Hace más de tres milenios, en el extremo sur del desierto patagónico, hubo seres humanos que cazaban y se alimentaban en la ribera del Río Chico, más precisamente en el campo volcánico de Pali Aike. Lo sabemos porque, como testimonio de su paso, dejaron signos pintados sobre la roca expuesta a los vientos feroces del “fin del mundo”.
Esas líneas y figuras geométricas en rojo, negro y blanco pudieron ser datadas por primera vez por dos arqueólogas del Conicet, Liliana Manzi y Judith Charlin, y un colega del Centro de Estudios Isotópicos Aplicados de la Universidad de Georgia, Estados Unidos, Alexander Cherkinsky. El trabajo acaba de ser publicado en el Journal of Archaeological Science: Reports (https://doi.org/10.1016/j.jasrep.2023.104199), y revela aspectos desconocidos sobre estas representaciones rupestres que se conservan en el límite entre la provincia de Santa Cruz y la región chilena de Magallanes, a pocos kilómetros del estrecho del mismo nombre. Aunque se les atribuía como máximo unos 2000 años, los estudios mostraron que las pinturas tienen una antigüedad aproximada de 3.120 años. También pudieron determinar en gran parte la composición de la materia utilizada.
“Hace relativamente poco, reiniciamos los estudios de pinturas rupestres en este sector de la Patagonia sobre las que ya había trabajos sistemáticos realizados durante los años sesenta y setenta –cuenta Charlin–. Gracias a un proyecto internacional financiado por la Sociedad de Arqueología Norteamericana, empezamos un relevamiento de sitios ya conocidos y de otros nuevos, y pudimos realizar lo que llamamos ‘fechados directos’ de las pinturas, que son muy costosos porque no se hacen en el país”.
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Con la ayuda de Cherkinsky, Charlin y Manzi pudieron calcular la antigüedad de la mezcla pigmentaria, algo más complejo de lo que podría pensarse. “Los pigmentos son minerales –explica Charlin–. Pero para estas dataciones es imprescindible que el material incluya un componente orgánico, que contenga carbono 14. Las llamamos ‘mezclas pigmentarias’ porque se componen de un pigmento, que es lo que le da color a la pintura, y aglutinantes, como huesos molidos, fibras vegetales, sangre, grasa de herbívoros (muy probablemente guanacos) y albúmina (clara) de huevos y otros elementos sobre los que no sabemos mucho porque de lo orgánico se preserva poco”.
Según la arqueóloga, graduada y doctorada en la UBA, e investigadora del Conicet con lugar de trabajo en el Centro Nacional Patagónico de Puerto Madryn, es difícil saber qué significan estas pinturas, ya que en la zona predominan las figuras abstractas; en muchos casos, trazos paralelos que fueron hechos arrastrando los dedos hacia abajo, círculos o puntos.
“Las representaciones figurativas son muy pocas –dice la científica–. Por ejemplo, en este sitio, llamado Romario Barría, lo único figurativo son lo que llamamos ‘tridígitos’, que parecen ser huellas de lo que con frecuencia conocemos como avestruces o ñandúes, pero en la Patagonia se conoce como ‘choique’ (Rhea pennata pennata). En otros lugares de la zona, hay huellas de guanaco”.
Charlin y Manzi enviaron a datar cuatro muestras, de las cuales solo se pudo estimar la antigüedad de dos: una arrojó 3.120 años y la otra, unos 760. De una tercera, asumen que estaba contaminada porque les dio una edad demasiado anterior, 18.000 años, cuando todavía no había humanos en la Patagonia (llegaron hace unos 12.000). La cuarta, que era la del tridígito blanco, no tenía suficiente materia orgánica para permitir el análisis.
De las pinturas estudiadas, la mayoría fueron realizadas con los dedos o con pinceles fabricados a partir de restos de vegetales, o pelos de guanaco o humanos, informa un comunicado distribuido por el Conicet. Para obtener las muestras sin dañarlas, rasparon una pequeña porción de la superficie. El pigmento más utilizado en los trazos rojos es la hematita y procede de los afloramientos volcánicos de la región. Los negros no parecen ser de carbón, sino de óxido de manganeso, y los blancos, de carbonatos. Pero estos análisis están en marcha y aún sin resultado. El rojo se utilizó durante miles de años; el negro, en cambio, se habría comenzado a usar durante los últimos 760 años, razón por la cual es menos frecuente. Con especialistas en criminalística, también están haciendo estudios de huellas dactiloscópicas, denominadas ‘paleodermatoglifos’, algo innovador en el país, con la esperanza de identificar sexo y edad de los/las pintores/ras.
“Hasta ahora estas pinturas nunca se habían datado en forma directa –destaca Charlin–. Se les asignaba la antigüedad por fechados de objetos hallados en sitios arqueológicos cercanos, o por haber encontrado en excavaciones capas o trozos de la materia colorante. Pero eso es muy indirecto, porque ese pigmento puede haberse utilizado para otra cosa, como pintura corporal o de cueros, por ejemplo”.
Tampoco se sabe a qué grupo étnico pertenecían los autores, ya que los aborígenes conocidos, seguramente sus descendientes, son posteriores a la colonización española. “Sabemos que había tehuelches, mapuches.... Pero no podemos retrotraer la asignación étnica a hace 3000 años –subraya Charlin–. Esos antepasados no tienen nombre, no sabemos cómo se identificaban a sí mismos”.
Y aunque se pensaba que estas pinturas eran las primeras manifestaciones rupestres de la región, como parte de un trabajo todavía no publicado, las investigadoras descubrieron grabados que son anteriores y que también dataron: tendrían cerca de 5000 años.
“Las primeras manifestaciones rupestres que hubo en esta zona fueron los grabados y son guanacos –sorprende Charlin–. El estilo de los que descubrimos es bien diferente. De hecho, tienen muchas similitudes con pinturas de la 'cueva de las manos' y otros sitios de mucho más al norte. Creemos que hubo poblaciones que ocupaban el noroeste de Santa Cruz, se dispersaron hacia el sur y son las responsables de estos grabados más antiguos”.
Las pinturas no se encuentran en cuevas, sino en paredones que denominan “aleros”, pequeños reparos rocosos sin gran profundidad. En general, se encuentran en vías de circulación por las que probablemente hayan transitado las primeras poblaciones que vivieron en esos parajes, y están asociados con áreas de concentración de nutrientes y fauna.
“Pensamos que están indicando sectores de aprovisionamiento de recursos de subsistencia o donde iban a cazar, a recolectar, a conseguir rocas para hacer instrumentos de piedra. No están asociados con sitios de habitación o residenciales, donde estos grupos realizaban la mayoría de las actividades domésticas”, concluye la arqueóloga.