Cuando se asciende por las escalinatas de mármol de la Royal Society, en Londres, lo primero que se advierte al levantar la vista es la silla de uno de sus miembros más ilustres, nada menos que Isaac Newton (1642-1777), el primero en demostrar que las mismas leyes gobiernan el movimiento en la Tierra y el de los cuerpos celestes. Lo singular del caso es que esa sociedad, hoy considerada la más antigua del mundo, “para el avance de la ciencia natural”, fue creada ¡en 1662!
Como era habitual en esos tiempos, los científicos que se reunían cada semana en la Royal Society costeaban sus investigaciones con las riquezas familiares, la intervención de un mecenas, o trabajando para la realeza o para la iglesia.
Pasarían casi tres siglos para que los países arbitraran los medios que convirtieron las vocaciones científicas en una alternativa profesional con dedicación full time y la hicieran accesible a personas que no contaban con esos medios. Desarrollaron estructuras institucionales dedicadas por entero a la construcción de conocimiento sobre los temas más diversos que resultaron un fabuloso trampolín para el avance económico y social.
Nuestro Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), creado el 5 de febrero de 1958, entre los primeros de la región, acaba de cumplir 66 años. El año pasado fue reconocido por quinta vez como la mejor institución gubernamental de ciencia de Latinoamérica según el Ranking Scimago (que mide el trabajo de 95 instituciones gubernamentales de la región) y ocupa el puesto trece entre 1747 instituciones gubernamentales de todo el mundo.
“La National Science Foundation, de los Estados Unidos, se inició en 1950 –detalla el físico, e historiador de la ciencia y la tecnología Diego Hurtado de Mendoza, ex vicepresidente de la CNEA y de la Autoridad Regulatoria Nuclear–. El Centre Nacional de Recherches Scientifiques (algo así como el Conicet de Francia), alrededor de 1939 [a partir de otros organismos afines]. El Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil (CNPq), en 1951. Es interesante el CNPq se crea un año después del antecesor del Conicet en la Argentina. El gobierno de Perón crea en mayo de 1950 la Comisión Nacional de Energía Atómica y alrededor de un mes más tarde, la Dirección Nacional de Investigaciones Técnicas, que dos años más tarde pasa a llamarse Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Es esto lo que se disuelve en 1956, ya con el gobierno de facto, y con sus bienes materiales y personal administrativo se funda el Conicet”.
Este organismo autárquico y descentralizado, cuyo primer presidente fue el Premio Nobel Bernardo Houssay, pasó a ser la columna vertebral del sistema local de ciencia y tecnología, que hasta el último cambio de gobierno integraban también otros organismos dependientes de 17 ministerios. Permitió profesionalizar la investigación por medio del otorgamiento de becas para estudios doctorales y posdoctorales, tanto en el país como en el extranjero, la evaluación continua de la carrera del investigador científico y tecnológico, y del personal de apoyo a la investigación, y el financiamiento de proyectos y de unidades ejecutoras, y la promoción de vínculos y colaboraciones con organismos internacionales gubernamentales y no gubernamentales.
Sus áreas de estudio incluyen una gran diversidad de disciplinas, desde las ciencias de la ingeniería, a las exactas, las biológicas, las agrarias, el estudio de materiales, la biomedicina, la física, la matemática, y las sociales y humanas.
Posee más de 300 institutos agrupados en 16 centros científico tecnológicos, ocho centros de investigación y transferencia ubicados a lo largo y ancho del país, desde Jujuy a Tierra del Fuego, en los que trabajan más de 11.800 investigadores e investigadoras que son evaluados cada dos años, un número similar de becarios y becarias de doctorado y postdoctorado, más de 2.900 técnicos, técnicas y profesionales de apoyo a la investigación, y aproximadamente 1.500 empleados y empleadas administrativos.
Ya sea en sus propios institutos, o en universidades u otros organismos, sus científicos investigan en una infinidad de temas, desde .
