Que el árbol de la moral no nos tape el bosque de la ética, un campo que se construye a partir de las decisiones que un sujeto puede tomar. Sin la generación por parte del Estado de un marco legal, las personas no pueden elegir sobre sus cuerpos sin verse amenazadas por leyes que las desprotegen.
Durante más de veinte horas los legisladores de la Cámara de Diputados argumentaron su posición respecto a la Ley de Regulación de Acceso a la I.V.E. y a la Atención Post-aborto. Poco y nada se dijo respecto a la Ley nacional de Atención y Cuidado de la Salud durante el Embarazo y la Primera Infancia (el plan de los mil días). Pareciera que la discusión se centraba en lo que ocurre dentro del útero de la mujer en el inicio de la gestación y no en el cuidado que demanda un niño en sus primeros tres años de vida. Con media sanción, estos proyectos llegarán a la cámara alta, y antes de la finalización de este año sabremos si se convierten en leyes o no.
Me preocupa el escaso valor que se le da a lo que dice el otro. Sesiones maratónicas en las que parecería que nadie escucha a nadie, en las que se dicen cosas aberrantes. Quizás haya llegado el momento de hacernos cargo de los representantes que tenemos y que ellos mismos entiendan que al votar una ley condicionan la vida de muchas personas: Que, al hacer uso de la palabra, deberían estar a la altura de la tarea para la cual han sido elegidos por la voluntad del pueblo, que no se trata de sus concepciones frente a la vida, si no, de brindar garantías de equidad a quienes habitamos el suelo argentino.
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Más allá de lo acontecido, y de lo que pueda ocurrir, sigo interrogándome —como hombre y como psicoanalista— respecto al modo en el que abordamos un asunto tan complejo y sensible, la sexualidad y la maternidad. En estos tiempos, en los que resuena la palabra “deconstrucción”, la resistencia a lo diferente sigue siendo el enemigo. Poner en cuestionamiento lo establecido —lo que nos constituye— parece generar un temor tan grande, que hay quienes prefieren no saber nada.
Es increíble que en la Argentina aún no se cumpla la Ley 26.150 (Programa Nacional de Educación Sexual Integral), sancionada en octubre de 2006, y que su implementación esté condicionada a las políticas de cada institución educativa, o a la voluntad de las y los docentes. Recuerdo mi experiencia brindando un Taller de ESI en segundo año de una escuela secundaria durante mis prácticas universitarias. En el quinto encuentro —y a modo de cierre— les propuse a los alumnos escribir algo que nunca habían podido decir y que los hiciera sentir el dolor del silencio. Una de las chicas me preguntó.
—¿Lo vas a leer vos solo?
Le respondí que sí. En cinco líneas, relató un abuso que había sufrido el verano anterior por parte de su padrastro y el posterior aborto clandestino al que fue sometida. Tenía catorce años, y todavía recuerdo su mirada. Con los ojos llenos de lágrimas, me dio su secreto más doloroso en una hoja plegada y me dijo “Gracias”.
En un país donde muchos intentan obturar lo cultural, resulta estéril la discusión respecto al origen de la vida —tomando el paradigma científico y biológico— sin pensar a los sujetos como seres biopsicosociales. ¿Qué sentido tiene definir a un embrión como persona? Si lo que nos diferencia de los animales es la capacidad de pensarnos, la conciencia de finitud. ¿Cuál es el precio del intento por salvar dos vidas? ¿Condenar a que una mujer siga adelante con un embarazo no deseado? ¿Qué sea madre contra su propia voluntad?
La soberanía de los cuerpos va más allá de las creencias, y la discusión sobre el instante en el que una vida es originada, no ayuda a ponernos de acuerdo. Porque no hay sujeto sin deseo, y porque con la biología no alcanza para explicar lo que una mujer siente en el momento de tomar la dramática determinación de interrumpir un embarazo. Reglamentar una práctica no incrementa la cantidad de abortos. Simplemente, regula las condiciones en las que estos se realizarían, dando fin a un negocio perverso que alimenta de silencio un hecho traumático y empuja a quienes no pueden pagar, a someterse a intervenciones en las que se pone en riesgo su propio cuerpo y su propia vida.
La ley es mucho más que la posibilidad de realizarse un aborto en condiciones sanitarias adecuadas. Es la oportunidad para que quienes decidan interrumpir un embarazo puedan encontrar un espacio en el cual hablar de aquello que va más allá del acto en sí. Es una deuda pendiente que tiene el Estado, en general, y el poder legislativo, en particular, con las mujeres en nuestro país.
Porque toda ley es política, ¡qué sea ley!
Edgardo Kawior es Lic. en Psicología, psicoanalista. Da talleres para escribir. Seguilo en Instagram / Twitter / You Tube / licenciadokawior@gmail.com
Ilustración: Ro Ferrer