La pandemia del coronavirus constituye un hecho social que nos propone preguntas irresolubles y desafíos analíticos constantemente. En principio se trata de un fenómeno novedoso e impredecible y pareciera que las categorías y herramientas de las Ciencias sociales a disposición no son suficientes para comprender en profundidad las reacciones y comportamientos humanos al tiempo que suceden. Incluso, los doce meses transcurridos desde el inicio del virus evidencian la dificultad de la mayoría de los gobiernos, instituciones y especialistas para implementar estrategias discursivas y políticas públicas que consigan controlar la circulación de las personas, disminuir los contagios, y mitigar los daños sociales y económicos. La vacuna pareciera ser la única solución posible a mediano plazo, pero también alrededor de ella se han despertado múltiples posicionamientos que dan cuenta de que estamos ante múltiples capas que no se agotarán con el logro de la inmunidad.
Como un resaltador de múltiples focos sociales, políticos y culturales, la pandemia logró visibilizar fenómenos contemporáneos que se iniciaron al final del siglo XX, pero han comenzado a potenciarse y hacerse carne en la ciudadanía sobre todo en la actualidad. Individualismos, fragmentación social, discursos de odio, malestar generalizado, ruptura de los lazos sociales, construcciones sostenidas por la agresividad, desconfianza en las instituciones, miedo a la otredad, agotamiento moral, sobreexcitación; son algunas de las experiencias sociales que hoy observamos y compartimos, casi siempre mediadas por una pantalla. Los dispositivos y medios digitales representan una suerte de altar hacia donde se dirigen las miradas, esperando sedientos que el mensaje desde allí emanado, por más disparatado e irracional que sea, representa la verdad y nos resuene como posible.
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A partir de las últimas semanas de 2020, por el crecimiento acelerado en el número de casos de Covid-19 en Argentina luego de varios meses de descenso de la curva, comenzó a instalarse en agenda, como hace mucho no pasaba, la cuestión de la juventud y las consecuencias que provocan sus acciones, al desentenderse del peligro del virus y las medidas sanitarias adecuadas de prevención. Según diferentes estudios y la información que brindan algunas estadísticas oficiales, el sector etario que se ha convertido en el vector de los nuevos contagios, sobre todo en el AMBA, es el de los jóvenes de entre 18 y 30 años. Para explicar esta tendencia suele hacerse hincapié en la proliferación de fiestas clandestinas, el aumento de la actividad social por las fiestas de fin de año, la exacerbación de las libertades que produce el espíritu del verano, en conjunción a ciertas emociones de omnipotencia e impunidad vinculadas a las características de dicha etapa vital. ¿Pero se trata exclusivamente de un fenómeno juvenil? ¿Qué mecanismos sociales y estigmas se ponen en juego al señalar un único culpable? ¿Cuánto de esto tiene que ver con los modelos de subjetividad que la sociedad construye?
“La culpa es de los jóvenes que no respetan nada”
Alejandro Kaufman es investigador del Instituto Gino Germani y explica que en realidad no es conveniente hablar de sectores etarios. “Se pueden observar diferentes escenas juveniles que reproducen los medios, pero no es saludable hablar solo de eso. Eso lleva directamente a una actitud de escepticismo, desgaste y descreimiento, lleva a tener que estar dando consejos todo el tiempo cuando se sabe que si vos no te querés contagiar tenés que quedarte en tu casa, todo lo demás es disminución de riesgo”, explica el ensayista y crítico cultural. Sin embargo sí insiste en la tarea de reconocer qué actores han tenido un papel colaborativo en la reproducción permanente de las prácticas hoy cuestionadas: “Por qué vamos a hablar de los jóvenes si en los medios de comunicación no se guarda la distancia, se sientan a 50 centímetros, se tocan, bailan, gritan fuerte, todo por el espectáculo televisivo. Y no me refiero solamente a la militancia contagiadora y negacionista de derecha. En los medios no hablan del tema de la pandemia adecuadamente, no instruyen. La cosa se ha salido de encuadramiento y hemos quedado reducidos a discutir la cosa policíaca”.
La manera de enfrentar la pandemia es un problema básicamente político en el que se entrecruza lo cultural, lo urbano, las actitudes frente a la vida, la salud, los hábitos, el dinero y el poder. Kaufman sostiene que la discusión en ese marco debe ser cómo establecemos, frente al caos, cierto orden. “En China por ejemplo hay una manera de vincularse de forma vecinal. Si salías a la calle los vecinos te miraban mal. No la policía, el vecino. Eso en las sociedades nuestras europeas, latinoamericanas, u occidentalizadas, no se puede hacer. Las nuestras son sociedades hedonistas, consumistas, que requieren mas movilización, y esa actitud de desafío a la autoridad política o institucional es propia. Eso se debe poner en juego en una lucha política. No propaganda, ni pánico. Es un tema político que requiere de conversación social”, explica.
