“Dejá de interrumpir”: por qué molestan las voces femeninas

25 de junio, 2022 | 19.00

Hace unos días en Twitter se viralizaron una serie de imágenes de un baño de un bar donde se observa un claro caso de violencia simbólica disfrazado de parodia humorística. Las fotos mostraban que las puertas estaban señalizadas de forma binaria pero usando un recurso metafórico: el cartel del baño de varones decía “BLA” y el de Mujeres decía “BLA BLA BLA BLA BLA BLA” en toda la superficie de la puerta. El mensaje de la gráfica es básicamente que las mujeres o identidades feminizadas hablan mucho, idea fuertemente arraigada al sentido común hegemónico. La división responde al estereotipo de la mujer como más emocional, irracional, descontrolada y chillona, frente a la figura del varón asociado a la racionalidad, la inteligencia y el uso administrado de las palabras.

“Calmate. No grites”; “ Parece una loca”; “Dejá de interrumpir”; “¿Por qué me contradecís en todo?”, son algunas de las frases que solemos escuchar las mujeres en todo tipo de ámbitos, ya sea domésticos, laborales, sociales, o deportivos. No importa en realidad el tono de voz, la cantidad de palabras, el tema de discusión o que sea un comentario respetuoso. Existe una tendencia a interpretar todo lo que venga de una mujer con un sesgo de género que lo transforma. Es que, aunque parezca mentira en el siglo XXI, todavía existe una brecha de género también en las forma en que se evalúan las palabras e interlocuciones en una conversación.

Una investigación realizada por Katherine Hilton, una lingüista candidata a doctorado de Stanford, demostró que las personas interpretan de diferente manera la palabra de un otrx dependiendo del género. Sin importar el contenido de lo que diga, las mujeres son interpretadas y escuchadas de una forma diferente que los hombres. Para realizar la investigación se utilizó el método de reproducción sonora de fragmentos y cintas de conversaciones, redactadas cuidadosamente, a un universo de 5000 estadounidenses. Luego la investigadora analizó las diferentes interpretaciones y reacciones sobre estas conversaciones. El resultado fue sorprendente: si bien los textos eran los mismos, cambiaba la interpretación del hecho cuando las que los leían eran mujeres.

El informe final establece que Hilton encontró una disparidad de género entre los participantes de la encuesta: "Los oyentes masculinos eran más propensos a ver a las mujeres que interrumpían a otro orador en los clips de audio como más groseras, menos amistosas y menos inteligentes que los hombres que interrumpían". No solo eso, las mujeres que interrumpían a varones eran luego clasificadas por los varones como tontas, más allá de lo que tenían para decir. "Encontrar este sesgo de género no fue tan sorprendente como su alcance y el hecho de que alteró las percepciones de la inteligencia de una hablante femenina, que no creemos que esté relacionado con las interrupciones".

Lo específico de la violencia simbólica es que a veces es tan sutil que resulta difícil visibilizarla o medirla cuantitativamente. Este estudio logra evidenciar y poner en debate una sensación que en general experimentan las mujeres al expresarse, y mucho más en espacios altamente masculinizados. Es que históricamente las mujeres, al igual que los grupos sociales más relegados de la pirámide social, debieron ganarnos los espacios en la conversación social saliendo del lugar del silencio. A diferencia de lo que muestra el cartel en el baño, los dueños de la palabra históricamente fueron siempre los varones, y el lugar de donde partimos las mujeres es el silencio. La relación social de dominación contempla cierto grado de irreverencia de la mujer al ingresar en una conversación de igual a igual con un varón.

Además de ser una situación profundamente injusta funciona como un mecanismo de disciplinamiento y reproducción de la desigualdad. Las mujeres deben enfrentar dificultades y prejuicios a la hora de, por ejemplo, negociar una medida política, un juicio, un aumento de sueldo, una denuncia por violación, o cualquier situación que implique una toma de posición propia y contraria. Mientras los varones que defienden ideas propias son considerados competentes, estrategas o firmes, las mujeres en la misma posición suelen ser catalogadas como desagradables, insoportables,  manipuladoras o personas con las que “es difícil conversar”.  

