A mediados del siglo XX, en Buenos Aires y el Conurbano, las familias festejaban con entusiasmo; hoy ya no es el mismo, pero al final mantiene su vigencia. Y si bien para algunos está exangüe, otros lo disfrutan con ganas. De hecho, hubo que recuperarlos de la prohibición que había intentado condenarlos al olvido en 1976 para dar rienda suelta a la alegría popular.
Dicen que el carnaval llegó a América con los conquistadores (españoles y portugueses) y se fundió con rituales autóctonos. En la ciudad supo haber corsos, disfraces, bombos y murgas, especialmente en algunas calles del centro, Belgrano y Flores, y en la Avenida de Mayo. A tono con temperaturas más cálidas que las de este año, una de las diversiones centrales era echar agua (mayormente con “pomos” que grandes y chicos apuntaban hacia personas del sexo opuesto, “bombitas” o, directamente, a baldazos), aunque en “el centro” estaba prohibido, así que cuando no se podía practicar el disparo hídrico, se recurría a la serpentina, la espuma o el papel picado.
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Fue precisamente en los bailes de principios del siglo pasado que seguían a los corsos donde irrumpió el tango. Por esos años surgió la orquesta típica criolla y, en 1926, se estrenó uno que se convirtió en clásico: Siga el corso, con letra de Francisco García Jiménez y música de Anselmo Aieta, que cantaron Gardel, Ignacio Corsini, Julio Sosa y Goyeneche, entre tantos otros. “Esa Colombina puso en sus ojeras / Humo de la hoguera de su corazón,/ Aquella marquesa de la risa loca/ Se pinto la boca por besar a un clown./(..) Te quiero conocer saber adonde vas /Alegre mascarita, que me gritas al pasar / "Quien soy?, Adonde voy?", "Adiós... Adiós... Adiós…"/ "Yo soy la misteriosa mujercita de tu afán”./ No finjas más la voz, abajo el antifaz / Tus ojos por el corso, van buscando mi ansiedad…/ Descúbrete, por fin... Tu risa me hace mal/ Detrás de tus desvíos, todo el año es Carnaval”.
Prueba de la enorme popularidad de los carnavales es que en esas épocas hasta existían modistas y tiendas dedicadas a los disfraces. Una de ellas y aparentemente la última en desaparecer fue la “Casa Lamota, donde se viste Carlota”, de Bartolomé Mitre al 1500. Con ella se fueron extinguiendo los efímeros vestuarios de dama antigua, bailarina, hada y hawaiana, de pirata, gaucho y soldado.
Sin embargo, no siempre las fiestas callejeras fueron bien recibidas. En Buenos Aires desde setenta años atrás (1810-1880), José Antonio Wilde cuenta que otras celebraciones que tradicionalmente se realizaban en octubre, las Fiestas de la Recoleta, fueron consideradas “ofensivas y peligrosas”. El 15 de ese mes de 1879, cuenta Wilde, se publicó un artículo “contra las vergonzosas escenas y asesinatos” (sic) de estas reuniones, y se pedía que fueran abolidas.
Unos años más tarde, el 22 de febrero de 1885, durante el “entierro del carnaval” de ese año, agentes de policía detuvieron a un grupo de jóvenes que lanzaban agua a los paseantes desde balcones ubicados en Reconquista y 25 de mayo. Uno de ellos era un adolescente Marcelo Torcuato de Alvear (16 años, hijo del primer intendente de la ciudad) que luego sería presidente. Todos ellos tuvieron que quedarse en el Departamento Central de Policía hasta la mañana siguiente, y fueron liberados gracias a que intercedió otro apellido ilustre, Bernardo de Yrigoyen, por entonces Ministro del Interior.
Poco a poco, a mediados del siglo pasado, los carnavales fueron reemplazados por bailes multitudinarios en clubes; algunos, incluso con artistas internacionales. Para preservar su iconografía, hubo un coleccionista, Orestes Vaggi, que llegó a comprar un departamento cerca de la Vuelta de Rocha, en La Boca, en el que exhibió instrumentos y objetos típicos, como bombos, trajes o un violín hecho de tapitas de cerveza. Como dicen las arqueólogas del Conicet María Luz Endere y Mercedes Mariano, los carnavales son manifestaciones del patrimonio cultural intangible, “reúnen prácticas y representaciones diversas, y generan espacios donde confluyen múltiples manifestaciones como la música, la danza, las máscaras, la indumentaria, junto con saberes, significados y sentidos que fortalecen el tejido social e identitario de una comunidad” y por lo tanto habría que preservarlos. Larga vida al carnaval…