Jorge Pérez nació en Devoto y se movió siempre por la zona. Devoto, Villa del Parque. Villa del Parque, Devoto. Clase ‘62, fue uno de los más de 23 mil jóvenes argentinos que fueron enviados a la guerra de Malvinas como consecuencia del último manotazo de ahogado de la más sangrienta dictadura cívico militar. Cuatro décadas más tarde, está agradecido con la vida porque la puede contar, a diferencia de los 650 soldados argentinos que no volvieron a sus casas y los cientos que murieron después de la guerra.
En una fría mañana de julio, recibió a El Destape en una mítica cafetería de Villa del Parque, barrio en el que vive actualmente. Lo primero que hizo fue avisar que está dispuesto a hablar sobre cualquier tema y aclarar: “Si no hiciera frío, estaría afuera con un cigarrillo”.
- ¿Estabas cerca de tener la baja del Servicio Militar Obligatorio cuando te llamaron para Malvinas?
- A mí me dieron la baja en febrero, ya había terminado. En marzo me llegó un telegrama que decía que no me podía mover del país. No se sabía mucho todavía, pero el 24 de marzo me reincorporaron. Batallón 601 de vuelta. Vi a varios de mis compañeros y ahí empezamos a prepararnos para la guerra. Sabíamos lo que era una guerra pero no sabíamos el contexto ni nada por el estilo, nadie nos decía nada. Hicimos durante mucho tiempo simulacros de guerra, que eran levantarte a la mañana, pintarte la cara, hacer como que está el enemigo, todo ese tipo de cosas. Y el 10 de abril apareció el Hércules en Campo de Mayo y dijimos "estamos al horno".
- ¿Cuál fue la reacción de tu familia cuando te reincorporaron?
- Mi mamá lloró y yo, casi. "No puede ser, si salí hace dos meses", me decía. Cuando me llegó el comunicado de que me tenía que reincorporar, yo fui con una remerita nada más, y ahí me quedé. Y a muchos les ha pasado, que fueron y no volvieron. Yo a mí mamá le di un beso como diciéndole "a la tarde nos vemos", y hay pibes que le dieron un beso a la mamá de la misma manera y no volvieron más. Si vos lo sabías, tampoco te digo que ibas a hacer una despedida, pero fuimos engañados. A mí me incorporaron, pero no sabía que iba a la guerra.
- ¿Cómo fue el viaje en el Hércules?
- Primero viajamos a Comodoro Rivadavia, donde hicimos una escala, y de ahí a Puerto Argentino. Antes de salir para Comodoro, a eso de las 12.30, comimos y nos dieron una taza de mate cocido. Esas dos horas y media los superiores estuvieron hablándonos de los ingleses. Cuando bajé, si dudaba que eras inglés, yo te mataba. Después nos enteramos que nos habían puesto estimulantes en el mate cocido.
- ¿Cómo se enteraron que les habían puesto estimulantes?
- Por intermedio de un cabo primero. Nos preguntó cómo estábamos y le dijimos que bien, nos preguntó si estábamos nerviosos y le dijimos que no. Ahí nos comentó que nos habían puesto eso en el mate cocido para que no tuviéramos miedo cuando bajáramos, que era algo así como una psicología de combate.
Al llegar a las Islas, a Jorge le tocó ubicarse junto a ocho compañeros en Pradera del Ganso, conocido coloquialmente también como Ganso Verde. Se trataba de una playa, en la que más adelante desembocarían los barcos ingleses, y ellos estaban preparados para eso.
- ¿La colimba te prepara en algo para la guerra?
- En el servicio militar cumplía un horario, limpiaba los camiones, hacía tiro, mantenía el predio de Campo de Mayo. Los primeros tres meses estabas adentro y después te daban algún sábado o domingo para que veas a tu familia. Nadie estaba preparado para la guerra. Porque vos sabés que vas y no sabés si volvés. El simulacro de guerra es un simulacro que no te sirve para nada, nosotros no estábamos preparados para combatir.
- ¿ Y los ingleses sí estaban listos para combatir?
- Sí, lo de ellos era tremendo. Yo vine prisionero en el Canberra, un buque hospital. Yo tengo un congelamiento en la pierna izquierda, perdí la sensibilidad por el frío. Camino normal, pero si me clavás una aguja o algo por el estilo no tengo la misma sensibilidad que tendrías vos. En el Canberra, el camarote era para 10 y veníamos 14 o 15 y no sabíamos a dónde íbamos. Nadie nos decía nada, eran todos ingleses. Ellos eran placards. Yo tenía 20 años y ellos tenían 30 o 40. En el camarote, nos pedían disculpas por cómo estábamos. Había terminado la guerra y vos veías por la popa del barco que ellos seguían entrenando como si ahí terminara esa guerra y empezara otra.
- Algunos diarios y revistas dijeron que Argentina estaba ganando, ¿ustedes creían eso también?
- En algún momento creímos que sí. El 25 de mayo a la noche nuestro escuadrón tiró una bengala en el aire previo a los desembarcos que ellos tuvieron. Ellos tuvieron tres desembarcos primero y nosotros les tirábamos con lo que teníamos. Si no teníamos balas, les íbamos a tirar piedras. Retrocedían y retrocedían. Hasta que un día entraron por aire y por tierra. No hubo manera. Ellos tenían un avión que tiraba una bomba que explotaba a diez metros de altura. Te pegaba esa y eras boleta, porque nuestra trinchera estaba con dos ladrillos. Hasta ese momento nos creímos que podríamos haber peleado un poco más. Si no hubiera sido por nuestra aviación, éramos boleta a los tres o cinco días.
