“Soy una persona a la que le gusta compartir el conocimiento. Disfruto mucho de lo que hago y pienso que a otros les puede interesar también”, señala el licenciado y doctor en Ciencias Biológicas (UBA), Fabricio Ballarini. En diálogo con la Agencia, cuenta sobre su recorrido en el campo de la divulgación y sobre el impacto de la tecnología en el funcionamiento del cerebro. Además, manifiesta la necesidad de abordar al conocimiento científico desde otro enfoque: “Se debe pensar a la ciencia como una política de Estado, es decir, sostener e invertir en la producción del saber. Necesitamos que la educación en ciencias sea considerada un derecho”, expresa y enciende el diálogo.
-¿Cómo empezó su camino por la difusión de la ciencia?
-Se fue dando como un efecto dominó, pero empezó con la investigación del funcionamiento del cerebro. Con mi equipo habíamos descubierto que el aprendizaje en ratones se veía reforzado cuando su cerebro recibía estímulos inesperados. Entonces, probé qué sucedía en los humanos, a través de las escuelas. En paralelo, surgía una nueva rama llamada “neuroeducación” y nosotros estábamos haciendo eso: buscar una estrategia educativa basada en el conocimiento del cerebro. Hablé con los docentes, hice el experimento y me di cuenta que los resultados no podían quedar solo en un paper, sino que tenía que llegar a la gente. Entonces, empecé a contar en colegios lo que hacía y, a partir del boca en boca, se fue conociendo mi trabajo. Más tarde quise sorprender a la gente en un medio de comunicación. Mario Pergolini se interesó, pero el final es triste: un virus entró en la computadora y nunca pude publicarlo.
-Malditos virus. Lo bueno es que a raíz de esto nació Educando al Cerebro…
-Exacto, y también mi libro “REC”. Educando al Cerebro es transferir el conocimiento de los laboratorios a las aulas. Nos movilizamos por distintas ciudades e invitamos investigadores e investigadoras a que hablan de vacunas, de memoria, de género, de inmunidad, de ecología, y más. Pasaron alrededor de cincuenta disciplinas. Era un proyecto muy lindo que se frenó en la pandemia; la idea es continuarlo, pero no hay presupuesto. Entonces, tenemos que convencer a los oradores y conseguir plata para que viajen.
-¿Tiene algún tema preferido a la hora de hacer divulgación?
-Me gusta todo lo que tiene que ver con el cerebro, la parte cognitiva y la interfase cerebro-máquina, pero en realidad, trato de comunicar lo que entiendo y puedo contar. Cuando me interesa un tema, leo el trabajo y busco la manera más fácil de explicármelo a mí mismo y a los demás. Lo que me mueve es la sorpresa porque se lo quiero contar a todo el mundo. Pero si sale un trabajo que no me interesa, no lo cuento porque no me genera nada. Por eso no me defino como comunicador o periodista científico, ya que ellos tienen una formación distinta.
-¿Y cómo se define?
-Como una persona a la que le gusta compartir el conocimiento en cualquier espacio que pueda hacerlo: teatro, radio, televisión, calle. Cualquier lugar es un buen lugar para hablar de ciencia.
-Hizo el programa NeuroQUÉ en Paka Paka, ¿cuál es la importancia de que la ciencia llegue a las infancias?
-Es importante no solo para generar vocaciones científicas, sino porque es parte de la curiosidad. En el fondo, hacer ciencia, es ser curioso. Las preguntas que hacen las personas más pequeñas son las más difíciles y las más divertidas. En cambio, cuando somos grandes, matamos todas esas preguntas. Está bueno hacer algo para esas edades porque tienen la cabeza a un ritmo hermosísimo y con un alto nivel de ternura. Además, es importante contagiar esa curiosidad y contar qué es hacer ciencia, porque no se explica mucho.
-¿Cómo es eso?
-Yo descubrí qué hacía un científico recién cuando estaba en la facultad. Pero tampoco es que en ese espacio, o en Conicet, te explican muy bien qué es hacer ciencia. Cualquiera puede hacer ciencia, no solo los científicos y científicas. Aquel que se ponga a investigar, plantee una metodología y haga una hipótesis, hace ciencia. De hecho, todo el tiempo usamos el pensamiento científico. Entonces, está bueno que intentemos contagiar el interés por la ciencia. Con la pandemia le encontré más sentido: luchar contra el pensamiento mágico —carente de fundamentación empírica—, intentar que la gente confíe en el método científico, que sepan cómo funcionan las vacunas.
-Entonces todavía hay una distancia entre la sociedad y la ciencia…
Sí, la distancia es enorme y su popularización es clave. El sistema académico a veces se pone muy conservador porque hacer comunicación científica no está bien visto. Se debe pensar como una política de Estado, es decir, sostener e invertir en la producción de conocimiento y que la educación sea un derecho. Es pensar la ciencia desde otro lugar. Si yo hago una reunión y hablo de un tema con una jerga científica, le va a llegar solo a los que investigan sobre eso. Lo que quiero, en cambio, es que le llegue al señor de la esquina de mi casa y que me diga ‘che, qué bueno lo del cerebro’.
-En su libro REC cuenta el funcionamiento del cerebro y la memoria, ¿por qué recordamos lo que recordamos?
-Recordamos más los eventos que nos generan emociones, específicamente, aquellos que nos generan sorpresa e irrumpen con nuestra rutina diaria.
-¿El uso de la tecnología puede impactar en el funcionamiento del cerebro?
-Creo que sí pero no sé si saberlo nos puede cambiar algo. La tecnología está y va a seguir estando, por más que nos quejemos. De todas maneras, lo que sabemos que sí impacta es el celular respecto de la atención.
–Las pantallas…
-Las pantallas son cosas que nos atraen y nos quitan la posibilidad de prestar atención, lo que puede significar un problema para otras acciones, como cuando manejás. Es muy difícil pensar si la tecnología nos quita o agrega, pero probablemente lo que suceda es que evolucionemos a un modo de atención más fragmentado.
Entrevista: Luciana Mazzini Puga
Con información de la Agencia de Noticias Científicas