Hace unas décadas, de la noche a la mañana, sin que lloviera y en una zona donde no habían existido ríos desde hacía más de 20.000 años, en San Luis apareció un cauce de gran tamaño. Lo bautizaron Río Nuevo y desde entonces desconcierta a pobladores, agricultores y científicos. “La tierra se abrió como si fuera un cañón. El agua se llevaba todo lo que tenía por delante. Cantidades enormes de tierra, árboles y césped eran arrastrados por el agua”, reportaron notas periodísticas como la de Uki Goñi, en Eldiarioes.
Este fenómeno natural que en la actualidad supera los 20 kilómetros de largo, 60 metros de ancho y hasta 25 metros de profundidad es una de las manifestaciones de un proceso que documenta con precisión un trabajo de investigadores de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) y el Conicet, y que acaba de publicarse en Science. El estudio llama la atención sobre una tendencia a las inundaciones recurrentes en la llanura chacopampeana y las atribuye a la rápida expansión de la frontera agrícola en los últimos 40 años.
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“Lo que notamos cuando miramos los perfiles del nivel freático [del acuífero] es que hace 50 años en la región eran mucho más profundos, llegaban a los 12 metros –explica Javier Houspanossian, docente de teledetección en la UNSL y primer autor del paper–. O sea, para encontrar agua había que hacer un pozo de 12 metros. Pero se fue dando un ascenso paulatino y en los últimos años la napa se acercó mucho a la superficie, hay lugares en los que está a ras del suelo. Incluso con la sequía que hubo, si uno cava un pozo de tres metros, ya encuentra agua libre. Se registró una transformación hidrológica, y alcanzan lluvias normales para generar una inundación”.
Lo que descubrieron
Según las clasificaciones biogeográficas, la vegetación dominante en la provincia de Buenos Aires era el pastizal, el sur de Córdoba estaba recubierto por el “espinal”, un bosque abierto que alternaba con sabanas y estepas de gramíneas, y más hacia el norte se ubicaba el bosque chaqueño, que fue deforestado para hacer agricultura.
El estudio que ahora publicó Science es fruto de dos décadas de trabajo del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis, dirigido por el investigador del Conicet Esteban Jobbágy, que estudia la dinámica del agua y su relación con el uso del suelo en la llanura argentina. El grupo es responsable de más de veinte publicaciones científicas que muestran que la agricultura de granos reduce la capacidad de los suelos para extraer agua.
“En este caso empleamos una estrategia típica de nuestro equipo, que es abordar los problemas desde distintos puntos de vista –explica Jobbágy–. Veníamos construyendo un conocimiento bien de campo, basado en algo muy simple, que es comparar pares de lotes con vegetación diferente. Por ejemplo, cuando en una zona desmontada queda un pedacito de bosque todo rodeado de agricultura, comparábamos el funcionamiento del agua subterránea en esa islita aislada con el de su entorno. También nos fijábamos [qué ocurría en] las pocas pasturas que todavía quedan en la región pampeana y en los campos agrícolas. A ese análisis de ‘lotes pareados’, como lo llamamos, le superpusimos el satelital, que en los últimos cinco años se potenció a partir de la disponibilidad de colecciones de imágenes muy bien organizadas. Allí es donde Javier pudo mirar qué sucede en una escala continental”.
Así, los científicos descubrieron dos cosas importantes. Una es que hay un frente de inundación que está avanzando. Y la otra, que esta región es la única que se está inundando cada vez más. Aunque en Sudamérica hay otras zonas que se inundan, la llanura chacopampeana es la única que muestra una tendencia clara y un avance progresivo. Al mismo tiempo, es el área más cultivada de todo el continente.
