A comienzos de 2008, una científica de la Universidad de Minnesota llamada Doris Taylor probó experimentalmente que la idea de “fabricar” órganos de repuesto en el laboratorio no era un delirio de fanáticos de la ciencia ficción. Extrajo todas las células del corazón de un roedor muerto dejando las válvulas y la estructura como andamiaje en los que inyectó nuevas células cardíacas de ratas recién nacidas. En dos semanas, obtuvo un corazón palpitante que conducía impulsos eléctricos y bombeaba una pequeña cantidad de sangre. El resultado dio lugar a un artículo del New York Times en el que se aseguraba que “El sueño de la medicina de hacer crecer nuevos corazones humanos y otros órganos para reparar o reemplazar los dañados recibió un impulso significativo”. Expertos que no habían participado en el trabajo lo consideraron un “logro histórico” y un “avance impresionante”.
Esta semana, la FDA concedió el primer permiso para iniciar ensayos clínicos en humanos de un hígado producido fuera del cuerpo humano, en un biorreactor. Aquella idea de novela empieza a hacerse realidad.
“Pensábamos que nos iban a autorizar más o menos en abril y que después, con suerte, los ensayos clínicos empezarían en junio. La decisión nos sorprendió gratamente”, cuenta el científico argentino Ernesto Resnik, que hace exactamente un año lidera el equipo de 11 personas a cargo de diseñar los experimentos para probar que esos órganos son plenamente funcionales y cumplen con los requerimientos de seguridad que exige la agencia regulatoria norteamericana.
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Las investigaciones de Doris Taylor fueron continuadas por la compañía Miromatrix, adquirida en diciembre por United Therapeutics, que posee también una división dedicada al desarrollo de cerdos transgénicos o humanizados para la producción de órganos para xenotrasplantes.
“United Therapeutics ahora está a la cabeza de todo lo que sea órganos de bioingeniería para trasplantes –destaca Resnik–. Es un campo tan nuevo que el proceso tal vez hubiera llevado más tiempo si no fuera porque el Congreso de los Estados Unidos está empujando a la FDA a tomar un poquito más de riesgos. En el caso nuestro, son limitados. Ahora nos da permiso para empezar los estudios clínicos. Cuando tengamos el diseño del ensayo tendremos que volver a pedir aprobación”.
Este primer experimento será en pocas personas, que no sean elegibles para un trasplante porque su enfermedad es terminal o porque tienen historia clínica de alcoholismo o drogadicción. “Será en condiciones subóptimas –aclara Resnik–. Lo que se espera de esta prueba es aprender más, ver qué funciona y qué no, y después ir avanzando hacia ensayos más extensos”.
El cultivo de órganos fuera del cuerpo combina tecnologías que permiten explorar el metabolismo de fármacos, la toxicidad, la respuesta a la enfermedad, la ingeniería de tejidos y la terapia génica. La estrategia consiste en desnudar órganos de animales (quitarles todas las células), dejar solamente la estructura sobre la que éstas se insertan, la matriz extracelular, y repoblarla con células humanas.
Para producir el hígado, en cuanto llega el órgano, lo primero que se hace es someterlo a un proceso de perfusión muy lento con un detergente común que va desuniendo las células del ‘andamio’ que ofrece la estructura. El órgano llega de un color rojo bermellón, y a los tres días termina blanco, semitransparente. No perdió nada de la morfología, mantiene toda la vascularización, pero está desprovisto de células. Después viene el proceso de ‘recelularización’ con células humanas. La meta final es crear todas las células que componen un corazón, un riñón o un hígado, y repoblarlos con las células del paciente, algo que ya se hizo con animales.
Para el investigador, uno de los aspectos positivos de que la misma compañía trabaje en dos vertientes diferentes para la solución del mismo problema, la falta de órganos de donantes, es que ambas estrategias podrán complementarse. “Para algunas cosas funcionarán mejor los órganos de cerdo humanizado –comenta–. Para el hígado, creo que es mejor lo nuestro, porque éste produce muchas proteínas que tienen que ver con la coagulación sanguínea, con la inmunidad… y los de cerdo muy probablemente provoquen rechazo en humanos. El riñón, en el que ya estamos empezando a trabajar, tiene una estructura más compleja; por eso, posiblemente en el futuro se adapten mejor los obtenidos de cerdos humanizados. El riñón es esencialmente un gran filtro, no segrega proteínas, con lo cual el rechazo debiera ser menor”.
Si todo avanza como está planeado, la prueba se hará en entre cinco y siete pacientes, para lo cual ya se reclutaron entre 10 y 12 hospitales de los Estados Unidos. “La meta es que los parámetros metabólicos mejoren a las 48 a 72 horas; idealmente, utilizar el órgano extracorpóreo para darle un respiro al hígado enfermo y que el paciente pueda recibir un trasplante convencional –cuenta Resnik–. Ese es el objetivo principal, pero al mismo tiempo, queremos ganar conocimiento de cómo funciona el órgano hecho por bioingeniería y, en unos años, poder avanzar al trasplante de órganos cultivados”.
A través de la ventana de su oficina, Resnik divisa una línea de biorreactores cada uno con un órgano creciendo adentro. United Therapeutics tiene capacidad para generar entre 50 y 100 al mismo tiempo. En 20 o 25 de ellos hay riñones. La próxima meta es generar y trasplantar uno a fines del año que viene. “La idea en este caso no es hacerlo para uso extracorpóreo, porque eso ya existe: es la diálisis –explica–. Posiblemente un riñón cultivado en el laboratorio sea mejor, pero no es una terapia indispensable. Si podemos generar uno apto para trasplante, el paciente podría seguir viviendo siempre con ese órgano”.
Martine Rothblatt, la directora ejecutiva de United Technologies, ya da por seguro el éxito de esta tecnología y se está adelantando al próximo paso: para resolver los problemas logísticos que impone la “ventana de uso” más allá de la cual el órgano ya no es funcional, adquirió una empresa de aviación que desarrolla pequeños drones helicópteros que los distribuirán.
Resnik también es optimista: “Me encanta lo que estoy haciendo –confiesa–. Es apasionante y tiene un gran significado científico. Estoy convencido de que esto funciona. Tanto lo que hacemos nosotros como los cerdos transgénicos humanizados. No me cabe ninguna duda de que va a funcionar”, destaca.