Era el 16 de abril de 1943 y el químico Albert Hoffman se encontraba trabajando en su laboratorio de la compañía Sandoz, en Basilea, Suiza, cuando empezaron a perturbarlo unas sensaciones extrañas. En su diario de esos días, lo cuenta así: “El viernes pasado tuve que interrumpir a media tarde mi trabajo en el laboratorio y marcharme a casa, pues me asaltó una extraña intranquilidad acompañada de una ligera sensación de mareo. En casa me acosté y caí en un estado de embriaguez no desagradable, que se caracterizó por una fantasía sumamente animada. En un estado de semipenumbra y con los ojos cerrados (la luz del día me resultaba desagradablemente chillona) me penetraban sin cesar unas imágenes fantásticas de una plasticidad extraordinaria y con un juego de colores intenso, caleidoscópico. Unas dos horas después, ese estado desapareció”. (LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo, Gedisa, 1980).
Casi por casualidad, mientras investigaba las propiedades curativas de cierto hongo del centeno, Hoffman había descubierto el ácido lisérgico o LSD, que se convertiría en la droga piscodélica más difundida de los años sesenta, y tendría un profundo impacto cultural y social. A esta le siguieron otras, también con efectos alucinógenos, que se convirtieron en símbolos de la cultura hippie. Pero tras varias décadas de prohibición (entre otras cosas, por el peligro que entraña su consumo sin supervisión médica), compuestos como el LSD, el éxtasis y la psilocibina están volviendo a atraer el interés de los especialistas por sus potenciales beneficios para una variedad de trastornos mentales, aunque lo cierto es que los investigadores todavía no entienden muy bien cómo actúan.
Instantáneas de la vida mental
Un experimento cuyos resultados se publicaron en el último número de Nature Medicine (https://www.nature.com/articles/s41591-022-01744-z) podría ofrecer algunas claves. Investigadores del Imperial College London les realizaron resonancias magnéticas funcionales a 43 personas con depresión resistente a los tratamientos convencionales. Los dividieron en dos grupos. A uno, le administraron psilocibina (el ingrediente activo de ciertos hongos comestibles, que introdujo en los Estados Unidos el banquero Robert Gordon Wasson, en 1957, después de haber participado en una ceremonia ritual guiado por una chamana mexicana, y que más tarde sería sintetizado por Hoffman). Al otro, un antidepresivo convencional llamado escitalopram.
Tomaron dos instantáneas de su metabolismo cerebral: el día antes de la primera dosis y alrededor de tres semanas después de la última. Los que recibieron psilocibina informaron una mejoría rápida y sostenida de sus síntomas. En ellos, las imágenes cerebrales mostraron una gran conectividad que se sostuvo durante todo el período de estudio. Por el contrario, los tratados con escitalopram reportaron mejoría leve y sus imágenes cerebrales mostraron que la conectividad entre áreas cerebrales se mantenía restringida.
Interés creciente
El tratamiento de la depresión con LSD tampoco es una completa novedad. Ya en los años 70 u 80 había psicoanalistas que lo ensayaban con sus pacientes con depresión grave en el formato de “sesión prolongada”. Lo singular de este nuevo aporte es que pudo explorar qué ocurre en el cerebro con instrumentos de los que no se disponía en ese momento, como la resonancia magnética funcional.
“El trabajo recibió buenos y malos comentarios. Es muy prometedor en ciertos aspectos, pero también recibió críticas bastante fuertes -destaca el físico argentino Enzo Tagliazucchi, autor de El nudo de la Conciencia (Editorial El Gato y la Caja, 2021)-. En los setenta se trataban algunas de estas cosas con LSD, pero poco después se dejó de investigar, más que nada por una cuestión legal. Esta sería una ‘segunda parte’”.
Difícil de tratar
Tagliazucchi advierte que hay que ser cuidadosos con las conclusiones surgidas de las observaciones de hace seis décadas. “La forma en que construimos el conocimiento científico y otorgamos validez a los resultados que obtenemos no es la misma hoy que en esa época -explica-. En la actualidad, se realizan ensayos clínicos controlados por placebo y hay que completar las distintas fases (1, 2 y 3). Esos procedimientos no estaban tan establecidos en aquel entonces. En ese tiempo se utilizaron psicotrópicos, pero no se aprovechó la oportunidad para verificar si funcionaban, que es lo que se está haciendo ahora: se hacen análisis rigurosos para dilucidar si se puede concluir que el efecto de las drogas psicodélicas es mejor que el de un placebo y el de otras herramientas que ya existen”.
En este trabajo encontraron varias diferencias. Por un lado, el alucinógeno se administra una vez o dos como mucho, y tiene un efecto prolongado. De esa manera, tiene menos efectos secundarios que otros fármacos que están en uso. Además, las drogas psicodélicas, como la psilocibina, son seguras y no generan dependencia. “El problema con este tipo de estudios es que resulta muy difícil ‘enmascarar’ la sustancia activa que se quiere evaluar -explica Tagliazucchi, que hace diez años investiga en el tema-. En teoría, el paciente no tiene que saber cuál le toca, si la droga o el placebo. Y el inconveniente con los psicodélicos es que enseguida se dan cuenta, porque generan cambios muy marcados en la conciencia. Entonces, eso hace dudar de que la eficacia de la droga sea tan alta como en realidad parece que es, porque cuando un sujeto sabe qué droga le tocó, empieza a sugestionarse y puede entrar en juego el efecto placebo”.
