A diferencia del clima frenético que domina los episodios de la serie norteamericana CSI (Crime Scene Investigation), tan exitosa que no solo se mantuvo durante más de dos décadas, sino que dio origen a una franquicia con la misma fórmula en varias ciudades de los Estados Unidos, en el laboratorio de la UBA que finalmente descubrió cuál es la sustancia que se comercializó mezclada con cocaína y causó la muerte de 24 personas, reina la más absoluta tranquilidad.
Ubicado en el subsuelo del monolítico Pabellón II de la Ciudad Universitaria, en un recinto que forma parte de la Unidad de Microanálisis y Métodos Físicos en Química Orgánica (Umymfor, del Conicet y la UBA), solo se escucha un murmullo sordo y persistente. Es el sonido de un equipo capaz de detectar trazas infinitesimales de distintas sustancias en compuestos orgánicos (cuya estructura principal está basada en el carbono). Gracias a esta tecnología que adquirieron en 2009 y actualizaron en 2017, un equipo de investigadores entrenados en descubrir una aguja en un pajar químico pudo resolver el enigma que desconcertó a integrantes de las fuerzas del orden y toxicólogos durante nueve días de pruebas infructuosas sobre la droga que habían consumido las víctimas: carfentanilo, opioide 10.000 veces más potente que la morfina, 100 más que el fentanilo del que deriva y 5000 más que la heroína. La dosis letal se alcanza con apenas 20 a 30 microgramos.
Además de utilizarse para investigación, el Umymfor asiste con espectroscopía (el análisis de las interacciones entre la radiación electromagnética y la materia) a investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y de otras universidades, empresas (fundamentalmente de la industria farmacéutica) y a otros organismos del Estado, cuando lo solicitan.
No es la primera vez que estos científicos son convocados para resolver misterios. Ya en 1992 ayudaron a dilucidar que el jarabe de propóleo elaborado por el Laboratorio Huincul, en La Plata, un caso que acaparó las portadas de los diarios de la época, había sido contaminado con dietilenglicol, un líquido viscoso, incoloro e inodoro, de sabor dulce, que causó intoxicaciones letales. Más recientemente, trabajaron para la Sedronar determinando la procedencia de drogas de abuso.
“Estos equipos tienen aplicación fundamentalmente en química orgánica –explica Gerardo Burton, su director–. Nosotros, en particular, lo usamos para la química medicinal. Trabajamos en esteroides” (versiones sintéticas de la testosterona, la principal hormona sexual de los hombres).
Burton estaba de vacaciones cuando le avisaron que llegaría la muestra para analizar. Las interrumpió y se dirigió al laboratorio. Allí, junto con Gabriel Cases y colegas, tomaron la posible cocaína adulterada, la solubilizaron en un solvente adecuado y la inyectaron en un cromatógrafo líquido de “alta resolución”.
A grandes rasgos, “ahí se separan los componentes de esa mezcla y luego el espectrómetro de masas lo que hace es bombardear con electrones cada compuesto –explica Cases–. El resultado se puede ver en un detector. Es lo que se llama ‘espectro de masa’. Algo así como un identikit de cada sustancia. En este caso, por el equipo que tenemos es de alta resolución. Sobre esa base se puede identificar con un pequeño porcentaje de error qué fórmula molecular tiene ese compuesto”.
Los científicos destacan que la demora en identificarlo se debió a varios factores. “Uno fue la cantidad, que es muy, muy pequeña –dice Cases–. En segundo lugar, estas sustancias no son volátiles y los equipos que estuvieron usando realizan cromatografía gaseosa. Son similares a éste, pero en lugar de usar un líquido para separar los compuestos, volatilizan la muestra y después la separan en fase vapor. De ese modo, es más difícil detectarlos. Y hay un tercer problema: en esos instrumentos esta sustancia en particular no tiene un espectro de masa muy representativo, mientras que en éste da uno mucho más característico y se puede identificar sin ninguna duda”.
Los científicos bromean acerca de que la forma más fácil de hacer esto, cuando se puede, es lo que uno ve en la televisión. “Se inyecta en el cromatógrafo ‘mágico’ que tienen en CSI –comenta Cases–, separan todo y después buscan en una base de datos de qué se trata. Pero eso tiene muchas limitaciones. El compuesto que uno busca tiene que estar en la base, y para eso alguien tiene que haberlo encontrado, medido e incluido. Y uno solo va a encontrar lo que esté catalogado. Si quiere algo que no está, no lo va a encontrar. Nosotros lo que hicimos fue diferente: cruzamos los datos de la bibliografía donde se describe cómo son los iones (partículas cargadas eléctricamente) y cómo se ve este compuesto en este tipo de equipos y así pudimos identificarlo”.
Todo el proceso, entre la preparación (que debe hacerse con protección personal: guantes, barbijo y gafas) y la cromatografía en sí, tarda alrededor de dos horas. La proporción del carfentanilo en la mezcla, que contenía cocaína, pero también [el edulcorante] sorbitol, por ejemplo, era muy baja, pero no se puede saber exactamente de cuánto, porque para eso hace falta un “standard”, una molécula testigo, que en el país no existe. “Necesitaríamos tomar una muestra de carfentanilo puro y ver cómo ‘sale’ en el equipo –aclaran–. Estamos explorando la posibilidad de conseguir, pero no es fácil. Su comercialización está controlada por la DEA (la Administración de Control de Drogasde los Estados Unidos), se exige certificado de importación y autorización de la Anmat”.
No siempre el trabajo detectivesco consiste en identificar una sustancia en una mezcla. Para la Sedronar, trabajaron con metanfetamina para reconocer impurezas de la síntesis. “Son productos secundarios o reactivos que contaminan –explica Burton–. Si uno los identifica, puede averiguar cómo fue sintetizada y, según la vía de síntesis, el origen. Así, se podía saber si venía del sudeste asiático, de México o de Europa, porque se conocen los métodos que emplean en cada lugar. Eso ayuda a rastrearla”.
Los investigadores no arriesgan hipótesis para explicar cómo llegó el carfentanilo a la droga adulterada. “Los que hacen estas mezclas no controlan cómo quedó el producto final –dice Cases–. Siempre las muestras contienen cocaína más algo para ‘estirarla’, que puede ser almidón, lactosa, bicarbonato... Por ejemplo, en alguna oportunidad analizamos paco y encontramos tiza, carbonato de calcio… Eso se usa como diluyente y, a veces, si se le agrega mucho, se ponen otras cosas como para que tenga algún efecto: cafeína, lidocaína..”.
Para hacerse una idea de la potencia del carfentanilo, analgésico que se utiliza para dormir elefantes y otros animales de gran porte, en general lanzándoles dardos tranquilizantes, los científicos comentan que se empleó para liberar la toma del Teatro Dubrovska por terroristas chechenos en 2002, donde terminó con la vida de por lo menos 170 personas. “Lo enviaron por el sistema de ventilación del edificio –concluyen–, pero como no se informó al personal de emergencias qué droga se había utilizado, los paramédicos que intervinieron veían a las personas desmayadas y no sabían con qué tratarlos”.