La observación y el análisis de los comportamientos en general y juveniles en particular frente a la pandemia, los discursos que producen, sus representaciones y las gestas que reconocen como propias, nos brindan un panorama denso y sustancia fresca para desentrañar puntos centrales del mundo que tenemos en frente y nos cuesta observar. “En una escena muy caótica donde no está muy claro qué hay que hacer, y en ese marco ponerse a perseguir a la juventud es la peor forma. Hay que cuidar las palabras, decir cosas que valga la pena decir. No se ha actuado de una manera adecuada y tampoco sé si eso es reprochable. Hay que trabajar sobre las palabras, hacer una crítica sobre lo que hacemos y decimos”, sostiene Kaufman.
La anomia y el mandato del entretenimiento
El tema particular de los jóvenes se nos presenta como más visible ya que es un sector que se presta a la espectacularización de la violación a las normas y la amplificación de ciertos discursos de la estupidez que son multiplicados en los medios. Sin embargo lo que expresa es una matriz social mucho más amplia. Al respecto Sacha Pujó, sociólogo y Mg. en políticas públicas, destaca que hay algunos factores que se pueden señalar vinculados a un cultura de época que la sociología describe como de anomia. “Se trata de la ausencia de normas o un poder moral superior capaz de fijar límites a los deseos individuales exaltados. Para combatir la pandemia se requiere de ciertos comportamientos, responsabilidades colectivas y controles estatales. Este modelo de sociedad los obstaculiza”, explica. La norma existe porque construye lazo social y el Estado es el encargado de que se cumplan. La situación de anomia va de la mano del individualismo y la competencia que rigen hoy las relaciones sociales. “Se hace difícil pensar en solidaridades intergeneracionales o de clase cuando el marco no lo favorece. No se trata de justificar comportamientos, sino de comprender para no quedarse solo en la condena moral“, señala.
En segundo lugar Pujó identifica un caldo de cultivo en la cultura del hiperconsumo y la frustración que no deja espacio para la reflexión, el silencio o simplemente la posibilidad de estar aburrido: “La subjetividad está colonizada por una sobreoferta de estímulos. La juventud es nativa de los dispositivos de las redes sociales donde el sujeto vive para estar entretenido. Mark Fisher (2016) señalaba que en la juventud se da el fenómeno de la hedonia depresiva, definida como ‘la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer’. Esto se contrapone a la depresión tradicional que se caracterizada por la anhedonia, que es la incapacidad de sentir placer. Sería un error hablar de la juventud como un sujeto homogéneo, pero sí identificar que las vivencias individuales son percibidas como una sucesión de instantes que no permiten pensar un futuro promisorio colectivamente”.
El mood de esta época es la necesidad permanente de estar todo el tiempo ocupado, entretenido, generando utilidades. La aspiración es que cada instante debe ser entretenido. Como lo define Esteban Ierardo es el tiempo de “la absolutización del ahora” cuya construcción cultural percibe al pasado como irrelevante y al futuro como el terreno de las distopías y la ciencia ficción. ¿Cómo puede funcionar en este marco una medida sanitaria que básicamente se sostiene en la necesidad de parar, pensar y administrar de otra forma nuestra vida?
El ejercicio de enumeración de aglomeraciones o la identificación de eventos de contagio masivo es solo la foto de tapa de una película compleja que no empieza ni termina con los jóvenes, sino que abarca al conjunto entero de la sociedad. La estigmatización de un grupo social funciona como un chivo expiatorio momentáneo que da pie a la puesta en marcha de políticas de control y la sobreactuación punitivista , pero no a la desarticulación de la cultura que la produce o la modificación de la realidad. Nadie duda de que las Fiestas y los encuentros clandestinos suceden, y tampoco se trata de quitar responsabilidades reales. Pero la acción de esencializar una situación que puede ser eventual, o maximizarla de tal modo que queda sólo una visión del acto como criminal, deja de lado las condiciones sociales e históricas que la permitieron en la que intervienen diferentes agentes como los medios de comunicación, las instituciones sociales, la familia, el poder, e incluso el propio gobierno.