Lo que se sospecha que es que no es la acción de la droga en sí misma la que tiene acción antidepresiva, sino el estado de conciencia alterado que genera. “De hecho, en los Estados Unidos, hay un grupo de investigadores que está intentando desarrollar drogas similares a los psicodélicos, pero que no produzcan [estados alterados de conciencia]. Y parece que es muy difícil, porque lo que tiene el carácter antidepresivo son precisamente esos efectos”, destaca el científico.
Por ahora, no hay una explicación ‘reduccionista’ de cómo actúan los psicodélicos: aunque surgieron pistas de cómo funcionan en el nivel molecular, no alcanzan a explicar la cascada de cambios que ocurren en la conciencia. “Sabemos lo que pasa al comienzo del proceso, pero después se vuelve mucho más complicado y ya no entendemos qué ocurre”, detalla Tagliazucchi.
Hipótesis en danza
A poco de ingerirlas, se presentan cambios en la percepción visual, en los colores, en los patrones geométricos. En general, no se producen alucinaciones sobre cosas que no existan, sino que se advierten modificaciones del entorno. Pero además hay cambios en la percepción de la propia identidad y del propio cuerpo. “Muchas veces, las personas sienten que ya no tienen un cuerpo o que están unidas con todo lo que las rodea, que desaparece el límite de su propio ser -cuenta el científico-. Después, por supuesto, hay también una parte introspectiva. Las personas recuerdan muy vívidamente ciertas etapas de su vida. Hay mucha introspección. Y revisitar las propias experiencias puede llevar a individuos depresivos a tener una remisión”.
Una de las hipótesis que intentan explicarlo, y es la que explora este trabajo, es que las drogas psicodélicas pueden aumentar la flexibilidad cognitiva; es decir, la capacidad de ver las cosas desde una perspectiva diferente. “Muchas veces, una persona con depresión está ‘atorada’ en pensamientos que se repiten una y otra vez -explica Tagliazucchi-. Poder salir de ese ciclo y adoptar otro punto de vista puede ser muy útil; se piensa que las drogas psicodélicas dan esa posibilidad. Por supuesto, eso solo no alcanza. Tienen que estar acompañadas por psicoterapia, es muy importante la ayuda profesional”.
Para el investigador, la idea de que las enfermedades psiquiátricas más conocidas derivan de un desequilibrio químico en ciertos neutransmisores está errada y como prueba basta con reparar en lo mal que funciona la mayoría de las drogas de que disponemos. “Los fármacos que tenemos hoy intentan recuperar ese balance químico -subraya Tagliazucchi-. Pero no hay evidencia clara de que ese desequilibro exista y las drogas que intentan corregirlo tienen una eficacia muy baja. Aunque hay ramas de la medicina en las que ese enfoque reduccionista sí es útil, el cerebro tiene propiedades, características que hacen muy difícil abordarlo desde esa visión. Esos otros métodos que son tan útiles en otras ramas de la medicina, parece que no lo son para tratar la patología psiquiátrica”.
El profesor David Nutt, director del Centro Imperial para la Investigación en Psicodélicos, estima que estos hallazgos son importantes porque por primera vez se puede ver que la psilocibina funciona en forma diferente de la de los antidepresivos convencionales.
El último autor del artículo de Nature Medicine, Robin Carhart-Harris, director de la División de Psicodélicos Neuroscape, en la Universidad de California en San Francisco, consideró que las imágenes de resonancia magnética funcional ofrecen pistas sugestivas sobre la forma en que la depresión habita en el cerebro. Las imágenes cerebrales podrían compararse con un paisaje ondulante marcado por colinas y valles profundos. Las personas con depresión a menudo se quedan atrapadas en un valle. Aunque los antidepresivos más corrientes (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina) pueden hacerlos sentir mejor, no parecen cambiar el panorama general de su cerebro. Pero los tratamientos con psilocibina, destacó, parecen proporcionar una salida al inducir una “mayor integración de la red cerebral, esencialmente activando partes del cerebro que antes estaban incomunicadas entre sí”.
Estudios en la Argentina
Dado que en la Argentina todavía no se hacen ensayos clínicos con alucinógenos, su grupo está estudiando el consumo de psicodélicos en contextos naturales, como por ejemplo ceremonias rituales con chamanes facilitadores. Pero ya planean un estudio en el Hospital Borda, con pacientes que tienen diagnóstico de cáncer que pone en riesgo su vida y pueden desarrollar depresión difícil de tratar. “Se sabe que los psicodélicos funcionan mejor que otras terapias y queremos explorarlo -concluye Tagliazucchi-. Ya tenemos la aprobación del comité de ética del Borda, y estamos aguardando la de la Anmat y el Sedronar para poder importar la droga y administrarla”.
No son los únicos. La Deutsche Welle difundió recientemente un proyecto de investigación del Instituto Central de Salud Mental de Mannheim, sobre 144 pacientes, también con terapia asistida con psilocibina. Y en la Charité, de Berlín, se celebró la conferencia "insight2021”, de la Fundación Mind (que defiende el "uso basado en la evidencia, seguro y legal, de la experiencia psicodélica en la medicina y la sociedad"), en la que durante cuatro días se discutió sobre los procesos neurológicos que desencadenan estas drogas. Tal vez un reflejo del interés que despiertan sea el "Registro de Berlín”, que incluye unas 130 empresas que ofrecen desde retiros de psilocibina en los Países Bajos, hasta el sonido adecuado a través de auriculares para un viaje interior.