Aunque restos arqueológicos sugieren que el uso de la marihuana se remonta al tercer milenio a.C., a este continente llegó a bordo de barcos españoles alrededor del siglo XVI y desde entonces se empleó con fines rituales, recreativos y medicinales. Fue solo a partir del siglo pasado que el uso, posesión y venta de la planta o de preparados que contuvieran su principal compuesto químico psicoactivo (el tetrahidrocannabinol o THC) comenzaron a considerarse ilegales. Pero en las últimas décadas, la suma de evidencias sobre sus beneficios en distintas afecciones (como cáncer, artritis, VIH/sida, esclerosis múltiple, epilepsia refractaria, estrés postraumático, Parkinson), y principalmente la presión de pacientes y familiares que advertían mejoras en su calidad de vida promovieron su despenalización.
En diciembre de 2016, el Comité de Expertos en Drogadependencia de la Organización Mundial de la Salud recomendó realizar una revisión de la literatura científica para reevaluar los efectos del cannabis, ya que la clasificación de la marihuana como una droga de alta peligrosidad se hizo sin los conocimientos científicos actuales y antes de saberse que el daño que puede atribuírsele es menor que el de drogas legales reguladas, como el tabaco y el alcohol. Pero para que pueda emplearse en forma segura, es importante estandarizar todo el proceso de producción y responder una serie de interrogantes todavía abiertos; por ejemplo, si puede inducir manifestaciones psicóticas o ser neurotóxica, y cuáles serían las dosis convenientes en cada cuadro.
Investigación e industria
Esto es algo de lo que promete aportar la nueva compañía Cannabis Conicet, cuya creación se firmó ayer entre el Conicet, la Universidad Nacional Arturo Jauretche y el Hospital de Alta Complejidad El Cruce. Según se informó, su misión es “fortalecer e impulsar la industria del cannabis medicinal y el cáñamo industrial en la región, generar estándares de calidad e innovación en todas las etapas, desde el cultivo y la producción, al uso clínico e industrial, fortaleciendo tanto la capacitación y formación de recursos humanos, como el valor económico y social de la industria a través de su articulación con el sistema nacional de ciencia y tecnología”.
“La empresa empezó a gestarse a partir del trabajo de la Red argentina de cannabis medicinal (Racme) –explica la neuróloga e investigadora del Conicet, Silvia Kochen, una de las coordinadoras junto con los también investigadores Gregorio Bigatti y Esteban Colman–. Interactuando con científicos, integrantes de ONG y legisladores, fuimos recorriendo un camino en el que empezamos a identificar cuáles era las dificultades para aprovechar sus beneficios y cómo podíamos resolverlas. Así, vimos que era importante hacer control de calidad para que productores y usuarios sepan lo que están utilizando y también tener standars comunes. También notamos que había un déficit muy grande en capacitación, y entonces armamos una primera diplomatura en cannabis que ‘explotó’: en la primera cohorte tuvimos 4000 estudiantes; ahora abrimos la segunda y ya estamos llegando a los 2000. También creamos una diplomatura superior. Además, en laboratorios del Conicet, podemos hacer control de calidad. Estos son servicios que hoy ya está dando la empresa, gracias al convenio con la Universidad y el Hospital. Es una manera de institucionalizar mucho de lo que se venía haciendo. Al mismo tiempo, la figura de ‘empresa’ permite mayor agilidad para compra de insumos, atención de usuarios e incorporación de recursos humanos”.
Entre otros servicios, también figura el asesoramiento para realizar estudios observacionales. “El más alto standard de calidad de los ensayos clínicos es el ‘doble ciego randomizado’ [ni el médico ni el paciente saben si están administrando o recibiendo la sustancia activa o el placebo] –explica Kochen–. Pero es cierto también que hay fármacos que no se sometieron a estudios de ese tipo, especialmente si se vienen usando desde hace miles de años y ya la práctica sugiere que ofrecen buenos resultados. Acabamos de finalizar uno en epilepsia refractaria”.
Además, la nueva compañía se propone desarrollar y aprobar guías de asistencia y tratamiento basadas en la mejor evidencia disponible; promover la investigación que realizan los organismos de ciencia y tecnología locales, así como la de universidades, organizaciones de la sociedad civil e industriales de la planta de cannabis y sus derivados, y ofrecer capacitaciones a demanda para sectores específicos.
