De acuerdo con investigaciones de distintos equipos de todo el territorio nacional, la señal de alerta que revela la presencia de una nueva variante en la comunidad, cuando todavía hay pocos casos identificados, puede venir de un lugar insospechado: las aguas residuales.
Utilizando una metodología desarrollada en Francia y Nueva Zelanda, pero puesta a punto en el país, varios equipos no solo detectaron la circulación del SARS-CoV-2 en centros urbanos y localidades más pequeñas semanas antes de que lo delataran los registros de casos, sino que ayudaron a contrastar los datos que surgían de los operativos de testeo organizados por los ministerios de Salud.
Uno de esos grupos fue liderado por Gisela Masachessi, bióloga del Instituto de Virología José María Vanella, de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba e investigadora adjunta del Conicet. “Esta tecnología la utilizamos desde 2005 –cuenta la científica–. En ese momento, la empleamos para buscar cepas vacunales de ese virus y, mediante genómica, probar la posible reversión que tenían a la ‘neurovirulencia’. La provincia fue pionera en esto y dio el puntapié inicial para el cambio de vacuna, de la oral a la inyectable, que es la que tenemos ahora en el calendario”.
Con el SARS-CoV-2, los científicos se pusieron manos a la obra cuando, ya al comienzo de la pandemia, se publicaron artículos que sugerían que los coronavirus, más allá de su transmisión respiratoria, también podían ser excretados en la materia fecal. En ese momento, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación convocó a generar, a través de la "Unidad Coronavirus", un sistema de vigilancia epidemiológica a partir del análisis de aguas residuales que permitiera identificar zonas en las que pudiera estar circulando silenciosamente el virus para de ese modo disparar intervenciones sanitarias preventivas.
Masachessi y colegas empezaron a trabajar en la planta de tratamiento de Bajo Grande, que concentra gran parte de los efluentes de la ciudad de Córdoba. “Era mayo de 2020 y nos pusimos a buscar el genoma del virus por métodos moleculares –explica la investigadora–. Sabíamos que nuestro método tenía limitaciones (se necesitan muchos excretores para detectarlo) y que el SARS-CoV-2 se despide en promedio durante diecisiete días (incluso antes de presentar los síntomas o siendo asintomático). De ese período, pudimos probar a través de un estudio de más de un año que es viable en los primeros siete días. Una a dos semanas antes de que empiecen los brotes, las aguas residuales lo anuncian”.
Los estudios realizados en Córdoba sugieren también que solo alrededor del 35% de las personas infectadas lo eliminan por su materia fecal. “Sabemos que la transmisión es respiratoria, pero dentro de la primera semana la materia fecal es una posible fuente de exposición –destaca Masachessi–. Lo que no podemos decir es que el SARS-CoV-2 tiene una via entérica de contagio. Para saber si hay transmisión fecal/oral, tendríamos que probar que puede ingresar al organismo cuando se toca algún objeto o materia fecal. Ese es otro experimento, sería una vía de transmisión secundaria”.
Algo similar ocurrió en Mendoza, donde el grupo liderado por Israel Vega, del Instituto de Histología y Embriología de Mendoza (IHEM) y en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Cuyo, tomó muestras de aguas residuales durante la primera y la segunda olas. “Lo que tiene esta herramienta es que cuando se detecta el virus en agua residual, ya hay circulación comunitaria”, afirma.
Mendoza concentra todos sus efluentes en dos plantas de las que los científicos tomaban muestras una vez por semana. “Así, pudimos prever con tres semanas de antelación cuándo iba a ocurrir el pico –detalla Vega–. Pero eso no se da en todos lados igual”.
En la primera ola, la detección fue durante la última semana de julio, mientras los máximos del brote se dieron entre septiembre y octubre. “Es decir, que si los ministerios necesitan tomar medidas, cuentan con una ventana de tiempo importante –comenta el científico–. En la segunda ola, también funcionó muy bien. Ahí lo que hicimos, a iniciativa del intendente de Las Heras, fue elegir bocas de muestreo en lugares representativos en los que los datos de positividad no coincidían con la cantidad de casos. Eso permitió que el municipio aumentara allí los testeos e identificó los sitios en los que el virus circulaba más. Incluso, en Uspallata, donde detectamos una concentración altísima, se establecieron convenios con aeroclubs para trasladar a pacientes a los hospitales de Mendoza, de mayor complejidad”.
La última ola de la pandemia, que en Córdoba se inició el 9 de diciembre con la llegada de una persona infectada por Ómicron procedente de Sudáfrica, los investigadores de la UNC la anunciaron el 13 de ese mes. “El paciente ‘cero’ había llegado solo tres o cuatro días antes –subraya la científica–. No sorprende dada la enorme capacidad de infectar que tiene esta variante. Y lo mismo ocurre con su excreción en las heces”.
Como en los efluentes cloacales el virus está diluido, cuando se lo encuentra significa que hay una gran transmisión comunitaria. Por eso, lo primero que hicieron fue ponerse en contacto con la secretaria de Prevención y Promoción de la Salud provincial, Gabriela Barbás, para ponerla al tanto y que pudiera tomar las medidas de prevención indispensables para hacer frente a la situación.
En el proyecto cordobés participó la Universidad de la Defensa Nacional, el Laboratorio Central de la Provincia, que pertenece al Ministerio, la Municipalidad, y la cooperativa de Carlos Paz, que tiene a su cargo las plantas de tratamiento de Valle de Punilla. Ahora, siguen analizando las aguas de San Francisco, una localidad que tiene conexiones con Santa Fe y permite monitorear el ingreso de variantes. “Continuamos trabajando con el Ministerio codo a codo; creo que éste va a ser un programa de largo plazo –concluye Masachessi–, porque después de que pase la pandemia, la vigilancia epidemiológica seguirá siendo importante”.
En Mendoza, los científicos pudieron establecer un correlato entre la concentración viral que encontraban en los efluentes y la cantidad de casos que se notificaban. “A medida que va aumentando la carga, lo hacía también la cantidad de casos –explica Vega–. Eso va indicando que tanto los sintomáticos como los asintomáticos están excretando virus y da una idea de cómo está circulando el virus en el nivel poblacional”.
Aisladas, estas mediciones no son suficientes, pero ofrecen otro dato valioso para monitorear el escenario epidemiológico. Y el sistema científico tiene laboratorios en todo el país con las exigencias que un trabajo de este tipo requiere, de bioseguridad 2.