Su historia está colmada de logros sobresalientes. Ya sea dentro de la propia institución o en colaboración con otros organismos del sistema científico local. Sus investigadores se destacan en el plano internacional y producen trabajos que se publican en las mejores revistas científicas. Solo por mencionar algunos ejemplos, más allá del Nobel de Química (el primero a un iberoamericano) otorgado en 1970 a Luis Federico Leloir, que trabajó en la Fundación que hoy lleva su nombre, la Argentina es hoy el único país de Sudamérica capaz de desarrollar vacunas de inicio a fin, el único que fabrica satélites, incluidos los geoestacionarios, el único que está relativamente cerca de tener un lanzador propio y está desarrollando un nuevo concepto de “enjambres de satélites” que compartirán servicios mientras estén en órbita, es socia de las principales agencias espaciales del mundo, está diseñando y construyendo el primer reactor de potencia íntegramente diseñado y construido en la Argentina, y que la ubica a la vanguardia del segmento de reactores modulares de baja y media potencia. Es, también, productora de radiofármacos con una tecnología desarrollada en el país y a fines de este año podría tener en operaciones uno de los reactores de investigación más modernos del planeta (el RA-10) que podría ubicar al país como productor y exportador del 20% de los utilizados en el mundo.
En el mismo predio, avanza hacia su finalización el Laboratorio Argentino de Haces de Neutrones, una instalación de punta que dará servicios para el estudio avanzado de materiales no solo a la comunidad científica local, sino también regional.
En 2022, después de 15 años de trabajo, se instaló en la Puna salteña, a 4980 metros de altura, el observatorio Qubic, dotado de una tecnología único en el mundo y en el que participan más de 130 especialistas argentinos y de otros países. Ubicado en Alto Chorrillos, intentará verificar la teoría actualmente aceptada de que el universo se expandió en una fracción de segundo después del Big Bang.
En todos estos emprendimientos intervienen científicos y científicas del Conicet. La lista, incompleta, lo estaría aún más si no se consignara que en la última década se avanzó también en la transferencia de tecnología. La Argentina está ubicada hoy en el puesto número 10 en el mundo por su cantidad de empresas biotecnológicas, por encima de países como Dinamarca, Noruega y Austria. Son 340 distribuídas mayoritariamente en la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mendoza y Tucumán. Treinta y tres son de nanotecnología, 77 se dedican a biotecnología agropecuaria y 73 a la salud humana. De laboratorios del Conicet surgen equipos que nutren a la industria privada, o que trabajan en colaboración con distintas compañías. Raquel Chan, directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL), del Conicet y de la Universidad Nacional del Litoral, desarrolló semillas transgénicas de trigo y soja resistentes a la sequía. Este último año, a partir de investigaciones realizadas durante 30 años, se inauguró Galtec, una empresa de base tecnológica alojada por ahora en el Ibyme, que producirá fármacos innovadores contra el cáncer y las enfermedades autoinmunes.
Científicos y científicas del Conicet ocupan y ocuparon puestos de la máxima jerarquía internacional. Siete integran la Academia de Ciencias de los Estados Unidos (el bioquímico Armando Parodi; el físico Francisco de la Cruz; el biólogo Alberto Frasch; la ecóloga Sandra Díaz, el geólogo Víctor Ramos, el biólogo Alberto Kornblihtt, y el inmunólogo Gabriel Rabinovich). La meteoróloga Celeste Saulo fue elegida por aclamación secretaria general de la Organización Meteorológica Mundial, puesto que ocupa desde enero de 2024. Carolina Vera fue vicepresidenta del Grupo I del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), que integra también una colega, Matilde Rusticucci, por mencionar solo algunos casos.
Investigadores del Conicet se destacan en los campos más diversos, desde la genética a la biología molecular, la virología, la geología o la paleontología. Siete científicas argentinas recibieron el Premio Internacional L'Oréal-Unesco por las Mujeres en la Ciencia que se otorga a una investigadora por continente. Cientos acudieron sin dudarlo a la convocatoria para contribuir al control de la pandemia y generaron tests rápidos de anticuerpos, barbijos, nuevos métodos para hacer testeo más rápido, diseñaron estrategias sanitatiras, monitoreo genómico y los estudios de validez y eficacia de las vacunas. Toda esa riqueza está hoy en riesgo de desguace y desfinanciamiento. Perderla sería literalmente imperdonable.