La inmunidad de rebaño se convirtió en el nuevo debate de moda. Aunque una medida en ese sentido, que implicaría el contagio administrado de al menos el setenta por ciento de la población, ya fue descartada por las autoridades sanitarias, el tema se instaló en la agenda y es el nuevo latiguillo de quienes desde un primer momento apuestan por una desregulación sanitaria. Lo cierto es que ninguno de los países con experiencias exitosas de control del coronavirus siguieron esa vía y, por el contrario, aquellos que lo intentaron tuvieron que dar marcha atrás y sufrieron, además, enormes consecuencias en materia de salud, sin que eso redituase tampoco en una mejor performance económica.
La teoría dice que cuando una cantidad suficiente de personas dentro de un grupo social adquieren anticuerpos contra una enfermedad, toda esa comunidad está protegida del contagio, incluso quienes no se encuentran inmunizados, porque el virus no encuentra cómo propagarse a la velocidad necesaria. En la práctica, así es como funcionan las vacunas: inocular defensas contra una enfermedad en una porción significativa de la población termina por erradicar esa amenaza. A falta de una vacuna para esta pandemia, que en el mejor de los casos puede estar lista recién en varios meses, hubo quienes plantearon la posibilidad de conseguir el mismo efecto liberando los contagios de forma regulada.
La experiencia más notoria de un intento de inmunidad de rebaño durante la crisis del coronavirus fue el de Gran Bretaña. A instancias del primer ministro Boris Johnson, el país decidió afrontar el problema privilegiando la actividad económica y cuidando solamente a los grupos de riesgo mientras dejaba el resto de la población expuesta. Tuvo que dar marcha atrás algunos días más tarde, luego de que cientos de científicos y médicos pidieran en una carta abierta que se revisara esa postura y un estudio del Imperial College revelara que esa estrategia podría causar más de medio millón de víctimas fatales. El propio Johnson terminó varios días internado en terapia intensiva por Covid-19.
Por estos días se habla de otro país con una estrategia similar: Suecia. Los medios ilustran sus notas sobre el modelo sueco con fotos de jóvenes compartiendo actividades en parques o en bares, imágenes de ensueño para quienes las consumen durante el encierro forzado. No hay tal sueño. El costo de esa política fue uno de los índices de mortalidad más altos del planeta, por encima del de Estados Unidos y diez veces más alto que en su vecina Noruega, donde sí rige una cuarentena. “Nunca calculamos semejante mortalidad. Pensamos que aumentarían los contagios pero la cantidad de muertes nos sorprendió”, tuvo que reconocer anoche el responsable de esa estrategia, el epidemiólogo del gobierno Anders Tegnell.
“Donde se ha aplicado ha fracasado. Es muy peligroso hablar de inmunidad de rebaño. Son experimentos sociales que no se pueden hacer, no se puede jugar con eso”, advirtió esta mañana el secretario de Calidad en Salud de la Nación, Arnaldo Medina, en diálogo con El Destape Radio. El ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires, Fernán Quirós, también descartó que estuviera en los planes aplicar una medida en ese sentido, a pesar de que esta semana hubo operaciones periodísticas que adjudicaban esa intención al gobierno porteño. Por su parte, Pedro Cahn, presidente de la Fundación Huésped y miembro del equipo de expertos que asesora al Presidente, sostuvo que la idea es “un absurdo epidemiológico”.
Uno de los problemas de apostar a la inmunidad de rebaño es que, para empezar, todavía no está comprobado si los anticuerpos que causa el paso del coronavirus por un organismo son suficientes para prevenir una segunda infección. Hasta ahora, la Organización Mundial de la Salud “ha visto algunos resultados preliminares, de estudios preliminares que aún no fueron revisados ni publicados, en los que algunas personas desarrollaron una respuesta inmune”, lo que no equivale a que estén “totalmente protegidos”, según palabras de Maria Van Kerkhove, infectóloga de la OMS. Por otra parte, si esa protección existe, aún no tenemos forma de saber si dura semanas, meses, años o toda la vida.
Por su parte, Anthony Fauci, uno de los asesores del gobierno de los Estados Unidos en esta materia, aseguró esta semana en una entrevista que dado “el nivel de contagio, no se debe esperar que alcance un nivel tal que pueda dar inmunidad de rebaño” porque incluso en una ola tan fuerte como la que afecta a ese país “no habrá suficientes personas infectadas como para que se forme un paraguas” que proteja a toda la comunidad. Por caso: allí ya se detectaron más de un millón y cuarto de positivos y para alcanzar la inmunidad de rebaño haría falta que se contagie un setenta por ciento de los 350 millones de habitantes. Casi 200 veces más que ahora, que ya superan los dos mil muertos por día.
En la Argentina el cálculo es igualmente terrorífico: con una población de casi 50 millones, más de 35 deberían contagiarse para garantizar una eventual inmunidad que ni siquiera está probada. Si el veinte por ciento de esos casos requiere internación, harían falta siete millones de camas. Si el cinco por ciento necesita un respirador, eso significa que debería haber casi dos millones de aparatos disponibles. Si la enfermedad tuviera en el país una letalidad del uno por ciento, deberíamos lamentar 350 mil víctimas fatales, pero ante semejante cantidad de contagios el sistema de salud colapsaría, por lo que probablemente terminen muriendo muchos más. De eso hablan quienes proponen inmunidad de rebaño.