En el “cuadro de honor” de los fans de los dinosaurios, el Spinosaurus ocupa un lugar estelar. Es el depredador feroz y monumental que mata a un Tyrannosaurus en Jurassic Park, personaje protagónico de jueguitos de computadora y hasta aparece en sellos postales de Angola, Gambia y Tanzania. Descubierto en Egipto a principios del Siglo XX, los (pocos) restos originales descriptos por el paleontólogo alemán Ernst Stromer fueron destruidos durante los bombardeos de la Primera Guerra Mundial. Aunque luego se descubrieron otros vestigios y se estima que pudo ser el más grande de los dinosaurios carnívoros (de unos 15 metros de largo, cráneo largo y angosto, y de siete a nueve toneladas de peso), hasta ahora continuaba siendo el centro de un “nudo gordiano”: los especialistas no lograban ponerse de acuerdo sobre si era acuático o terrestre.
Un trabajo que este miércoles se publica en Nature (https://www.nature.com/articles/s41586-022-04528-0) parece haberle puesto punto final al enigma. Después de analizar cientos y cientos de muestras óseas provenientes de diferentes especies, una colaboración internacional en la que participó el argentino Diego Pol, investigador principal del Conicet en el Museo Egidio Ferruglio, de Trelew, no solo descubrió cómo dilucidar si los restos fósiles pertenecen a un dinosaurio terrestre o acuático, sino que además confirmó que este mortífero especímen aguardaba a sus víctimas sumergido en ríos o lagunas.
“Hace unos años empezamos a colaborar con un grupo bastante grande de colegas de distintos países con la idea de desarrollar una gran base de cortes de huesos pertenecientes a distintas especies para tratar de encontrar alguna manera de inferir si un ejemplar extinto era acuático o terrestre –explica Pol–. Dilucidar cómo o dónde vivía un animal que se extinguió hace 100 millones de años no es tarea fácil. A veces ocurre que encontramos restos de una especie claramente terrestre en sedimentos marinos. O al revés, porque un esqueleto puede ser arrastrado por un río y depositado a 30 kilómetros de donde vivía y murió. Desde siempre, averiguar eso fue un desafío muy grande”.
Un caso emblemático de este enigma era el de los espinosaurios. Entre otras cosas, porque eran carnívoros gigantescos, que vivieron en diferentes partes del mundo, incluyendo África, Sudamérica y Europa, y son uno de los pocos grupos de dinosaurios de los que se piensa que podrían haber llegado a ser acuáticos. “Esto es muy interesante –comenta Pol–, porque los dinosaurios hicieron de todo, vivieron en todos los continentes, llegaron a tener todos los tamaños posibles… Pero si hay algo que como grupo no hicieron mucho fue invadir el medio acuático. Evidentemente no les gustaba mucho el agua”.
El estudio, una enorme compilación de cortes de los huesos largos (costillas o restos de las patas) que analizaron con diversas tecnologías, llega a la conclusión de que aquellos pertenecientes a especies acuáticas son más “densos” que los de las terrestres.
Esto se explica porque uno de los problemas que debe enfrentar un organismo que vive en el agua es que tenderá a flotar. Desplazarse por debajo de la superficie exige tener más peso. “Para nadar bajo el agua, tenés que luchar contra tu flotabilidad –explica Pol–; por eso los buzos se ponen un cinturón con pesas que los ayuda a hundirse; si no, el cuerpo tiende a subir a la superficie”.
Lo que hicieron los paleontólogos fue reunir datos de cientos y cientos de especies de vertebrados terrestres (mamíferos, reptiles, aves...) para poner a prueba esa hipótesis y desarrollaron un método para probar estadísticamente si pertenecían a dinos que vivían en el agua o en la tierra.