“Antes, lo que se inundaba era lo que llamamos la pampa deprimida o inundable, el corazón de la provincia de Buenos Aires –destaca Jobbágy–. Lo que vemos es que ahora se empiezan a inundar el oeste de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba. Y hasta Santiago del Estero, lugares que nadie tiene memoria de que se hubieran inundado en el pasado. Estamos ante algo relativamente sin precedentes, por lo menos en tiempos históricos. Y hay algunas señales de que en tiempos geológicos (en el orden de miles o 10.000 años), tampoco los hubo. Es una novedad. La lluvia no alcanza para explicar esto”.
De hecho, lo confirman los propios productores: “Ellos mismos nos dicen que se trata de unas inundaciones anómalas, que no hay registros en su historia, por lo menos desde los abuelos, de que esa zona se inundara de esa manera”, cuenta Houspanossian.
Lo que distingue a estos eventos es que no se trata de fenómenos rápidos e intempestivos, como lo que ocurrió hace algunos años en la ciudad de La Plata. “Hay que diferenciar –aclara el investigador–: cuando tenemos una lluvia torrencial, es probable que tengamos encharcamiento e inundación. Pero en este caso, vienen de abajo hacia arriba, porque empieza a llover, drena agua hacia el suelo y se eleva el nivel freático”.
Gracias a una completa revisión de la literatura científica, pudieron constatar que en la zona, cuando hay coberturas naturales, se produce drenaje profundo, pero al dominar la agricultura, se quiebra el balance hídrico. La hipótesis del grupo es que esto se relaciona con la profundidad que alcanzan las raíces.
“Cuando se siembra soja o maíz, a medida que las plantas crecen, sus raíces se van proyectando hacia abajo y alcanzan alrededor de dos o tres metros de longitud –explica Houspanossian–. Hasta ahí, le sacan agua al suelo. Pero cuando comparamos con vegetación nativa, pudimos ver que tienen raíces mucho más profundas. Acá, en San Luis, encontramos caldenes [árbol típico de la región] que toman agua a 16 metros de profundidad. Ese cambio en la capacidad de la cobertura vegetal de extraer agua es lo que creemos que está causando el ascenso freático”.
Y explica Jobbágy: “La forma más gráfica de ilustrarlo es con el ejemplo del mate. Cuando uno pone la yerba, lo que hace es introducir una matriz porosa. El agua satura el vacío que hay entre partículas de yerba, y con la bombilla uno succiona y lo vacía, dejándolo listo para que vuelva a ingresar agua. ¿Pero qué pasa si la bombilla, en vez de mandarla hasta el fondo del mate, llega hasta la mitad? Bueno, cada succión va a ser más cortita. Y si uno quisiera cebar con la misma cantidad de agua, se rebalsaría el mate, porque sólo se está vaciando la mitad. Las raíces de las plantas son la bombilla y lo que hicimos al cambiar la vegetación es levantar esa ‘bombilla’ desde profundidades de diez metros (con los árboles del monte), a cinco o seis, con pasturas como la alfalfa, y a dos metros con los cultivos de granos. La clave está en los años secos, porque en ellos uno tiene la oportunidad de ‘vaciar el mate’ y dejarlo listo para cuando venga uno húmedo. Pero como mostró la última sequía, que fue tremenda, las napas no bajaron hasta profundidades históricas. Aún sin lluvias, no vaciamos el mate. Con lo cual, si después viene un año muy lluvioso, que es lo que se espera ahora con [el fenómeno de] El Niño, nos inundamos mucho más fácil que antes”.
Las soluciones
La agricultura está en el origen del problema, pero las consecuencias no solo golpean a los productores; además de que los lotes agrícolas están anegados durante más tiempo, y pueden ir degradándose, hay otros perjuicios.
