

Así fue como pasó al programa de preegreso de esa institución, que comenzó a funcionar hace algunos meses y es uno de los pocos que cuenta con acompañamiento y alojamiento para chicas y chicos de entre 17 y 21 años. En ese espacio, Abril comprarte cuarto con una compañera y convive con otras cuatro chicas. Si bien al principio le daba miedo pasar a ese sector, poco a poco fue adquiriendo autonomía. Está terminando el secundario, hace tareas domésticas como lavar su ropa, hacerse la cama y cocinar, y recibe un apoyo económico. 

La directora del hogar explica que “a partir de los 16 años es más difícil que egresen por adopción. Por eso se empieza a trabajar mucho más la relación sana con el afuera, a construir espacios sociales de contención, las rutinas de una casa, el manejo del tiempo, y se hace foco en los proyectos personales de vida”.

Justamente, en la vida de Abril algo muy importante fue reencontrarse con su hermano. “Valoramos mucho como ellos pudieron rearmar ese vínculo, conviviendo en un lugar tranquilo. Van a la plaza, ella le presta su bicicleta, salen a pasear. Tienen una vida de hermanos”, destaca Alvarez. 

¿Qué pasa cuando, como sucedió en este caso, chicas y chicos que están en un hogar llegan a los 18? Al cumplir la mayoría de edad, si no pudieron ser adoptados o volver con sus familias de origen, deben dejar las instituciones. Pero desde 2017 la ley Programa de Acompañamiento para el Egreso de jóvenes sin cuidados parentales (PAE) los asiste en la transición a su vida adulta. Según datos de la asociación civil Doncel –una de las promotoras de la norma–, 3.600 adolescentes y jóvenes de las 24 jurisdicciones de la Argentina cuentan con ese apoyo económico. Abril es una de ellas.  “En la municipalidad de San Martín –aporta Álvarez– hay un equipo PAE y se trabaja interdisciplinarmente”. 

Ángelo 

Tenía 8 años cuando fue apartado de su familia de origen y llegó, junto a sus hermanos, al Hogar Soles en el Camino, de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy Ángelo tiene 23 años y está seguro de que ese cambio le “salvó la vida” y le permitió “reconstruirse”. 
Si bien recuerda que durante los dos primeros años le costó incorporarse, con la contención y el amor de la gente que trabajaba allí, descubrió la música y conoció a una psicopedagoga que lo ayudó a salir adelante.  

Los espacios de cuidado alternativo no solo son un lugar de alojamiento, donde los niños reciben alimento y vestimenta, sino que son ámbitos (o deberían serlo) donde se trabaja la restitución de derechos, la escucha diaria y la contención, y se busca garantizar un futuro digno a las infancias que por algún motivo están dentro de sistema de protección. 

Ángelo vivió en Soles en el Camino hasta los 12 años, cuando, luego de que fuera declarada su adoptabilidad, aceptó buscar una familia. Si bien él no quería irse del hogar, sabía que para su hermano más chico era importante ser adoptado y quiso acompañarlo en ese deseo. 

No le fue fácil adaptarse a la nueva familia, el hogar se había transformado en su lugar seguro. Desde hace tres años, Ángelo vive solo, pero cada vez que puede vuelve a Soles en el Camino como voluntario, para retribuir algo de todo lo bueno que le dieron. 

“Quería mostrar la importancia de la capacitación del personal de los hogares y de crear un ambiente de lugar seguro. Y, sobre todo, donde puedan escucharlos y respetar sus tiempos”, detalla la productora audiovisual Patricia Carrascal, que tuvo la difícil tarea de seleccionar las historias que conforman la muestra fotográfica. 

D.

Como a tantas chicas y chicos de la Argentina, a D. –la inicial busca resguardar su identidad– le encanta jugar a la pelota. Ingresó hace poco al hogar donde vive y viene de atravesar diferentes vulneraciones. Junto a sus padres, estaba en situación de calle, y como ellos están atravesando consumos problemáticos, D. terminó con una medida de protección y fue enviado a un espacio de cuidado alternativo.

Ahora, con solo 5 años, debe esperar definiciones trascendentes para su vida: si se logra revertir la causa que originó la vulneración de sus derechos, volverá con su familia de origen o ampliada (lo que ocurre la mayoría de las veces); pero si eso no es posible, se le buscará una nueva familia por medio de la adopción. 

“Hay como una especie de sentido común de que todos los chicos que viven en un hogar convivencial o en instituciones están en adopción, por eso queríamos mostrar diferentes historias”, detalla Patricia. 

Ocurre que no todos los niños, niñas y adolescentes que viven en hogares pueden ser adoptados. Para que eso suceda, antes tienen que tener declarada la adoptabilidad. Según la ley, el plazo de las medidas excepcionales no debería superar los 180 días. En ese tiempo, se debería definir la situación. ¿Pero qué sucede en la práctica? Para una gran cantidad de niñas y niños esa espera es mucha más larga.