Según la especialista, a pesar de que Uruguay tiene una excelente ley de cannabis desde hace 11 años, hay otros aspectos en los que no quisieran seguir su ejemplo o el de otros países, como los Estados Unidos. “En todo este tiempo, Uruguay tiene un único producto registrado y con un precio exorbitante –comenta–. En los Estados Unidos, los productos de cannabis figuran dentro de la categoría de ‘suplemento dietario’, entonces solo son accesibles para las personas de alto nivel socioeconómico. Nosotros queremos garantizar un acceso equitativo a toda la población. En Israel, por ejemplo, es legal fumar, pero no cultivar. Estos preparados se venden a precios muy altos y los médicos tienen que hacer una serie interminable de trámites para indicarlos. En esto, la Argentina está en una posición de avanzada”.
Existen más de 2500 variedades de Cannabis y la compañía ya presentó la solicitud de habilitación de seis ante el Instituto Nacional de Semillas (Inase). “El Estado está interviniendo en la salud pública, impulsando el avance en los estudios clínicos del cannabis medicinal y el desarrollo del cáñamo industrial, lo que nos permitirá tener más fuentes de trabajo, remediar suelos y un desarrollo productivo muy importante”, dijo la presidenta del Conicet, Ana Franchi, durante la presentación.
Decenas de investigaciones
El uso que se le dé a la planta depende de los niveles presentes de su componente psicoactivo, el THC. “Si tiene menos de 0,3%, se considera hoja de cáñamo para la industria –destaca Kochen–. Con más, comienza a ser de uso medicinal”. Pero en realidad contiene más de 700 moléculas, algunas de las cuales mostraron acción ansiolítica o pueden modificar el umbral convulsivo en algunas epilepsias.
Hasta ahora, hay decenas de aplicaciones que se están investigando. En la epilepsia refractaria a los anticonvulsivantes, algunos ensayos arrojaron hasta un 79% de mejoría de las crisis. En otros cuadros, se observó mejora del estado cognitivo, el sueño, la conexión social, la capacidad de adaptación y la calidad de vida.
“En este momento hay una línea de investigación muy interesante en Alzheimer, por ejemplo –destaca Kochen–. No tenemos todavía respuestas concluyentes, pero en modelos de experimentación hay señales de mejora del rendimiento cognitivo”.
En 2017, durante la jornada “Cannabis Sapiens”, que reunió en el Centro Cultural de la Ciencia a médicos, abogados, científicos y familiares de pacientes, su organizador, Marcelo Rubinstein, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, e investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular, comentó que "Si tomáramos el cerebro de cualquier persona y extrajéramos los cannabinoides endógenos, tendríamos [el equivalente] a entre 5 y 10 cigarrillos de marihuana. Fabricamos compuestos que desde el punto de vista químico son un poco diferentes del THC, pero que desde lo farmacológico son idénticos; actúan sobre los mismos receptores cerebrales. Estos endocannabinoides actúan en lugares precisos del cerebro, son elaborados a demanda cuando un área está muy activa. Pero así como se liberan en cantidades importantes, rápidamente se degradan. En cambio, cuando uno consume productos de cannabis, éstos ingresan en todo el cerebro y tienen una vida media mucho más prolongada”.
Para Kochen, el descubrimiento de la “anandamida” [un endocanabinoide, neurotransmisor similar a la sustancia activa del cannabis] marcó un antes y un después. “La identificó el equipo de Raphael Mechoulan, de la Universidad Hebrea de Jerusalén –cuenta–. En sánscrito ‘ananda’ quiere decir ‘felicidad suprema’. Lo produce nuestro cuerpo y se sabe, por ejemplo, que se encuentra en la leche materna, y que hay receptores en el sistema inmunológico, el sistema nervioso central, periférico… Esto inspira una larga serie de investigaciones, aunque pocas en modelos clínicos. Nosotros queremos que se apruebe la categoría de ‘producto de uso medicinal, no farmacéutico’, que permita indicarlo, que lo cubra la seguridad social y se mantenga dentro del sistema de salud”.
Y concluye: “Mechoulan me decía que él piensa que el hecho de que no hay dos personas iguales en el mundo, además de con los genes y con el ambiente, tiene que ver con el porcentaje de cannabinoides de cada organismo, y que cree que esa es una línea que merece investigarse. Yo coincido”.
Quienes quieran saber más sobre este emprendimiento pueden consultar en https://www.conicet.gov.ar/cannabis/