“Se dan diferentes situaciones –detalla Jobbágy–. En las tierras más húmedas, en general no hay una degradación grande. En cambio, hacia el Oeste, en San Luis o en Santiago del Estero, se presenta un problema importante y del que no hablamos en este estudio, y es que el agua en general viene con sales que se acercan a la superficie, y en muchos casos genera un deterioro irreversible, por lo menos en tiempos humanos. Por otro lado, se da una paradoja: la agricultura de granos, maíz, soja, es la principal contribuyente detrás de este proceso, pero no es la actividad que más lo sufre. Lo padece mucho más el tambo, que depende en gran medida de la logística. Hay que ir todos los días al lote, mover las vacas… Una de las primeras cosas en las que impacta la inundación es en el transporte. Pero la producción agrícola tiene formas de acomodarse y vimos en otro trabajo que en los años de inundación a la agricultura no le va tan mal”.
“Además de que se producen humedales, que es una pérdida de área agrícola –subraya por su parte Houspanossian–, a todo eso se le suma la cuestión social. Recorrimos la zona durante la inundación de 2016/17 e incluso en 2019 en Santiago del Estero, y lo que encontramos fue una catástrofe. Las casas tienen problemas en los cimientos, los pozos ciegos se rebalsan... Se generan daños de infraestructura que duran muchos meses, porque son inundaciones de larga duración, no hay escurrimiento, el agua solo se va por evaporación”.
Ante este escenario que “llegó para quedarse” y no es fácil de revertir, por lo menos a corto plazo, los científicos postulan dos tipos de acciones de mitigación factibles. Una, temporal, y la otra, espacial.
“Entre las primeras, se encuentran las rotaciones de cultivos de acuerdo con la situación hídrica que se produzca año a año, o mes a mes –dice Jobbágy–. Cuando se vea que las napas van subiendo, habría que apostar a hacer dos cultivos y no uno, para consumir más agua. O programar cultivos anuales, pero con raíces más profundas. Y también se está hablando mucho de lo que se llama cultivos ‘de servicio´, que son los que se hacen no para producir, sino para mejorar el lote. Como la ‘vicia’, de la que sabemos que usa agua de napas a cuatro o cinco metros de profundidad, que los cultivos de soja o maíz no pueden alcanzar. Cuando corremos modelos de simulación, esto logra frenar un poco la inundación, pero no del todo. La otra estrategia es espacial. Si tenemos un lote que se va a inundar con mucha frecuencia, habría que dejar de insistir con la agricultura y dedicarlo a pasturas u otro uso. En los lugares donde hay monte, mantengamos fajas de monte que hagan el trabajo de bombear agua. También en simulaciones, encontramos que con un 20 o 30% de bosque, el problema en Santiago del Estero se limitaría muchísimo. En ese caso, obviamente uno está dejando un 30% del área sin producir, pero está ganando servicios ambientales y sustentabilidad. Por eso, si alguien me pregunta qué hay que hacer con nuestros montes, hay argumentos contrapuestos, pero desde el punto de vista del agua, creo que tenemos que convivir y avanzar de a poco, monitoreándola. Porque si se avanza rápido y se deforesta el 95% del área, diez años después uno se encuentra con la sorpresa de que las napas subieron y salinizaron el suelo”.
Para aportar estos conocimientos a la solución del problema, científicos y productores mantienen conversaciones fluidas. Uno de los recursos que surgió como subproducto las investigaciones es el desarrollo de un freatímetro [como su nombre lo indica, una tecnología para medir la profundidad de la napa freática] de muy bajo costo, diseñado por estudiantes de ingeniería electrónica de la UNSL.