- ¿Qué fue lo peor que viviste en Malvinas?
- Después de esos tres retrocesos de ellos, que pudieron desembarcar en Ganso Verde. Nosotros estábamos en el borde, tuvimos que retroceder. Te juro que no alcanzaban los ojos para ver el movimiento que hacían ellos. Hacían algo que se llama “Ataque de abanico”, que básicamente era que se acercaban abriéndose en lugar de venir de frente. Y si ahí no retrocedés, quedás en el medio. A la mañana los tenías a 300 metros, por ejemplo, y a la tarde los tenías a 100. Vino el cabo primero y nos dijo que había que custodiar una MAG, que es una ametralladora antiaérea, que estaba como a 150 metros, así que se designó a algunos que estaban en las trincheras para esa tarea. Ellos hacían un bombardeo que se llama "bombardeo de ablande". Cada tanto pasaban con los aviones y nos metíamos abajo de la tierra. Seguimos retrocediendo, pasamos por donde estaba la ametralladora antiaérea y... Si vos querías juntar a los pibes, no podías.
- ¿Cómo fue tu vuelta?
- Volví cuando terminó la guerra y estuve internado un mes en el Hospital Militar. En ese mes no hablé, tenía miles de sensaciones. Solo hablé para decirle a mi hermano que se robara lo que había abajo de la cama. Yo tengo seis chapitas de pibes que cayeron al lado mío, que por lógica las tenés que entregar, pero yo no las entregué. Y la campera inglesa que tengo... Cambié una campera inglesa en el barco que es térmica, la tengo ahí guardada pero no la veo nunca ni la quiero ver.
Antes de Malvinas, Jorge jugaba al fútbol. Había hecho inferiores en Argentino de Quilmes y había llegado hasta tercera en Platense, con un banco de primera incluido. Por culpa del congelamiento que sufrió en la pierna, no pudo seguir jugando en cancha de once. Lo intentó, pero las lesiones eran demasiado frecuentes, así que decidió probar suerte en el fútbol de salón. Entre otras figuras del fútbol nacional, como por obra del destino, en esa disciplina pudo compartir cancha con Diego Maradona.
- ¿Por qué el fútbol de salón?
- Básicamente, cuando me pasó esto, elegí dedicarme a algo menos competitivo. Más o menos en 1986, me metí a dirigir y atajar en el club Pedro Lozano, ya que por intermedio de alguien me contacté con el presidente. Después de un par de años, tuve la suerte de jugar contra Parque, donde estaban todos los “mostros”: el Checho Batista, Redondo, Caruso Lombardi. Y fuimos a una final contra ellos, en la que atajé un penal clave y salimos campeones. Después de eso, me llamó el técnico y me dijo que me quería para Parque.
- Y ahí jugaste con Diego…
- Un tiempo después, lo agarraron a Maradona con el tema del doping en Napoli y se vino a Parque, porque él era de Argentinos y todos los de Argentinos jugaban en Parque.
- ¿Cuántos partidos jugó?
- Jugó siete partidos y viajé a Paraguay, Uruguay y Brasil con él. Fue una cosa tremenda. Jugamos una final acá que fue histórica, con Sarmiento de Olivos. Explotaba la cancha, una cancha de fútbol de salón. Jugaban el Checho Batista, el hermano del Checho, que era el Chino y era el mejor jugador de todos, Silvio Rudman, Caruso Lombardi. Salimos campeones y empezamos la gira, y ahí empezó el tema de que cada vez que viajaba Maradona, todos cobrábamos algo, porque el caché de Diego era tremendo.
- ¿Qué fue lo mejor que le viste hacer adentro de una cancha?
- Hay varias. Maradona jugaba sin cordones en las zapatillas. Se formó un tiro libre, pusieron tres en la barrera y el arquero contrario, de Sarmiento de Olivos, llegaba con la cabeza al travesaño. Diego se paró adelante de la pelota y le pegó de abajo de tres dedos, la picó por afuera de la barrera y la clavó en un ángulo. Después, lo que se sabe, que le tirabas la pelota y el chabón la paraba y hacía locuras. Y le pegaban, y se paraba. Era guapo como todo petiso.
- ¿Cómo te afectó la muerte de Diego?
- Me dolió, porque para mí era y es un ídolo. Yo separo al Diego deportista, porque como persona tengo sensaciones encontradas. Hizo un montón de cosas que no fueron buenas, y no hablo de la droga porque cada uno tiene su vicio. A mí me pegó muy mal, pero nadie es eterno. Él zafó dos o tres veces, estuvo al límite. Tengo amigos que quisieron ir al velorio, pero yo no, yo me quedo con lo mejor de él, el recuerdo de jugar, de compartir la habitación, de comer con él. Lo que me dio lástima fue cómo terminó: solo, en una habitación que no se merecía. Fue muy bueno conocerlo, aprendí mucho de él. Con Diego aprendí a mirar la vida desde otro lado. Él tiraba frases como "es hoy, no es mañana". Lo decía todos los días, que era hoy. No sé por qué lo decía. "Es hoy, eh". Pero no hablaba del partido, porque capaz que no jugábamos. "Es hoy, eh". Se levantaba, venía y nos decía "muchachos, es hoy": ¿Qué es hoy? Era como que la vida era hoy y había que disfrutarla.