A pesar de su juventud, el marplatense (oriundo de Balcarce) Adolfo García es un experto reconocido en el mundo por sus hallazgos sobre las bases del procesamiento lingüístico, la neurobiología del bilingüismo y los biomarcadores del habla de trastornos cerebrales. A lo largo de los últimos 15 años, publicó decenas de trabajos con los que hizo aportes notables en ese campo de estudio y obtuvo fondos millonarios de agencias internacionales para desarrollar herramientas de análisis del lenguaje y sus vínculos con distintos aspectos del cerebro: desde el desarrollo infantil hasta las patologías neurodegenerativas.
Ahora, mientras se encuentra encaminado en uno de los más ambiciosos proyectos de investigación en el área, destinado a combinar datos clínicos, genómicos, socioeconómicos y de neuroimágenes con inteligencia artificial aplicada al procesamiento del lenguaje, todo ese esfuerzo recibe un reconocimiento inesperado. Los miembros de la Sociedad para la Neurobiología del Lenguaje, organización financiada por los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos que fomenta la investigación interdisciplinaria sobre los vínculos entre el lenguaje y el cerebro, decidieron otorgarle el Early Career Award 2024, una distinción reservada, como su nombre lo indica, para científicos en las etapas tempranas de su carrera. Desde que se entrega el premio, es el primero en obtenerlo trabajando en el hemisferio Sur.
"Estoy contento porque lo tomo como una distinción relevante para todo el campo de la neurobiología del lenguaje en América latina –confiesa el director del Centro de Neurociencia Cognitiva (Universidad de San Andrés, Argentina) e Investigador Asociado en la Universidad de Santiago de Chile, además de Senior Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute–. Por convención, estos reconocimientos se otorgan a una persona, pero todos sabemos que son un reconocimiento a los equipos de trabajo. La ciencia se hace en conjunto. Y en nuestro caso ayudan a poner en el escenario mundial el trabajo que realizamos en nuestro ecosistema regional, lo que implica a muchos estudiantes, investigadores, colegas y mentores brillantes...”
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La distinción se decide entre los nominados de la asociación, que reúne a la mayoría de los investigadores que trabajan en el tema, organiza congresos mundiales de referencia y construye esta área de conocimiento. El premio a científicos jóvenes se entrega desde hace unos diez años y distingue a aquellos que hayan obtenido su doctorado hasta un máximo de diez años antes. “Hasta ahora, los ganadores siempre habían sido del Primer Mundo, de los institutos Max Planck, de las universidades de Nueva York, de Washington y de Michigan, en los Estados Unidos, de Londres, en el Reino Unido, de Laval, en Canadá, y de Radboud, en los Países Bajos. Esta es la primera vez que lo traemos para América latina”, se enorgullece García.
Como ocurre con otras facetas de la actividad cerebral, aunque se avanzó mucho en el estudio de los mecanismos y circuitos que nos capacitaron para construir la catedral del lenguaje, los neurocientíficos todavía carecen de una teoría unificada y cohesiva (al estilo de la física del cosmos) que integre todo lo que hoy se sabe sobre este continente que sigue siendo misterioso. “Tenemos modelos y explicaciones parciales sobre uno u otro aspecto del lenguaje –comenta García–. Algunos describen muy bien las regiones y las redes cerebrales que participan de distintos procesos lingüísticos. Conocemos cuáles son los mecanismos que nos permiten mover los articuladores para generar sonidos, cuáles las regiones que se especializan en la selección de palabras, en la comprensión de lo que nos dicen, los circuitos que participan de la lectura y la escritura, las regiones y redes cerebrales que intervienen en el procesamiento de ciertas clases de palabras, como las que describen acciones o partes del rostro, colores o emociones. También entendemos bien cuáles son las regiones que participan en distintos niveles de procesamiento, en la fonología (los sonidos), las que participan de la sintaxis (cómo vamos ordenando linealmente las palabras), las que intervienen en cómo se vinculan las palabras con su significado y así. Pero carecemos de teorías que amalgamen todo lo que sabemos en un solo paquete explicativo”.
Esto no quiera decir que no existan teorías. Las hay y muy bien sustentadas de cómo lo adquirimos, cómo nuestros mecanismos cerebrales se van “sintonizando” con ese mar de símbolos en el que estamos sumergidos, con la prosodia (pronunciación y acentuación) de cada idioma o dialecto, cómo esos circuitos se van reconfigurando a lo largo de la vida, robusteciéndose o decayendo en cada caso, cómo se alteran en el contexto de ciertas enfermedades cerebrales, ya sean neurológicas, psiquiátricas o del neurodesarrollo. “Pero se trabaja más bien en áreas separadas –aclara García–. No existe ese gran paraguas que le da sentido armónico a algo que en nuestra cotidianidad sí lo tiene. Sin embargo, el lenguaje es algo tan consustancial con lo que hacemos en el día a día que ni se nos ocurre compartimentarlo y dividirlo. Lo sentimos como un todo que nos atraviesa. Es tan ubicuo que la mayoría de las personas ni siquiera se preguntan sobre el lenguaje, su organización y sus características. Esta [notoria] ‘ausencia’ también se da en la neurobiología de la memoria, de la percepción visual, de la atención… Es difícil en el estado actual de las neurociencias generar visiones panópticas de esos temas”.
