El alto precio de los alimentos naturales (carne, frutas y verduras), la publicidad y los entornos escolares obesogénicos resultan un cóctel tóxico para chicos y adolescentes: los comestibles ultraprocesados son la base de su alimentación, y los índices de obesidad y malnutrición (por exceso y por déficit) no hacen más que aumentar, especialmente en los estratos socioeconómicos y educativos más bajos.
Tales son las conclusiones de un informe realizado por Unicef y la Fundación Interamericana del Corazón (FIC Argentina) analizando dos encuestas nacionales de 2018 y comparándolas con una versión de una de ellas de 2012 y con las Guías de Alimentación de la Población Argentina (GAPA). “La situación actual es preocupante, dado que existe evidencia contundente que demuestra el impacto negativo de la malnutrición por exceso en niños y adolescentes sobre la morbilidad y mortalidad prematura en la edad adulta”, advierten los especialistas.
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Si se analiza el aporte de energía de cada uno de los grupos de alimentos en una dieta de 2000 calorías diarias, los de consumo opcional representan un 34,5%; las legumbres, cereales, papa, pan y pastas un 22,6%; luego le siguen las carnes y huevos con un 13,2%; la leche, yogur y quesos con 12,1%; los aceites, semillas y frutos secos con 8,7%; las bebidas sin alcohol con 5,6%; y por último, las frutas y verduras con 3,3%.
“El alto aporte de ultraprocesados es alarmante; en especial, si se considera la evidencia científica que demuestra que no hay un nivel seguro de consumo de estos productos. Ya que se comprobó que cuanto mayor es su consumo, mayor es el impacto negativo en la salud”, subraya el reporte.
“Es la primera vez que se hace un análisis detallado de lo que comen niños, niñas y adolescentes con datos representativos de todo el país –afirma Victoria Tiscornia, nutricionista e investigadora de FIC Argentina–. El resultado principal es que la alimentación de este grupo se caracteriza por un alto consumo de bebidas azucaradas, carnes procesadas, panificados dulces y salados, cereales refinados y hortalizas feculentas (como harinas, pan, arroz blanco, papa, fideos), y azúcar de mesa. Estos alimentos están desplazando al resto, que son los recomendados. En especial, a las frutas y verduras, de las que en promedio sólo comen el 20% de lo que se aconseja. También, a las legumbres y cereales integrales, y a las frutas secas, cuyo consumo es casi nulo. Esto determina un patrón alimentario que se encuentra alejado de las recomendaciones de nuestras guías alimentarias”.
Otro déficit notable es el de lácteos (leche, yogures y quesos): mientras entre los chicos de 2 a 5 años su presencia en la dieta local supera la recomendación, entre los de 13 a 17 representa apenas el 29,71% (menos de un tercio).
En todos los estratos sociales, entre los dos y los 17 años (la franja en la que se realizó el análisis), se advierte la prevalencia de una doble carga de malnutrición caracterizada por la coexistencia de déficit (carencia de nutrientes) junto con exceso (sobrepeso, obesidad o enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta).
Este estilo de alimentación no solo se da en la Argentina, sino también en el mundo y adquirió “proporciones de epidemia”, enfatizan, y se encuentra impulsado por el sistema alimentario y el entorno obesogénico. La asociación, entre el alto consumo de ultraprocesados y la baja calidad de las dietas coincide con estudios realizados en 30 países y se atribuye a su alta palatabilidad, su gran disponibilidad y las técnicas agresivas de marketing, entre otros factores que promueven su presencia excesiva en la mesa diaria.
Según las encuestas nacionales, la malnutrición por exceso presenta la mayor prevalencia en todos los grupos etarios y niveles socioeconómicos, y está en aumento. El 3,6% de los menores de 5 años, y el 20,4% de los de entre 5 y 17 padecen obesidad. Paradójicamente (o no tanto), los y las adolescentes de nivel socioeconómico más bajo tienen más probabilidades de malnutrición por exceso y un riesgo un 58% mayor de obesidad que los de nivel socioeconómico más alto.
“El estudio se basa en datos que ya conocíamos –explica Sebastián Laspiur, asesor de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en enfermedades no transmisibles–. Provienen de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (Ennys), y de la Encuesta Mundial de Salud Escolar, ambas de 2018. Se hicieron cruces que arrojan conclusiones interesantes”.
La malnutrición por exceso en adolescentes está en aumento en todos los grupos socioeconómicos, destaca el informe. Pero al comparar los resultados de la EMSE 2012 con los de 2018, se vio que el aumento por exceso fue mayor en los niveles educativos bajo y medio.
“Por eso es importante promover políticas que garanticen el acceso a una alimentación saludable, como las que en otros países demostraron ser efectivas –destaca Tiscornia–; por ejemplo, subsidiar la producción de frutas y verduras, y gravar con impuestos que desalienten el consumo de productos ultraprocesados que hoy son la base de nuestra alimentación, como por ejemplo el impuesto a las bebidas azucaradas. Esto también se da por la falta de una regulación que asegure un entorno alimentario saludable. Por eso insistimos en la importancia de tener una ley muy integral en la Argentina, la de Promoción de la Alimentación Saludable, y estamos pidiendo al gobierno que la implemente en forma efectiva”.
La Ley Nº 27.642 no solo contempla el etiquetado, sino la prohibición de vender o promocionar comestibles que tengan sellos en entornos escolares para fomentar buenos hábitos alimentarios desde la infancia. También obliga a las escuelas a incluir la educación alimentaria en sus contenidos y a ofrecer entornos saludables.
“Es un puntapié inicial, con la idea de que se implementen otro tipo de políticas complementarias y que además se acompañe de una fuerte campaña de concientización y sensibilización para que todos sepamos cómo usar los sellos en el momento de comprar. También estamos promoviendo que las provincias adhieran a esta ley tan importante, porque de eso depende su cumplimiento”, dice Tiscornia.
El etiquetado frontal
“El etiquetado es una medida sustantiva –agrega Laspiur–. El esfuerzo debería estar puesto en su aplicación efectiva. Todavía estamos en ese proceso, hay productos que aún no fueron alcanzados y otros que no están cumpliendo, pero es una condición necesaria para avanzar en las otras políticas, porque mientras no se haga, resulta complicado hacer cumplir la norma de protección de los entornos escolares. El etiquetado, más la regulación de la publicidad, la educación alimentaria y un impuesto a las bebidas azucaradas son políticas integrales que podrían torcer la tendencia. Hoy, se gastan muchos recursos en productos que son visualizados como saludables (postrecitos, cereales azucarados o jugos envasados) aunque no lo son. No podemos darnos el lujo de gastar en comestibles que no solamente no son alimentos, sino que son perjudiciales, y que ganaron un mercado importante por la promoción. Las calorías que vienen de ultraprocesados superan las que vienen de alimentos naturales. No solamente es alta, sino que aumenta año tras año. Si ahora con el etiquetado se logra detener la curva de crecimiento de la compra y consumo de estos productos, y empezar a reducir y derivar recursos a alimentos más naturales, se estará dando una batalla efectiva. Esto nos alienta a redoblar esfuerzos para implementar la ley en forma efectiva. La ley de promoción de la alimentación saludable vino a tratar de dar una respuesta a la situación que refleja este estudio: hay un consumo desmedido de ultraprocesados y una reducción de los alimentos naturales [que deriva en] una obesidad creciente en la población infantojuvenil”.