Un mes antes de que la Real Academia de Ciencias de Suecia dé a conocer su veredicto sobre los ganadores del Premio Nobel, acaban de anunciarse en una ceremonia virtual los Ig Nobel, una distinción satírica creada por la revista de humor científico Annals of Improbable Research y que se otorga a investigaciones que «primero hacen reír y después, pensar».
Instaurados por el estadounidense Marc Abraham y auspiciados por la Universidad de Harvard para “celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo y estimular el interés de todos por la ciencia”, su nombre es un juego de palabras con el término ignoble (cuya traducción al español sería “innoble”). Los premios son presentados por auténticos Premios Nobel y muestran que los científicos también son capaces de reírse de sí mismos, como lo hacen anualmente en cada entrega, desde 1991.
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En esta oportunidad, uno de ellos recayó sobre un trabajo argentino firmado por Adolfo García, María José Torres-Prioris, Diana López-Barroso, Estela Cámara, Sol Fittipaldi, Lucas Sedeño, Agustín Ibáñez, Marcelo Berthier y Adolfo García (doi: https://doi.org/10.1038/s41598-020-67551-z) que se concentró en la capacidad de algunas personas de hablar “al revés”; es decir, “de atrás para adelante”. (En la edición de 2007, Diego Golombek, Patricia Agostino y Santiago Plano ya habían sido reconocidos con esta distinción por “descubrir que el Viagra ayuda a los hámsteres a recuperarse del jetlag”.)
La idea de investigar esta singular capacidad surgió cuando García se enteró de que el fotógrafo principal de una revista farandulesca tenía el hábito de dar vuelta las palabras para hacer más llevaderas las largas sesiones fotográficas con las modelos. “Por ejemplo, en vez de decir ‘viva el tango’, diría ‘vavi le gotán’”, cuenta García.
Resulta que la habilidad de este fotógrafo para hablar al revés era excepcional, pero además, según descubrió el neurolingüista en sus charlas, existe una asociación argentina de hablantes inversos que se reúnen para mantener conversaciones con esa modalidad. “Terminamos convocando a varios hablantes inversos y construimos los estímulos más raros de nuestras carreras para que tanto ellos como personas comunes produjeran diversas palabras, frases y oraciones al derecho y al revés”, recuerda García.
Si alguien se sorprende de que esta curiosidad merezca planificar una investigación científica, García destaca que “es un excelente modelo para estudiar un aspecto esencial del habla humana: la habilidad de secuenciar fonemas (las categorías de sonidos de una lengua). De hecho, tal es la habilidad que nos permite diferenciar palabras tales como ‘caso’, ‘saco’ y ‘cosa’, uno de los principios básicos de la comunicación verbal”.
“Las personas que practican el habla inversa deberían tener patrones cerebrales específicos para manejar sus habilidades elevadas de secuenciación de fonemas”, se plantearon los investigadores. Y para averiguarlo, evaluaron el desempeño de los participantes en tareas de habla normal e invertida, midieron su densidad de materia gris, la integridad de la materia blanca y la conectividad funcional de sus cerebros.
Encontraron que comparados con los controles, eran mejores al invertir enunciados, pero no presentaban ventajas en el habla normal. Además, mostraban configuraciones estructurales y funcionales particulares a lo largo de las vías dorsal y central, que sustentan múltiples procesos fonológicos con apoyo de áreas asociativo-visuales y de dominio general. “Estos resultados revelan que las habilidades elevadas de secuenciación de fonemas dependen de grandes redes cerebrales que se extienden más allá de los clásicos circuitos fonémicos. Es más, respaldan la visión de que el cerebro humano puede desarrollar vías específicas según las exigencias lingüísticas que le imponemos en nuestra vida cotidiana”, explican.
“No es lo mismo cambiar el orden de los grafemas (letras) que el de los fonemas (sonidos). Al alterar el orden de los grafemas, podemos modificar la identidad de los sonidos. Por ejemplo, si revertimos la palabras ‘celeste’ letra por letra sería /etseleK/ mientras que si se invierten los sonidos sería /etseleS/. En el caso de nuestros participantes expertos, revertían los sonidos, incluso conservando aspectos prosódicos. Ellos solían invertir su habla utilizando una aplicación para que suene como si se dijera de manera convencional”, cuenta Torres-Prioris, primera autora del trabajo.
Contrariamente a lo que podría pensarse, los científicos también encontraron que la habilidad que tenían para invertir el habla no se explicaba por su capacidad para memorizar.
"El fenómeno del habla inversa, ya sea en el nivel de fonema o de sílaba es muy común entre diferentes culturas (un ejemplo es el lunfardo). Esther Duflo, premio Nobel de Economía, nos contó durante la entrega del premio que en Francia también es muy frecuente la inversión de palabras; por ejemplo, decir ‘cimer’ en lugar de ‘merci’. Sin embargo, el simple hecho de incorporar palabras invertidas en el lenguaje, que probablemente no requirieron inversión en tiempo real sino que se aprendieron invertidas, no implica pericia en esta habilidad. En nuestro trabajo, demostramos que los sujetos eran expertos al someterlos a pruebas que requerían invertir palabras en tiempo real, pseudopalabras (palabras inventadas que respetan las reglas fonotácticas del español) y frases de hasta 12 palabras”, explica Torres-Prioris.