Entre los muchos rasgos asombrosos del lenguaje que fueron develando los científicos está el hecho de que empieza a desarrollarse ¡apenas algunas semanas después de la concepción!, una vez que se forman la estructura cerebral y el sistema auditivo. “Ya en esas etapas tempranas, el bebé en desarrollo es sensible a estímulos lingüísticos –cuenta García–. Por ejemplo, es sensible a la prosodia, el ‘cantito’ al que estuvo expuesto [en el útero materno]. Después del nacimiento, lo reconoce con mayor facilidad en comparación con aquellos a los que no estuvo expuesto durante el embarazo. La voz de la madre, por ejemplo, la reconoce de modo sustantivamente más fácil que otras. Esto también ocurre con otros estímulos. Las melodías a las que uno expone a bebé en gestación, una vez nacido le resultan más reconocibles que otras a las que no estuvo expuesto. Distintos estudios muestran que si yo pongo una melodía infantil durante el embarazo, y a los tres o cuatro meses de vida le coloco a ese bebé un gorro de electroencefalografía, y lo hago escuchar una versión correcta de esa canción y luego otra con una nota cambiada, muestra huellas cerebrales que indican una detección atencional de que hubo algo incorrecto en eso que acaba de escuchar. Pero ante una melodía que no escuchó en su etapa prenatal, no hay tal respuesta cerebral”.
¿Es posible tener conciencia sin lenguaje?
“Esa es una pregunta profunda, que divide aguas –contesta García–. En primer lugar hay que tener en cuenta que hay muy pocas personas que carecen de lenguaje. Hay casos de los llamados ‘niños ferales’, criados en condiciones de cautiverio o que son abandonados, y terminan creciendo en ausencia de contacto humano e incluso en entornos de animales. Parece salido de El libro de la selva, pero hay casos reales muy famosos. Una vez que se los vuelve a insertar en la sociedad verbal y se exponen al lenguaje, según el momento de su vida en que sucede, logran desarrollar habilidades lingüísticas en mayor o menor medida. Pero como eso es muy difícil de encontrar, pensemos en lo que ocurre con un recién nacido, que todavía no estuvo sistemáticamente expuesto a una lengua lo suficiente como para poder comprenderla, o para articular lo que quiere decir. De todas maneras, da muestras de cognición y de inteligencia múltiples. Antes de poder comprender o decir alguna palabra, extiende su mano para agarrarnos el dedo y no lo hace al azar, tiene una noción de proporción, de dirección, de distancia y de cuánto abrir la mano para tomar la nuestra. Cuando gatea, no va por ahí como un autito chocador, sino que sabe dónde empieza y termina su propio cuerpo, cómo tiene que coordinar sus movimientos para avanzar donde parece haber algo, donde es fácil subirse y donde no. Hay estudios que muestran que incluso antes del desarrollo de una etapa lingüística, ya posee nociones de cognición social, de afiliación y rechazo de personas que pertenecen o no a un grupo que estima propio o ajeno. Da muestras de empatía, de capacidad de inferir información que no está explícita en el entorno. Hay evidencia de una cognición numérica rudimentaria. Yo siempre pienso lo siguiente: no hay un momento de nuestra vida, de nuestro día no esté atravesado por el lenguaje. Está tan consustanciado con nuestro pensamiento que es común que tendamos a creer que pensamos ‘por’ el lenguaje o ‘gracias’ al lenguaje. Eso para mí es una confusión que surge del hecho de que van tan juntos. Cuando dos cosas van siempre de la mano, es común caer en la trampa de pensar que una es la que está llevando a la otra. Estas dos cosas que ocurren en nuestra especie nos parecen [tan indisolubles] que nos cuesta encontrar ejemplos de cognición en los que el lenguaje no esté interviniendo. Pero eso no significa que la cognición o la inteligencia sean deudoras o dependientes del lenguaje”.
Para el científico, eso es lo que hace que los trastornos del lenguaje por enfermedades cerebrales sean tan catastróficos: “Nos privan de un vehículo que nuestra especie cooptó como su herramienta de preferencia para lo que se nos ocurra –explica–, para trabajar, para establecer vínculos sociales, para organizar ideas, para registrarlas, para buscar pareja... Cuando uno ve vulneradas esas capacidades, como sucede en las patologías que estudiamos nosotros, como las afasias primarias progresivas, o la enfermedad de Alzheimer, el Parkinson, o la demencia frontotemporal, la disminución de las habilidades lingüísticas implica perder una herramienta que te da anclaje en el mundo, para lo más trivial y lo más fastuoso que uno pueda hacer en la vida”.