“El análisis estadístico salió muy, muy bien –se entusiasma Pol–, tiene un poder de predicción altísimo. Lo probamos con animales de los cuales sabemos en qué medio vivían y ofrece un 97% de certeza. Cuando nos fijamos qué pasaba con los espinosaurios, respalda la idea de que fueron los únicos dinosaurios que se animaron a conquistar el medio acuático. De ahora en más, si encontramos un hueso, aunque no sea un esqueleto completo, podemos saber si corresponde a un animal terrestre o vivía en el agua, podemos hacer una inferencia sobre cuáles eran sus hábitos”.
Figurita difícil
Los espinosaurios son una figurita difícil del mundo de los reptiles gigantes, porque casi todos los esqueletos que se conocen están incompletos. Tras la destrucción de los primeros restos recuperados durante la guerra, solo quedaban algunos dibujos. Después fueron apareciendo más, pero siempre fragmentarios. Solo hace dos o tres años se encontró un esqueleto un poco más completo.
“Están entre los más grandes de los carnívoros, rivalizando en tamaño con el Tirannosaurus rex y con Giganotosaurus, de la Argentina –cuenta Pol, que participó en el descubrimiento del titanosaurio más grande del mundo, el Patagotitan mayorum, entre muchos otros–. Es un ‘personaje’ icónico y de los más misteriosos entre los gigantes, debido a que no conocemos tanto el esqueleto. Tienen un cráneo que se parece al de los cocodrilos, con el hocico muy largo... Realmente es un grupo muy diferente del de todos los otros grandes carnívoros”.
Los científicos ya sabían que los espinosáuridos pasaban algún tiempo en el agua, porque sus largas mandíbulas y sus dientes en forma de cono eran similares a otros predadores acuáticos, y también porque se encontraron algunos fósiles con peces en su estómago. Pero un especímen descripto en 2014 sugería que tal vez ese era su estilo de vida predominante. "Como las discusiones seguían y no se lograba zanjar la cuestión –agrega Matteo Fabbri, investigador posdoctoral del Museo Field, de Chicago, Estados Unidos, y primer autor del trabajo–, quisimos encontrar leyes físicas generales que pudieran aplicarse a cualquier animal del planeta. Una de ellas tiene que ver con la densidad de los huesos y la capacidad de sumergirse. Los huesos densos funcionan como una especie de control de flotabilidad".
Para probar su hipótesis, los investigadores emplearon diversas técnicas de adquisición de datos: desde la tomografía, hasta los análisis histológicos. “Pudimos ver que, además de la densidad del hueso en sí mismo, importa qué tan macizo es –destaca Pol–. Los de las especies terrestres es mayormente hueco en el centro; pero en los acuáticos no existe ese vacío, esa cavidad se va llenando de hueso compacto. Eso le da más densidad al mismo volumen. Por afuera, dos fémures, por ejemplo, parecen idénticos, pero adentro uno es macizo y el otro tiene cavidades”.
Para el científico, además del valor de estos hallazgos, el trabajo muestra una tendencia creciente en la paleontología a establecer cooperaciones internacionales y grandes equipos de trabajo. La figura del explorador a lo “Indiana Jones” va dejando paso a lo que en otras áreas de estudio se conoce como “Big Science”.
“Solo reuniendo datos de Sudamérica, África, Estados Unidos y Asia podemos llegar a lograr estos avances –subraya–. Creo que es una forma de investigar que está cambiando el modo en que hacemos las cosas. Algunas de las preguntas más interesantes que quedan por responder sobre la evolución, sobre cómo fue cambiando la vida en la Tierra, requieren análisis de grandes cantidades de datos que exigen esfuerzos grupales y no individuales. Se necesitan equipos multitudinarios y que tengan acceso a materiales que están en distintos lugares, museos, universidades...”
Por su parte, Fernando Novas, paleontólogo del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, en Buenos Aires, opina que es un honor para la ciencia argentina que Pol haya participado en esta investigación. "La paleontología no solo se nutre de nuevos hallazgos, sino también de la integración de datos ya conocidos, pero dispersos –explica–. Diego y sus colegas hicieron un trabajo formidable e innovador, que aclara los hábitos ecológicos de diversos grupos de dinosaurios".