Para la enorme mayoría del pueblo argentino el triunfo frente a Francia y el logro del Campeonato del Mundo fue un sueño cumplido. La foto de Lionel Messi levantando la ansiada Copa Dorada, esa imagen que nos fue negada tantas veces y dolía como una herida abierta, constituye un momento de felicidad plena luego de varios años de padecimientos colectivos y flagelos sociales. Como hace mucho no pasaba, el pueblo argentino todo se encuentra en un estado de liminalidad. El Mundial de Qatar 2022 se vivió intensamente y dejó un caudal de experiencias compartidas y registros históricos que trascenderán y quedarán inmortalizados como tesoros en la caja de recuerdos de las personas.
Además, el de 2022 tuvo una combinación de factores coyunturales que lo volvió una catarata emocional y contribuyó a la creación de una mística extraterrenal: se trató del primer Mundial sin Diego Armando Maradona entre los mortales y tal vez el último de Messi vistiendo la camiseta albiceleste. De esta manera se hilaron poéticamente las historias de gloria eterna de los dos mejores jugadores de futbol de todos los tiempos, ambos nacidos en suelo argentino, y con ellos se unieron las vidas, trayectorias, sueños y expectativas de 47 millones de argentinos de varias generaciones para encender el fuego de la ilusión, 36 años después.
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A pesar de su ausencia física la figura de Diego Maradona, personaje vertebral de la identidad nacional, estuvo más presente que nunca. Lo encontramos en las imágenes alrededor del mundo, los murales, las nubes en el cielo, los cantos y toda la simbología que rodeó al Mundial tanto adentro como afuera de la cancha. No casualmente la fuerza del tema “Muchachos”, que se volvió la banda de sonido de la película del último mes, está anclada a la figura del Diez desde diferentes miradas. Se alude a él como una potente inspiración deportiva, pero también como cristalización de un relato histórico, con la memoria presente, en la frase “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, y como carta de presentación de la argentinidad ante el mundo, la fuerza de nuestras raíces, ilustradas en la referencia a “Don Diego y la Tota alentándolo a Lionel”.
Sin embargo, sabemos que los momentos más felices para el pueblo pueden ser el caldo de cultivo de los canallas. Paradójicamente, como efecto de la conquista mundial del equipo dirigido por Scaloni y en medio de la algarabía popular que juntó a más de 5 millones de personas celebrando en las calles, para algunos el que vivimos resulta un buen momento para impulsar una campaña por la “Desmaradonización”, proceso paralelo a la despolitización iniciada hace décadas por el establishment y sus aliados, que busca desacreditar a la política para vaciarla y reducirla a un show mediático, eliminando la instancia del conflicto como motor de la historia.
La lectura más sencilla podría ser el aprovechamiento al máximo del suceso colectivo que vive nuestro país para intentar correr del mapa, o por lo menos deteriorar, la figura omnipresente de Diego Armando Maradona e imponer a Lionel Messi en ese lugar. “Se terminó el Maradonismo. Nació el MESSISMO”, escribió el periodista Eduardo Feinmann en su cuenta de Twitter. “Un país más Messi, un país menos Maradona”, es el título de la nota de Fernando González en Infobae .“No vivas del pasado, Wado querido. Soltá al Diego, campeón del 86. El 10 es Messi”, comentó Silvia Mercado en una foto que el Ministro del Interior Eduardo De Pedro compartió en sus redes donde se ve lo ve abrazando a su hijo con la camiseta con el #10 y el nombre de Maradona en la espalda.
La serie de tuits no se trata de un gesto pasajero. La idea a instalar nace de la misma cuna ideológica y moralista que hace unas semanas trató de hombre vulgar al capitán argentino por su comportamiento en el partido ante Países Bajos, su frase “¿Qué te pasa bobo? Andá.., andá pa´ allá bobo…”, y el gesto del Topo Gigio como respuesta a las desafortunadas expresiones del técnico neerlandés Luis Van Gaal. En la nota mencionada, el periodista de La Nación Cristian Grosso escribe: “Messi durante mucho tiempo se resistió, pero desde hace algunas temporadas se intoxicó”. Es que en los últimos años el joven rosarino creció, se empoderó, y pasó de ser un modelo ejemplar de “jugador argentino con valores europeos”, a un pendenciero que se enfrenta a la FIFA y a la Conmebol, no se achica ante los árbitros, denuncia injusticias adentro y afuera de la cancha, putea como en el potrero, y sigue hablando sin “s” como cualquier pibe del interior.