Precisamente por esos vínculos tan íntimos entre el lenguaje y ciertos trastornos neurodegenerativos, García y colegas desarrollaron TELL (Toolkit to Examine Lifelike Language), un instrumento automatizado de diagnóstico y pronóstico para detectar marcadores lingüísticos de la neurodegeneración que puede arrojar resultados en minutos, y que en estos momentos se está probando en 20 países.
“Es la herramienta elegida por el subsidio más grande del mundo que hay sobre biomarcadores del habla en demencia (8.500.000 dólares). Ahora logramos nuestra segunda inversión –cuenta García–. También la estamos usando en proyectos muy importantes sobre poblaciones vulnerables en Perú, en Kenia, en un proyecto llamado Davos Alzheimer’s Collaborative, una iniciativa que se generó en el Foro de Davos con financiamiento, entre otras instituciones, de la Gates Fundation, para acercar soluciones tecnológicas para la demencia a las zonas más desprotegidas del planeta. Tenemos presencia en Europa, Estados Unidos y estamos siempre desarrollando nuevas métricas para mejorar el producto y ampliando también los horizontes de aplicación por fuera de la neurodegeneración a otras poblaciones, como pueden ser los chicos, para hacer mediciones de desarrollo lingüístico y predicciones de éxito escolar, y también en entornos de salud pública y corporativos”.
El lenguaje y su dominio también es un recurso privilegiado en el entorno escolar. Según el investigador, para su adecuado desarrollo lo importante no es tanto la cantidad de horas durante las que se expone a los chicos al lenguaje, sino cuánto intervienen en actividades de “habla dirigida”. “Si dependiera de lo primero, bastaría con que uno los pusiera frente al televisor 16 horas por día –subraya–. Por el contrario, el mayor predictor de riqueza de vocabulario es la cantidad de diálogos en los que hay atención conjunta entre niño y padre, madre, tío, abuelo, maestros, cara a cara, con ‘escucha activa’. Eso es mucho más fuerte que simplemente la acumulación de lenguaje al que uno se expone en forma pasiva. Y estas son cosas en las cuales se puede intervenir. De hecho, hay experiencias ancladas en ciencias del comportamiento que buscan promoverlo. Nosotros hicimos un proyecto con el Banco Interamericano de Desarrollo a lo largo del cual generamos videos para las salas de espera de instituciones de salud con sugerencias para fomentar el desarrollo lingüístico en los chicos. También en familias carenciadas. Y hay antecedentes muy exitosos de este tipo de acciones en distintos lugares. En lo que concierne al desarrollo lingüístico en general, cognitivo y social, es un error pensar que un chico solo puede jugar con las cartas que le tocaron en suerte al nacer. Como padre, como cuidador, como familiar, se puede ir emparejando el mazo y dándole mejores o peores oportunidades a cada jugador”.
El científico también descree de las jerarquías que suelen establecerse entre la “alta literatura”, aquello que algunos llaman “cultura”, con mayúscula, y el habla que se desarrolla en otros ámbitos. “Todo eso remite a un recorte que tiene huellas lingüísticas particulares, un conjunto de palabras de baja frecuencia, ciertas construcciones gramaticales que no son las que vamos a escuchar cuando estamos en una sobremesa o en la cancha –explica–. En la medida en que uno lo considere un capital cognitivo interactivo adicional, es positivo fomentarlo, pero la verdad es que el lenguaje no tiene ‘un’ ideal por debajo del cual las demás son todas formas deficitarias. Se va adaptando a las necesidades y las funcionalidades que cada persona le reclama y le permite. Por eso, la idea de que ciertos dialectos o formas de hablar de determinados grupos sociales son o incorrectos o están empobrecidos está bastante desactualizada. Está empapada de una idea elitista, de superioridad, que poco tiene que ver con lo que el lenguaje viene a hacer, que es permitirnos desenvolvernos e insertarnos en nichos sociales que nos interesan y comunicar lo que necesitamos transmitir. Dado que éstas no son homogéneas para todas las personas, sería un error pensar que las formas en que se desarrolla cada grupo pueden ponderarse como mejores o peores. Son distintas, lo que hace que sean más o menos eficientes. Y cuando uno trata de hacer algo con cierto repertorio lingüístico, si tiene un vocabulario limitado, para ciertas actividades le puede jugar en contra. Pero es porque está metiendo la llave que tiene en la cerradura equivocada. Seguramente hay muchas cerraduras para las cuales su llave va a andar bien. Esto también tiene que ver con que el lenguaje nos atraviesa tanto que es una seña muy fuerte de identidad. Generamos un montón de inferencias y prejuicios en función del desempeño lingüístico de los demás. Dado que la escuela, los ámbitos académicos, la literatura se presentan como canónicos y eruditos, los espacios formales de empleo requieren y alientan estas formas de conducta lingüística, y terminan imponiéndose como mejores, preferibles o aspiracionales. Pero lo cierto es que el lenguaje se acopla a las necesidades y las posibilidades de los individuos. Está en nosotros decidir qué necesitamos y cómo usarlo. Es bastante ciego pensar que una forma diferencial de uso del lenguaje es necesariamente inferior”.