Ampliación: la estrategia anti 'Bropriación’ de las mujeres en la Casa Blanca

El término Bropriación hace alusión a cuando un varón, en situación de dominación o jerarquía, se apropia de una idea, proyecto o iniciativa de una mujer. Se trata de escenario normal en ciertos ambientes laborales, empresariales o de oficina. La escena es la siguiente: una mujer expresa una idea u opinión y queda desdibujada en el aire, como si nadie la escuchara. No obstante, cuando esa misma reflexión es tomada y reapropiada por un varón suele despertar un grado de interés mayor del resto del grupo. De esta manera también se refleja una brecha de género en la interpretación de las cosas. La palabra de una mujer no tiene la misma autoridad o validación que la de un varón.

En 2016 un grupo de asistentes mujeres de la Casa Blanca, de la administración de Obama, contaron en el diario The Washington Post "lo complejo" de tener que abrirse paso a codazos en reuniones importantes. Y cuando entraban, sus voces a veces eran ignoradas. Incluso cuando las mujeres ocupan posiciones influyentes, les resulta difícil contribuir tanto como los hombres a una discusión. La solución a este fenómeno tan cotidiano en los ámbitos políticos fue poner en marcha una estrategia colectiva entre las mujeres para garantizar que sus voces e ideas fueran escuchadas y tenidas en cuenta. El método de la "amplificación" en las reuniones consistía en que cuando una mujer hacía un análisis o mencionaba un asunto clave, las otras mujeres lo repetían y acreditaban el valor de su autoría. De esta manera lograban que se le atribuyera la autoría a una mujer y garantizaban el reconocimiento de dicha contribución. Según relatan fuentes confidenciales de la Casa Blanca, a partir de este funcionamiento en las reuniones "las mujeres ganaron paridad con los hombres en el círculo íntimo del presidente".

El mito de la 'sociedad feminizada'

La brecha de percepción de género no se limita exclusivamente a las palabras y las conversaciones. También aplica a la percepción de la presencia de mujeres en lugares. Como es bien sabido, las conquistas sociales de las últimas décadas han generado la incorporación de las mujeres e identidades feminizadas en múltiples espacios y lugares que les habían sido históricamente vedados. Este movimiento implicó un cierto grado de irrupción masiva y la consecuente transformación de las dinámicas institucionales y colectivas. Más allá de que la proyección hacia el futuro en materia de equidad es alentadora, los cambios socioculturales aún son incipientes y la desigualdad de género persiste en muchas dimensiones, sobre todo las que implican poder y toma de decisiones.

En este contexto de transición es que se produce un fenómeno particular: por la ebullición social y el clima de época en el marco de una realidad más inclusiva, las coberturas en medios de comunicación con perspectiva de género, la presencia de los feminismos en las redes sociales, y la incorporación de algunas mujeres y disidencias en espacios que anteriormente eran solo masculinos, se ha creado a nivel colectivo el mito de la “sociedad feminizada”. Es decir, en las representaciones y los imaginarios se cree que la sociedad es más equitativa de lo que en realidad es, y que las mujeres se han apoderado de lugares de una forma desproporcionada y, en muchos casos, intimidante.

Esta interpretación filtrada de la realidad llega al punto de interferir con la capacidad de los varones de cuantificar y observar a las mujeres a su alrededor. Un estudio del Instituto Geena Davis para Género en los Medios evidenció que, en escenas multitudinarias, las mujeres generalmente constituyen el 17% del total de las personas. Lo llamativo es que esa realidad, fácilmente cuantificable, difiere de las interpretaciones de algunos hombres. La investigación arrojó que si hay un 17% de mujeres, los hombres en el grupo piensan que es 50-50 ; y si el número de mujeres asciende a 33 %, los hombres perciben que hay mayoría de mujeres. De esta manera podemos intuir que cuánto más avanzamos hacia la equidad de género y una mayor presencia de mujeres en los espacios, algunos varones tenderán a percibir una suerte de dominación femenina incorrecta.

Más allá de lo pintoresco y delirante que parece el asunto, los estudios evidencian el impacto profundo del sistema patriarcal en las subjetividades al punto de interferir en la forma de interpretar las voces y la presencia de las personas. Como todo paradigma hegemónico, la fuerza del patriarcado reside en que funciona como una máquina invisible de producción y reproducción del orden simbólico. Las cosas son como son y para garantizar su reproducción necesita que las personas naturalicemos hechos, valores, costumbres, tradiciones, gustos, clasificaciones, deseos, modos de ser y hacer. Esta fuerza simbólica recae sobre los cuerpos, pero también sobre la subjetividad, las emociones y los sentimientos. Los efectos del patriarcado muchas veces se inscriben en lo más íntimo de nuestro ser y dan lugar a, sutiles pero contundentes, formas de violencia y discriminación hacia las mujeres y los géneros feminizados.