Como si el estilo maradoneano, el espíritu de pueblo o el orgullo nacional, se trataran de un agente externo al que es posible combatir con el orden y la disciplina; como si Messi fuera en realidad de otra madera y se estuviera corriendo del modelo de liderazgo sumiso y respetuoso que pregonan las elites clasistas; desde algunos sectores tratarán de aprovechar el engrandecimiento contemporáneo de la figura de Messi y su influencia en las nuevas generaciones, para opacar y deteriorar el imaginario de la Mano de Dios. Detrás se esconde una idea y una estética racista y clasista de lo que supone la argentinidad y la identidad nacional, como si allí no existieran matices y diferencias.
De por sí ya el ejercicio de compararlos como jugadores y determinar cuál de ambos acumula más laureles, o sintoniza más con el mood de la época, es un error primario e irresoluble. La comparación entre dos personas cuyas biografías y trayectorias son únicas e irrepetibles, que vivieron distintos contextos históricos y que como jugadores atravesaron momentos del fútbol diferentes, siempre es un recorte forzado que deja afuera la riqueza de los cruces. Lo que ahora se evidencia es que muchas veces esa comparación no fue inofensiva. La voluntad de reemplazo de uno por el otro es la prueba fehaciente de que no es un acto de brutalidad o ignorancia de un puñado de personas, sino un nuevo avance deliberado en la batalla por el sentido de las cosas, para erradicar de la memoria al ídolo popular, al que nunca pudieron disciplinar desde el poder real.
El neoliberalismo a través de sus dispositivos de subjetivación intenta instalar un tiempo deshistorizado y una obsesión por borrar la parte de la historia que le incomoda, ya sea de forma simbólica o concreta. Para eso dispone de múltiples dispositivos que trabajan en la construcción de un relato en el que el pasado aparece solamente como un anclaje, una mochila, que a la sociedad no le permite avanzar, que la estanca. Lo vimos en muchas oportunidades: la proscripción del Peronismo; la censura, desaparición y exterminio de personas durante las dictadura; las quemas de libros; y ya en democracia lo advertimos en la política cultural del macrismo y sus billetes de animales reemplazando a los proceres para dejar “la muerte atrás, que la muerte esté tranquila, que descanse en paz y vivamos nuestra vida", como afirmó Marcos Peña.
La deshistorización la vemos en la voluntad de denominar lo que está ocurriendo a propósito de la Copa del Mundo y analizar de manera atomizada y fragmentada el amor recargado por Lio, como si no tuviera vínculo alguno con la figura mítica del Diez. Para un sector Messi podría llegar a ser todo aquello que no es Maradona, y eso lo hace atractivo. “El que nomina ejerce el poder y decide la existencia de otro aceptable y de otro inaceptable, de otro posible y de otro imposible. Y en ambos casos, al otro se lo ‘desotra’. El otro que encaja en los parámetros de identidades es el otro posible, que, en tanto posible, termina siendo aceptado, pero con la condición de no ser ya quien es. Entonces, el otro que no encaja no existe”, escribe Darío Sztajnszrajber en el libro “La Cultura Argentina Hoy”.
Hace unos años en una conversación entre mates con allegados, Diego Maradona llegó a deslizar una frase que recién ahora cobra sentido: “Para mí Lío va a salir campeón del mundo cuando yo ya no esté”. El último domingo, segundos antes del penal pateado por Gonzalo Montiel, gol que consagraría a la Argentina como Campeona del Mundo después de 36 años, en el medio de la cancha se lo vio a Lionel Messi diciendo algo. “Vamos Diego desde el cielo”, le susurró al universo. Lo dice con naturalidad, como si le hablara a un amigo, como si le pidiera una mano en una difícil. El feliz desenlace de la historia ya lo conocemos.
¿Dónde termina Maradona y dónde empieza Messi? ¿Puede existir una frontera entre ambos? ¿Es posible pensar en Messi sin disolverlo en la figura de Maradona? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta precisa y justamente ahí reside la potencia del asunto. Ambos son parte de lo mismo, dialogan, chocan y se entrecruzan para dar sentido a lo propio. Hay una presencia de uno en el otro. Y lo que los hace imprescindibles e irreductibles es la huella que han dejado, la emoción en el cuerpo, la sonoridad de sus nombres, que los vincularan para siempre con lo otro y con lo uno.