Era el 1 de agosto de 2013 en San Juan cuando un hecho conmocionante ocupó los portales locales durante semanas. La palabra bullying comenzó a replicarse, tras la mediatización que el caso de Florencia (13) generó, cuando fue agredida por una compañera hasta perder la visión de su ojo derecho. La joven, que hoy tiene 22 años y cursa el último año de la carrera de abogacía, remarcó que eligió contar su historia porque le parecía importante reflexionar sobre el bullying y sus efectos en la vida de los niños.
En aquel entonces, ella era estudiante de la Escuela Dante Alighieri en el turno tarde, en la capital sanjuanina. Todo sucedió en el primer módulo mientras tomaba la clase de computación. Había un semicírculo azul, flexible, que no era de ella, pero estaba en su máquina. Florencia lo ignoró, sin saber que sería el elemento clave que le cambiaría la vida para siempre. Después de unos minutos, al finalizar la clase, una compañera aprovechó la oportunidad para tomarlo y arrojárselo por la cabeza, lastimándole el ojo.
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El recuerdo de aquel momento sigue nítido en su cabeza. “Fue todo muy rápido, yo no sabía lo que me había tirado. No me dolió, pero me acuerdo de que el ojo se me cerró automáticamente”, contó en diálogo con El Destape. También, rememoró que, tras sentir el golpe, le pidió explicaciones a su agresora: “Ella me negaba todo. Me decía que no me había tirado nada. Me dijo que fuéramos al baño, pero me negué y le dije que fuéramos a dirección. Estaba la vicedirectora, en ese momento. Recuerdo que todos me miraban raro. No sabía que tenía lastimado porque no me veía. Pedí un teléfono para llamar a mis padres, pero tenían solo un teléfono fijo para llamar a fijos. Nadie me quiso prestar un celular para llamar a mi papá”, contó.
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Fue gracias a una llamada a su abuela que pudo finalmente comunicarse con su padre, Fernando, mientras esperaba la ambulancia. En el interín, recuerda que había un círculo de chicos mirando lo que estaba pasando y que solo la contenía una compañera. La ambulancia llegó después que su papá y, para esa altura, nadie sabía realmente la gravedad de lo ocurrido. Fernando, entre el dolor y el susto, se acercó a pedirle explicaciones a la joven agresora, pero después de eso fue todo silencio. La enfermera que llegó en la ambulancia aseguró que la lesión era más grave de lo que ella podía curar y la dejó en la escuela sin trasladarla. Fue la familia de Florencia la que se encargó de trasladarla a una clínica privada donde le hicieron una cirugía de urgencia. Allí, le extirparon parte de la retina para que no se expandiera la infección y le hicieron un tajo de 12 milímetros.
“A mí no me decían nada de todo lo que había pasado, solo sabía que tenía el ojo lastimado. Era una niña, no entendía nada”, relató. Pasaron algunos días para que sus compañeros fueran a verla. Sin embargo, la agresora de Florencia nunca se presento, hasta el día de hoy. Según denunció. en la escuela negaron el bullying y no quisieron abordar el tema como correspondía. De acuerdo a la familia Merino, las autoridades minimizaron la situación ante la prensa, que en aquel momento sólo quería visibilizar lo que ocurría.
A Florencia la operaron nuevamente para salvarle el ojo, en Buenos Aires, porque estuvo a punto de perderlo por completo. Mientras tanto, ella deseaba volver con sus compañeros y retomar su actividad, pese a que su agresora todavía asistía a esa institución, sin haber recibido sanciones por la gravedad del episodio.
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Por entonces, la susceptibilidad en la escuela estaba en el aire porque muchos la apoyaban, pero otros no tanto. A una semana de volver, se reforzó el bullying: Florencia advirtió que le habían arrojado restos de fiambre en su cabello. Una docente, familiar de los dueños de la institución, la intimó. “Me dijo que por qué le había dicho a mi mamá que me arrojaron fiambre en la cabeza. Yo dije la verdad. Ella, en tono de burla me dijo delante de todos mis compañeros: “Ya saben chicos, si se lastiman una uñita, también, les avisan a sus papis”. Algunos se rieron y yo me largué a llorar”, confesó. El ambiente se volvió tóxico y Florencia se fue de la escuela muy mal. Sus padres iniciaron acciones legales.
La angustia lo fue todo, y perduró con el tiempo. Florencia no ve bien, ha perdido la dimensión de los elementos suspendidos en el aire. “Si alguien me da dinero, no sé de dónde agarrar”, explicó. “Nosotros no recibimos justicia, pero sí hubo condena social”, remarcó.
Los mensajes de odio se siguen replicando entre los cinco chicos que pertenecían a aquel grupo que nunca dejó de insultarla. “Todavía sostienen que fue un hecho accidental”, resaltó. No obstante cuenta que pudo salir adelante: "Lo que me pasó me hizo encontrar mi vocación, pero me hubiera gustado que al menos, por una vez, ella (la agresora) o su familia, se hubiesen acercado para preguntarme qué necesitaba, o para disculparse por lo que me hicieron. Ya no lo necesito", sentenció.