Según Juan Carlos Bertoni, presidente del Instituto Nacional del Agua, la relación entre agricultura e inundación "es muy fuerte y directa, al menos para una gran parte, sino toda, la región pampeana central argentina. No es dificil imaginarlo, ya que los cambios en los usos del suelo, y el desarrollo de la infraestructura vial y férea afectan tanto al escurimiento superficial como el subterráneo, especialmente en áreas de baja pendiente (cuencas de llanura)". El científico agrega que se trata de un tema de candente actualidad en la región pampeana central argentina. "Las implicancias hidrológicas de la relación entre el cambio de los usos del suelo y los niveles freáticos fue evidenciada de manera clara durante el período húmedo (2017-2018), en el cual vastas zonas de las provincias argentinas de Córdoba, Santiago del Estero, Chaco, Santa Fe, La Pampa y Buenos Aires, fueron afectadas por inundaciones rurales y urbanas persistentes –afirma–. Cabe señalar, sin embargo, que el trabajo no abordó otro aspecto que se constituye como factor también decisivo en la generación de escurrimientos más acelerados e inundaciones de mayor magnitud en inundaciones rurales y urbanas en las regiones citadas. Se trata del significativo aumento de la densidad de drenaje (cantidad de canales por unidad de superficie), que se observa como resultado de la ejecución de obras 'clandestinas' de drenaje superficial (canales, cunetas, etc.). Merece citarse que, por ejemplo, en la provincia de Santa Fe más del 65% de la red de drenaje actual corresponde a canales superficiales artificiales. Entre las causas del gran aumento de ejecución de obras de drenaje 'clandestinos' se encuentra la falta de controles completos en las áreas rurales por parte de los estados provinciales y la irrupción en el mercado de potentes máquinas retroexcavadoras que facilitan la ejecución de este tipo de obras, superando así los inconvenientes que en décadas pasadas implicaba el trabajo en el terreno con máquinas de tipo 'dragalinas', de menor desarrollo tecnológico y mayor dificultad de manejo y mantenimiento. La gran mayoría de estas obras no cuentan con estudios hidrológicos integrales que contemplen la integralidad de las cuencas hidrográficas en las cuales se ejecutan, desestimando así sus implicancias e impactos hacia aguas arriba y abajo luego de su construcción. En este sentido se destaca el efecto de 'transferencia' de efectos hacia aguas abajo, los cuales se multiplican al aumentarse este tipo de obras sin control. Es de esperar que el tema abordado por el artículo gane espacio dentro de las políticas públicas de los sectores hídricos y agrícola, a fin de minimizar los efectos hidrológicos adversos que ya actualmente son evidentes".
“Poder manejar el nivel freático y no estar tan al límite exige aprender a ‘medir la napa’ –dice Houspanossian–. Es algo simple: una sonda automatizada que llega al nivel freático, toca el agua y vuelve a subir. Uno de estos dispositivos importado vale alrededor de 1.000 dólares, con lo cual muy pocos lo compran. El nuestro costará una décima parte. Estamos trabajando para ponerlo a disposición de los productores y otros pobladores de la zona”.
Para Jobbágy, la ecuación costo-beneficio es compleja y requiere un trabajo mancomunado. “Hay zonas en las que por la inundación no se puede sembrar, pero a otras les va muy bien porque hay mucha agua –afirma–. El balance neto de todo este proceso para la producción de granos, termina siendo positivo. Y ahí hay una trampa a la que hay que buscarle solución: una actividad que genera un problema que a sí misma no la afecta tanto, pero al resto de la cadena y a otros sectores que conviven en el paisaje, sí. ¿Cómo salimos? Sentándonos a discutir con evidencias y actitud positiva para negociar. Parte de todo este conocimiento fue construido con los productores. Muchos de los datos que tenemos los tomaron ellos con nuestro asesoramiento, nuestra supervisión. El agro argentino tiene un segmento muy, muy alerta, que mide, lee, estudia, se interroga. Obviamente, es un negocio y a veces entra en colisión con la sustentabilidad. Y para eso estamos nosotros, para poner en evidencia lo que se puede hacer mejor”.
En esta investigación, además de Houspanossian y Jobbágy, participaron Raul Giménez, Juan I. Whitworth-Hulse, Marcelo D. Nosetto, de la UNSL, Wlodek Tych y Peter M. Atkinson, de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido, y Mariana C. Rufino, de la Universidad Nacional de Entre Ríos y la de Munich, en Alemania.