Cata y Aldi 

El día en que, hace dos años, Cata y Aldi conocieron a Vanesa y a Gastón, quienes serían sus padres adoptivos, sus vidas dieron un giro completo. Cuando finalmente obtuvieron la guarda y con el paso de los días, para la pareja se fue haciendo evidente que las niñas no habían recibido la atención y los cuidados adecuados.

Habían estado en un hogar durante un año y medio. Sin embargo, en ese tiempo no hubo un seguimiento de sus procesos educativos y tampoco tuvieron los tratamientos que necesitaban, lo que hizo que perdieran un tiempo precioso. Para su mamá, esta fue la parte más difícil, porque se fue encontrando con situaciones inesperadas. Con mucho acompañamiento y cuidado amoroso, pudieron salir adelante y hoy las chicas, de 7 y 13 años, están muy bien.

“Todos los lugares de cuidados alternativos deberían cumplir la función de reparar una vulneración de derechos, dar respuesta a las necesidades no solo materiales y de cuidado personal, sino también las afectivas”, sostiene la productora audiovisual. 

Por eso, destaca el valor de hacer esta muestra fotográfica. “Fue un aprendizaje –explica Patricia–, un constante replanteo sobre qué historias reflejar y cómo, ya que las vivencias experimentadas por cada uno en estos espacios son heterogéneas y muy desiguales: la institución que les haya tocado y el personal que los acompaña definen su experiencia y, muchas veces, su futuro”.

Flor 

¿Y qué pasa cuando lo que falla es todo el sistema? Flor Álvarez tiene 20 años y desde los 3 vivió en hogares con sus hermanos, y si bien salió en adopción, no funcionó. No logró un buen vínculo y volvió al hogar, del que se escapó muchas veces hasta que no regresó más. 

A partir de ese momento, Flor pasó a vivir en situación de calle. Hasta hace poco más de un año, pasaba sus días en un auto abandonado y cantaba en la Línea A del subterráneo de Buenos Aires. 

Se hizo famosa cuando se viralizó un video suyo cantando “El amor de mi vida” en el subte. En tan solo un año, hizo un tema con Fer Vázquez (vocalista de Rombai), otro con Rusherking; cantó con Márama y con BM, entre otros artistas consagrados. Hoy cuenta con 3,5 millones de seguidores en Tik-Tok y 1,9 en Instagram, hizo sus propios shows y tiene muchos otros agendados. 

Los fracasos en los procesos de vinculación –cuando las chicas y chicos y la posible familia adoptiva empiezan a conocerse– y durante la guarda –ya en la convivencia– son más frecuentes de lo que se cree y traen muchas consecuencias. Los especialistas coinciden en que es una cuestión multicausal pero prevenible, y que el foco debe estar en evitar el padecimiento de esas niñas y niños, que empiezan a pasar de hogar en hogar. Por eso, además del derecho a crecer en familia, también es fundamental garantizarles el derecho a ser oídos, a que sus voces sean escuchadas.

En este sentido, Carrascal cuenta que, en muchas de las historias que abordaron, nunca nadie les había explicado a los chicos por qué estaban ahí, sabían poco de su situación y estaban viviendo “en una suerte de limbo”. “Tienen derecho a saber por qué están en ese lugar, por qué no volvieron a ver a sus familias, dónde van a ir, qué les va a pasar”, plantea la productora audiovisual, que también realizó la película sobre adopción El día que nos conocimos.

Red – Infancia Interrumpida visibiliza estos parches y fallas, los tejidos y remiendos que persisten en el sistema de protección argentino, pero también cómo, gracias al esfuerzo de muchas instituciones y personas, estos niños y niñas pudieron salir adelante. “Hay gente que deja el alma e innumerables redes que son las que muchas veces salvan el sistema y ayudan a estos niños a recuperar sus derechos”, concluye Patricia.
Por Evangelina Bucari – Créditos Fotos: @norlezano
Dónde visitar la muestra

Muestra RED – Infancia interrumpida estará abierta al público desde el 23 de noviembre en la Sala 13 (primer piso) del Centro Cultural Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires (Junín 1930). Horarios: martes a viernes, de 13:30 a 22; sábados, domingos y feriados, de 11:15 a 22. El 28 de noviembre habrá una jornada abierta, de 14 a 18 horas, en el Espacio Microcine del Centro Cultural Recoleta, con un panel sobre “Institucionalización vs lugares de cuidado alternativo de los niños, niñas y adolescentes. El desafío de empezar a cambiar la percepción a través de mejorar la realidad de las instituciones en la Argentina”, y otro de “Historias en primera persona”, con la voz de algunos de los protagonistas de la muestra. Toda la info en @muestra_red.