Ya cumplido el aislamiento por haber llegado del exterior, Ivana Bussi y Leandro Casiraghi están entusiasmados y llenos de proyectos. Después de pasar cinco años trabajando en la Universidad de Washington, en los Estados Unidos, se disponen a iniciar una nueva etapa de regreso en el país donde crecieron y estudiaron: Ivana como investigadora en la Fundación Instituto Leloir, en el equipo que lidera Fernanda Ceriani, y Leandro como docente e investigador del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes (Unqui).
Ivana y Leandro son dos de los 50 investigadores que regresaron al país en estos primeros ocho meses después del relanzamiento del “Programa Raíces”, para científicos argentinos que quieren volver a trabajar en la Argentina.
“Estamos felices –cuenta Ivana–. Antes de irme, había viajado muy poco, solo para ir a algún congreso. Siempre tuve la convicción de querer hacer ciencia y docencia acá. No me ‘cerraba’ la idea de quedarme afuera y usar el conocimiento que me había dado el país para ofrecerlo en una universidad privada norteamericana”.
Leandro coincide: “Siempre quisimos volver por muchos motivos; entre otros, uno siente una deuda con la universidad pública. Nos parece importante devolver lo que recibimos”.
Nacida en el partido de Florida, Provincia de Buenos Aires, Ivana se crió en Ezpeleta, Quilmes, y fue al colegio en Berazategui. “Soy la primera profesional de la familia, tanto por el lado materno como por el paterno –cuenta–. Tener una Universidad en el conurbano me permitió trabajar mientras estudiaba. Hice mi doctorado en el laboratorio de Diego Golombek y, cuando estaba terminando la tesis, surgió la posibilidad de ir a hacer un posdoctorado con Horacio De la Iglesia, científico argentino que quería contratar a alguien de América latina, en la Universidad de Washington en Seattle. En marzo de 2016 me fui pensando quedarme dos años, pero las cosas se fueron alargando. Si bien todavía no arranqué full time, estoy super contenta. Pienso que acá se hace ciencia de altísima calidad. Me encanta poder formar alumnos argentinos. Y tener una jefa mujer (me conoce desde que arranqué el doctorado)”.
Cuando Ivana se graduó, Leandro (su pareja) ya estaba trabajando en su posdoctorado en el laboratorio de Mariano Sigman, de la Universidad Di Tella. Debieron tomar la decisión de que ella viajara unos meses antes y luego él se le unió a principios de 2017. Ya mudado a Seattle, continuó con su tarea científica en forma independiente hasta que surgió la posibilidad de una posición fija. Investigó ritmos biológicos en humanos mientras continuaba participando en experimentos en animales. Ahora planea seguir estudiando cómo influye la luna en los ritmos biológicos en comunidades Toba, y analizar patrones de sueño desde una óptica de salud pública a partir de datos masivos.
“Raíces” tiene más de 15 años. Creado en 2003, en 2008 se convirtió en una ley del Congreso de la Nación que lo reconoció como una política de Estado, pero en la última gestión fue perdiendo financiación. “Hasta diciembre de 2015, llegamos a tener 1300 repatriados –detalla Diana Español, su actual coordinadora–. Cerramos 2019 con el peor récord histórico: volvieron solo tres”.
Así las cosas, fue necesario insuflarle nueva vida. Durante el año pasado, Español y Diego Hurtado de Mendoza, secretario de Políticas del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, hicieron reuniones con el equipo técnico y con las redes que lo sostienen, ya que tiene “núcleos” que integran científicos argentinos radicados en el exterior en 17 países. “Hicimos un diagnóstico que fue no solo de los funcionarios, sino también de los científicos, como una manera de reconocer el trabajo que hicieron, porque la verdad es que el programa siguió en pie a pesar de esta falta de financiamiento porque ellos siguieron trabajando para apuntalarlo”.
En diciembre de 2020 se decidió relanzarlo, continuar con lo que se venía haciendo y agregar nuevos ejes estratégicos. “Entre otros, el lanzamiento de nuevas redes en países claves y donde todavía no había, como España y Brasil –detalla Español–. Además, abrimos otras en Nueva Zelanda y República Checa, y también estamos trabajando para lanzarlas en China y México”.
Fuera de las actividades tradicionales (como la difusión de oportunidades para argentinos en el exterior), también se decidió incorporar la visión de quienes viven afuera a la construcción del plan nacional de ciencia 2030. “Así como trabajamos con las provincias y los ministerios sectoriales, también lo hicimos con los científicos de Raíces para que ellos nos ayuden a pensar la política científica de la Argentina desde las diferentes perspectivas que tienen en sus lugares de residencia”, cuenta la funcionaria.
Relanzaron el subsidio “de retorno” (para incorporarse al Conicet, a otro organismo de ciencia o tecnología, o a la actividad privada), que contribuye a financiar el viaje y los gastos originados por la mudanza, y el “Milstein”, para financiar estancias de corta o mediana duración (de 15 días a tres meses) para argentinos que están residiendo afuera, pero quieren venir a hacer una actividad de vinculación con el sistema de ciencia local. “Muchas veces, esto genera nuevos vínculos que después se sostienen a distancia o consolidar los que ya están”, subraya Español. Además, se creó una línea de subsidios “para bienes donados”, que facilita el envío de equipamiento de investigación.
María Belén Gonzalez Fabiani es bioquímica egresada de la Universidad Nacional de La Plata. Hace un lustro se fue a la Universidad de Michigan para hacer un posdoctorado en neurooncología, pero el año pasado regresó para incorporarse a la compañía tecnológica Caspr Biotech. “Siempre supe que quería volver, pero no cuándo –cuenta–. Estuve cuatro años allá y con la pandemia tuve ganas de probarme en otro ámbito laboral. Recibí una propuesta de trabajo en la Argentina y pasé de hacer investigación básica a la industria. Después de haber estado nueve años en la academia, las ganas de volver al país hicieron que me decidiera. Viví en Ann Arbor, cerca de la frontera con Canadá, y lo disfruté muchísimo, pero estar lejos de tu país, de tu casa, de tu gente es un esfuerzo. Estoy muy contenta en mi nuevo trabajo, me siento orgullosa por el grupo que se formó. La ciencia que hago tiene mucho de artesanal. Sigo haciendo experimentos y, a diferencia de la tarea mayormente solitaria de la academia, pensamos con mis compañeros qué cosas podemos cambiar. Estoy muy contenta de haber vuelto. El programa Raíces fue una grata sorpresa. Me ayudaron muchísimo con todo. Fueron los primeros que me dieron la bienvenida a casa. No solo la ayuda económica es importante, sino también sentirse valorada en el nivel profesional. Ojalá que siga creciendo”.
Leandro e Ivana comparten esta mirada. “Cuando uno hace una mudanza desde la otra punta del mundo, la ayuda económica es muy necesaria. Pero también es un estímulo y un reconocimiento”, afirma él. Y ella coincide: “Allá, el principio fue muy duro, es un choque cultural. Después, estábamos cómodos. Tuve la suerte de incorporarme a un laboratorio en el que había dinero para hacer investigación, pero en lo social es muy difícil. Todos los días extrañábamos la forma de relacionarnos que tenemos en la Argentina. La ciencia acá se hace de otro modo. ‘Raíces’ fue un apoyo enorme y también una muestra de que el país nos valora”.