Como en otros miles de casos, las familias de Oscar San Pedro y Walter Zaporta, detenidos y desaparecidos el 4 de junio de 1976, no supieron cuál había sido su destino durante casi medio siglo. Ayer, el juez federal Ernesto Kreplak anunció que se había logrado identificarlos y recomponer parte de su historia gracias a un trabajo de investigación liderado por el Ministerio Público Fiscal y en el que intervino el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Así se pudo determinar que sus cuerpos habían aparecido carbonizados una semana después del secuestro en el cruce de dos rutas del partido de Brandsen y que habían sido enterrados como NN en el cementerio de La Plata.
Ambos eran choferes de la empresa de colectivos La Cabaña y militantes gremiales en la Unión Tranviarios Automotor (UTA). Ambos fueron arrancados de sus casas. San Pedro vivía en Villa Luzuriaga, partido de La Matanza, y Zaporta, en Ramos Mejía. Sus familias no supieron nada de ellos durante 48 años. Pero la Unidad Fiscal de Derechos Humanos de La Plata, en un trabajo conjunto con el departamento histórico judicial de la Corte Suprema, la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad (PCCH) y el Patronato de Liberados identificaron un expediente que se había iniciado una semana después de la aparición de dos cuerpos en el cruce de las rutas provinciales 6 y 53 de Brandsen, y que habían sido trasladados al cementerio de La Plata. En el expediente había un sobre con un mechón de pelo. Gracias al análisis realizado por el EAAF, se pudo corroborar que pertenecía a Walter Zaporta. Es la primera vez que se identifica a un desaparecido por ADN obtenido de un sobre archivado en una causa judicial.
“Lo único que quedó fue un expediente judicial –cuenta Carlos Vullo, director del Laboratorio de Genética Forense del EAAF–. Un mechón de cabello que estaba dentro de un sobre. Nos pidieron que hiciéramos un análisis del ADN mitocondrial. De inmediato dijimos que sí, aunque después de 40 años… Pero también nos dijeron que tenía tejido blando adherido, algo que parecía sangre seca, que nos daba más posibilidades”.
Pero había un problema: el ADN mitocondrial lo transmiten las madres a sus hijos y la única referencia que tenían los especialistas era un varón. De modo que en caso de que pudieran secuenciar ese ADN de casi 50 años en un pelo, iban a tener que buscar otra referencia familiar para compararlo.
“En la célula hay dos tipos de ADN –explica Vullo–. Aquel del que se suele hablar es el ‘nuclear’ [que está encerrado en el núcleo]. Con ese se hacen las pruebas de paternidad y se usa para criminalística forense en casos de violación o abuso, analizando manchas de semen, o en asesinatos, cuando hay rastros de sangre. También se utiliza para saber si alguien estuvo en la escena de un crimen, tocó un objeto y pudo haber dejado impregnado su sudor. En todo eso se usa el ADN nuclear. Pero también hay ADN en las mitocondrias [organelas que producen la mayor parte de la energía de la célula y cuentan con su propio material genético]”.
Cuando se produce la fecundación, el óvulo tiene en su núcleo el ADN nuclear y en el citoplasma, el mitocondrial. Por su parte, el espermatozoide tiene las mitocondrias en el cuello y en la cola, pero en el momento de fecundar solo ingresa la cabeza. “Entra solo el núcleo y es ‘decapitado’ por un mecanismo biológico –ilustra Vullo–. De modo que las mitocondrias del padre se pierden. En el huevo fecundado queda el ADN nuclear, la mitad proveniente del padre y la mitad, de la madre, pero el ADN mitocondrial es todo de la madre. Por eso, los hijos, no importa si son varones o mujeres, van a tener el ADN mitocondrial materno. Si es una mujer, lo va a seguir transmitiendo. Pero si es un varón, no puede. Yo no puedo transmitir a mis hijos el ADN mitocondrial. Tengo el de mi madre, igual que mis dos hermanos varones que tienen el mismo ADN mitocondrial que yo. Ninguno de nosotros pudo transmitir ese linaje”.
La ventaja del ADN mitocondrial es que tiene muchas copias. En el núcleo, hay una copia de ADN; en cambio, afuera, en el citoplasma, hay muchas mitocondrias y por consiguiente mucho ADN mitocondrial.
“Hay tejidos que tienen hasta 10.000 copias de ADN mitocondrial en una célula –destaca el genetista–. Siempre hay por lo menos mil veces más expresión del ADN mitocondrial que del ADN nuclear. Pero el mitocondrial no permite identificar una persona, sirve para identificar un linaje. Si uno quiere distinguir a una mujer de sus hijos, con el ADN mitocondrial no puede, porque son iguales. No identifica al individuo, identifica el linaje materno. Hay otras formas de identificación genética, pero solo utilizando ésta no se puede saber si uno encontró a la madre, a la abuela o a la bisabuela. Sin embargo, por su abundancia, este ADN ofrece más chances de encontrar una copia intacta, aunque la muestra esté muy degradada”.
Para extraer el ADN se utiliza un detergente para romper la membrana de las células y luego una proteasa [una enzima que rompe los enlaces de los aminoácidos de las proteínas, una "tijera" que las corta en pequeños fragmentos]. De esa manera, queda liberado y se lo pega a partículas de sílice, con las que tiene afinidad. Después, se “lava” y se le cambia el pH para desprenderlo y que se pueda analizar con un equipo de PCR, una especie de fotocopiadora que lo recrea en millones de copias para estudiarlo en detalle.
En este caso, cuando se encontró con el mechón del pelo [en cuya raíz podía haber células con ADN nuclear], el equipo del EAAF vio que tenía adherida otra materia, que parecía ser sangre. Cortaron toda la parte externa y extrajeron un cubo de alrededor de un milímetro por lado del área central.
“Así, pudimos secuenciar ADN nuclear y nos dio perfecto –subraya Vullo–, pero además, para corroborar, le hicimos el ADN mitocondrial y lo comparamos con el de los cabellos para saber si eran de la misma persona. Y coincidían. O sea, que la sangre era de la persona a la que pertenecía el pelo. El objetivo de sacar un ‘taco’ del interior fue que estuviera libre de contaminantes, ya que toda la parte externa podía tener ADN contemporáneo mejor preservado en caso de que alguien hubiera tocado o abierto el sobre que contenía la evidencia. Si hubiera estado en un lugar húmedo, probablemente hubiera sido objeto de contaminación con hongos que podían degradar el ADN. Pero sin embargo, nos dio un perfil completo perfecto, que permitió identificar a la persona con un 99.99 % de seguridad. A nosotros también nos sorprendió gratamente haber obtenido el resultado y que hubiera superado los umbrales de certeza que establecimos para identificar a una persona desaparecida”.