“Imagina que estás en una carretera. Es de noche, vas a toda velocidad y no ves el precipicio que está enfrente tuyo y al que te estás acercando. La humanidad está recorriendo esa autopista. Queremos echar luz, generar conciencia sobre la carrera en la que estamos embarcados y que así tengamos tiempo para esquivarlo o dar la vuelta”.
Así describe la geóloga colombiana Liliana Narváez el último informe del Instituto para el Ambiente y la Seguridad Humana de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU-EHS) sobre riesgos de desastres interconectados. El reporte, que se presentó este miércoles, advierte que si no se enfrentan los riesgos de sistemas socioecológicos críticos, se avecinan impactos imprevisibles.
El trabajo es el tercero de una serie iniciada en 2021 y en él los autores advierten que hay seis “puntos de inflexión” o “de quiebre”:
- Las extinciones aceleradas
- El agotamiento de las aguas subterráneas
- El derretimiento de los glaciares de montaña
- La basura espacial
- El calor extremo
- Un futuro incierto
Cada uno de ellos está estrechamente conectado con nosotros. Su deterioro no es un proceso simple y predecible, ya que la inestabilidad aumenta hasta que, pasado cierto límite, el sistema colapsa y sus impactos son potencialmente catastróficos.
“La sede central de la Universidad de las Naciones Unidas está en Tokio, Japón, pero tiene diversos institutos alrededor del mundo –cuenta Narváez, desde Bonn, Alemania–. El nuestro está en esta ciudad y fue fundado hace alrededor de 13 años, es uno de los más antiguos. Somos algo así como el thinktank de las de las Naciones Unidas, uno de sus brazos técnico-científicos y una institución de estilo académico. Los coautores tenemos diversas especialidades: biología marina, ecología, antropología, geología y geografía”.
El informe define “punto de inflexión” como el momento en el que un sistema socioecológico ya no es capaz de amortiguar los riesgos y cumplir sus funciones. Atravesado ese límite, el riesgo de impactos catastróficos aumenta de forma difícil de prever.
Tras hacer una detallada revisión de la literatura científica, a diferencia de los informes previos en los que analizaban desastres individuales, en éste se concentran en casos entretejidos entre sí, y vinculados con las actividades y los medios de vida humanos.
“Nuestras mayores fuentes de consulta fueron los trabajos revisados por pares y publicados en revistas indexadas –indica Narváez–. También tomamos como referencia reportes de organismos de las Naciones Unidas, de ONG, institutos científicos nacionales, redes especializadas de noticias y organizaciones internacionales de carácter gubernamental”.
El informe abarca seis estudios que incluyen proyecciones sobre temas que les parecieron alarmantes. Uno de ellos es el agotamiento de las aguas subterráneas (acuíferos) un recurso esencial que suministra agua potable a más de dos mil millones de personas.
“Alrededor del 70 por ciento de las extracciones de agua subterránea se utilizan para la agricultura –afirma el reporte–. Hoy, ésta ayuda a mitigar la mitad de las pérdidas causadas por la sequía, un fenómeno que se espera que aumente por el cambio climático”. Pero advierte que ahora son precisamente los acuíferos los que se están acercando a un punto de inflexión: más de la mitad de los principales se agotan más rápido de lo que pueden reponerse.
Y si el nivel cae por debajo de la profundidad a la que acceden los pozos, los agricultores se encontrarán sin posibilidades de obtener agua y sistemas enteros de producción de alimentos estarán en riesgo. Según el informe, “algunos países, como Arabia Saudita, ya superaron ese punto crítico para las aguas subterráneas; otros, como la India, no están lejos”.
“A medida que extraemos indiscriminadamente nuestros recursos hídricos, dañamos la naturaleza y la biodiversidad, y contaminamos tanto la Tierra como el espacio, nos acercamos peligrosamente al borde de múltiples puntos de inflexión que podrían destruir los mismos sistemas de los que depende nuestra vida –afirmó durante la presentación Zita Sebesvari, autora principal del informe y directora adjunta de la UNU-EHS–. Además, también perdemos algunas de nuestras herramientas y opciones para hacer frente a desastres futuros”.
Y lo que es peor: “Una vez cruzado el límite, será difícil regresar”, advirtió Jack O’Connor, otro de los coautores.
“Muchas veces no somos conscientes de cuánto utilizamos el agua subterránea, de cuánto dependemos de ese recurso hídrico. Las personas tendemos a pensar sobre todo en los ríos o, de pronto, los que vivimos cerca de las montañas, en el retroceso de los glaciares –afirma Narváez–. Lo mismo ocurre con la basura o chatarra espacial. Se están lanzando cada vez más satélites, y a pesar de que esto es un avance tecnológico para aplaudir, necesita control porque se están generando demasiados desperdicios en órbita”.
Acerca de la situación de esos objetos que giran en el espacio, la especialista destaca que no hay una reglamentación clara de cuántos años debería funcionar un satélite. “En teoría, pueden tener cinco años de vida útil, y luego empiezan a caer hacia la Tierra –cuenta–. Hace 50 años, cuando comenzaron a lanzarse, ese límite funcionaba bien, porque se confiaba en que reingresarían a la atmósfera y se incinerarían. Pero el problema es que eso no sucede tan rápido, pueden pasar entre unos cuantos años a siglos. Y mientras tanto se genera una cantidad de objetos que resultan un peligro potencial para los que todavía están funcionando. Hay varios escenarios para el futuro, y el peor es que no podamos lanzar más satélites. Eso causaría muchísimos perjuicios. Tenemos que pensar en soluciones: construirlos de otro material, diseñar sistemas para recolectarlos…”
Pero además de identificar riesgos críticos, el informe intenta aportar soluciones. Éstas se dividen en dos categorías: “cuando el punto de inflexión es inevitable, las que nos ayudan a adaptarnos para poder seguir viviendo lo mejor posible –dice Narváez–, y las que nos ayudan a transformar la realidad y alejarnos del peligro”.
Un ejemplo de estos dos enfoques serían los que plantean para enfrentar las olas de calor extremo, que serán más frecuentes e intensas en algunas zonas, y durante las cuales se alcanzarán temperaturas en las que el cuerpo humano ya no puede sobrevivir. De hecho, un trabajo en The Lancet publicado este año calculó que entre 2017 y 2021 aumentaron un 160% las muertes relacionadas con el calor. Una solución de adaptación será instalar aparatos de aire acondicionado. Pero sólo detener las emisiones de gases de efecto invernadero e impulsar el cambio social hacia formas de vida con baja “huella de carbono” podrá ayudarnos a evitar el punto de inflexión.
“Se necesitarán más soluciones innovadoras para alejarnos de un futuro en el que se multiplicarán los puntos de quiebre –afirmó Sebesvari–. El cambio verdaderamente transformador nos involucra a todos”.
Y concluye Narváez: “No queremos que éste sea un reporte pesimista. Todavía tenemos una ventana de tiempo para torcer el rumbo. Esperamos que por el contrario nos dé esperanzas o nos ofrezca herramientas”.