Cuando les preguntaron si lo hacían por diversión o “por deporte”, descubrieron que este fenómeno parece comenzar como un juego lingüístico en la infancia y persistir como un pasatiempo, posiblemente también debido al refuerzo social, ya que resulta entretenido. Asimismo, no identificaron ninguna medida cognitiva que fuera significativamente superior al grupo control. “No examinamos aspectos musicales pero sí, por ejemplo, la habilidad para aprender nuevas palabras o aprender un lenguaje inventado (usando tareas ya validadas en estudios de aprendizaje) y no encontramos diferencias”, concluye la científica.
A veces críticas veladas, con frecuencia los trabajos que obtienen el IgNobel llaman la atención por aspectos humorísticos o inesperados. Algunos alcanzan amplia difusión, como el que investigó por qué se forma pelusa en el ombligo o el que puso a prueba la creencia de que la comida que cae al suelo no se contamina si se recoge antes de transcurridos cinco segundos.
Los otros premios de esta edición fueron:
- En química y geología: a Jan Zalasiewicz (de Polonia y el Reino Unido), por explicar porqué a los científicos les gusta lamer rocas en “Comiendo fósiles” (https://www.palass.org/publications/newsletter/eating-fossils).
- En literatura: a Chris Moulin, Nicole Bell, Merita Turunen, Arina Baharin y Akira O’Connor (de Francia, el Reino Unido, Malasia y Finlandia), por estudiar las sensaciones que experimentan las personas cuando repiten una única palabra muchas, muchas, muchas, muchas veces en “La la la la la inducción del jamais vu en el laboratorio (doi.org/10.1080/09658211.2020.1727519).
- En ingeniería mecánica: a Faye Yap, Zhen Liu, Anoop Rajappan, Trevor Shimokusu y Daniel Preston (de India, China, Malasia y Estados Unidos), por utilizar arañas muertas para utilizarlas como herramientas, en “Necrobotics: materiales biológicos que pueden utilizarse como actuadores listos para usar” (doi.org/10.1002/advs.202201174)
- En salud pública: a Seung-min Park (de Corea del Sur y Estados Unidos) por diseñar una variedad de tecnologías que permitan “Un sistema personalizado para analizar las excretas humanas en el toilet”, (doi.org/10.1038/s41551-020-0534-9 , doi.org/10.1038/s41575-021-00462-0 y doi.org/10.1126/scitranslmed.abk3489)
- En medicina: a Christine Pham, Bobak Hedayati, Kiana Hashemi, Ella Csuka, Tiana Mamaghani, Margit Juhasz, Jamie Wikenheiser, and Natasha Mesinkovska (de Estados Unidos, Canadá, macedonia, Irán y Vientam), por explorar cadáveres para saber si hay un número igual de pelos en las dos cavidades nasales de cada persona, “La cuantificación y medición de pelos nasales en población cadavérica” (doi.org/10.1111/ijd.15921)
- En nutrición: a Homei Miyashita y Hiromi Nakamura (de Japón), por sus experimentos para determinar cómo palillos eléctricos y sorbetes puede cambiar el sabor de la comida, en “Degustación aumentada utilizando electricidad”, (doi.org/10.1145/1959826.1959860)
- En educación: a Katy Tam, Cyanea Poon, Victoria Hui, Wijnand van Tilburg, Christy Wong, Vivian Kwong, Gigi Yuen, y Christian Chan, por estudiar el aburrimiento en maestros y alumnos en “El aburrimiento engendra aburrimiento” (doi.org/10.1111/bjep.12549 y doi.org/10.1111/bjep.12549)
- En psicología: a Stanley Milgram, Leonard Bickman y Lawrence Berkowitz (de los Estados Unidos), por experimentos en una calle urbana para ver cuántos pasantes miran hacia arriba cuando ven extraños haciéndolo, en “Nota sobre el poder de atracción de multitudes de diferentes tamaños” (psycnet.apa.org/doi/10.1037/h0028070)
- En física: a Bieito Fernández Castro, Marian Peña, Enrique Nogueira, Miguel Gilcoto, Esperanza Broullón, Antonio Comesaña, Damien Bouffard, Alberto C. Naveira Garabato y Beatriz Mouriño-Carballido (de España, Suiza, Francia y el Reino Unido), por medir en qué medida la actividad sexual de las anchoas afecta la mezcla del agua del océano, en “Intensa mezcla en la parte superior del océano debido a grandes concentraciones de peces en desove” (doi.org/10.1038/s41561-022-00916-3)
Entre otros, participaron en la premiación los genuinos Premios Nobel Frances Arnold, (Química, 2018), Marti Chalfie (Química, 1996), Esther Duflo (Economía, 2019), Peter Doherty (Fisiología o Medicina, 1996), Jerry Friedman (Física, 1990), Wolfgang Ketterle (Física, 2001), Eric mastín (Economía, 2007), Ardem Patapoutian (Fisiología o Medicina, 2021) y Barry Sharpless (Química, 2001 y Química, 2022)