Chicas superpoderosas: el trabajo incansable de las Cocineras comunitarias

El proyecto de ley de “Reconocimiento salarial para las cocineras comunitarias”  es una propuesta de política pública surgida de la demanda genuina de los territorios para combatir la inseguridad alimentaria en los barrios populares. 

19 de marzo, 2023 | 10.57

La convocatoria en el marco del Día de la Mujer Trabajadora, además de los tradicionales colores verde y violeta que representan a los feminismos y movimientos de mujeres, se vio teñida de color rojo. Desde muy temprano en la Plaza de los dos Congresos las cocineras de La Poderosa se calzaron los delantales, prendieron las hornallas y cocinaron un guiso en una olla popular para dar a conocer el Proyecto de ley “Reconocimiento salarial para las cocineras comunitarias” .

El objetivo de la ley es el reconocimiento del trabajo que hacen todos los días las trabajadoras comunitarias de los comedores y merenderos de todo el país y en específico el que realizan las cocineras. Para ello contempla la remuneración de un ingreso, que tenga como piso el Salario Mínimo, Vital y Móvil, y derechos laborales como vacaciones, jubilación y seguridad social. Según los cálculos del colectivo de aprobarse beneficiaria a más de 70 mil trabajadoras y requeriría solamente una inversión social equivalente al 0,07 por ciento del PBI nacional.

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Desde la organización civil buscan juntar los apoyos necesarios para que sea presentado como iniciativa popular, para lo que se requieren 500 mil firmas de 6 provincias. De esta manera se reflejaría el espíritu de una propuesta de política pública surgida de la demanda genuina de los territorios para combatir la inseguridad alimentaria en los barrios populares. Además con el formato de presentación ciudadana el tratamiento no estaría limitado a la lectura polarizante de la arena política local en medio de una año electoral.

En nuestro país siempre fueron fundamentales, pero durante la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia la labor de los comedores y merenderos se ha multiplicado. El Registro Nacional de Comedores y Merenderos (ReNaCOM) contabiliza más de 5000 espacios, aunque desde la Poderosa afirman que de hecho funcionan muchos más. Según información de la organización en 2019, apenas llegó el gobierno de Alberto Fernández al ejecutivo,  la cantidad de personas que dependían de estos espacios era 8 millones, cifra que pasó a 12 millones luego del COVID. Y hoy se calcula que cerca de 10 millones de personas asisten a  comedores y merenderos para conseguir un plato de comida diario.

Mujeres trabajadoras y la Triple jornada laboral en los barrios populares

No es casualidad que la iniciativa de “Reconocimiento salarial para las cocineras comunitarias”  se haya presentado el 8M, ya que el 80% de quienes realizan este tipo de tareas en los territorios orientadas a la comunidad son mujeres e identidades feminizadas, de entre 23 y 40 años, muchas madres y jefas de hogar. Recientemente La Garganta Poderosa junto a UNICEF presentó los resultados de un estudio que visibiliza experiencias cotidianas e historias de vida de mujeres que viven en barrios populares. El eje vertebral es la triple jornada laboral que realizan: es decir  el trabajo en el mercado, un segundo trabajo no remunerado en los hogares, y un tercer trabajo en el ámbito comunitario.

Lilian Andrade (29 años) es comunicadora de La Garganta Poderosa y referente de la Villa 31. Además estudia diseño gráfico en la UBA y conduce un programa en Nacional Rock.  “Nosotras trabajamos fuera de nuestros barrios y territorios, generalmente precarizadas; después trabajamos en nuestros hogares y nos ocupamos de nuestros hijos, ahí nos volvemos enfermeras, docentes, todo por nuestros pibe; y también después trabajamos para la comunidad. Las cocineras comunitarias ejercemos muchísimas horas, y no es solo garantizar un plato de comida. La alimentación es la base de todo: para poder crecer, salir a estudiar o a trabajar, necesitas comer”, indica.

En el comedor que funciona en Retiro, donde se brinda la cena a 500 personas, las trabajadoras llegan entre las 12.30 y las 13 del mediodía. Antes de comenzar a cocinar, limpian el espacio y ordenan los productos y mercaderías. “Tengamos en cuenta que no es lo mismo que cocinar en tu casa. Son ollas de kilos y kilos, y eso afecta mucho a la salud y la columna de las compañeras porque tienen que cargar mucho peso – detalla Lilian -Y todo el proceso en medio del calor de la Ciudad, haciendo mucho esfuerzo”. Cerca de las 4 o 5 de la tarde se reparten las viandas de comida, y posteriormente dedican un tiempo especial a charlar con los vecinos y vecinas y darles contención. Inmediatamente es el momento de la limpieza de los utensilios de cocina, de todas esas ollas gigantescas, y dejar listas las instalaciones para que al día siguiente todo vuela a empezar. Las compañeras terminan su trabajo a las 7 u 8 de la noche, para luego volver a sus hogares donde seguirán realizando tareas del cuidado.

A pesar de la triple jornada laboral todavía en la sociedad predomina una mirada prejuiciosa y estigmatizante del trabajo que hacen: “hay un imaginario de mucha gente que estigmatiza nuestro trabajo en los territorios. Nos llaman planeras o vagas. Pero ni siquiera el 30% de las cocineras comunitarias de todo del país cobra un potenciar trabajo, que es la mitad del salario básico (hoy $34.000)”.

Nelly Vargas tiene 64 años y trabaja todos los días en el comedor Evita de Zavaleta donde cocina para 500 personas. Este año cumplirá 33 años de servicio a la comunidad. No cerró ni un solo día, ni en pandemia, y no se toma vacaciones. Si su tarea estuviera registrada ya tendría los años necesarios para acceder a una jubilación. No obstante, dice Lilian su trabajo pareciera ser invisible: “El Estado reconoce formalmente los espacios y nos deja la mercadería, y pareciera que en el medio de eso hay magia para que suceda el plato de comida. Pero ahí estamos nosotras. Por eso pensamos este proyecto desde las bases, sabiendo que esto está sucediendo y estamos haciendo un trabajo que el Estado no hace. Solamente reconocer los comedores y dejar las mercaderías no soluciona el problema”.

La iniciativa es el resultado de un trabajo de diagnóstico y debate que se gestó durante los últimos años en los 114 espacios de las diferentes provincias. “Lo pensamos y redactamos en los barrios, el pensar un proyecto de ley es pensar una política pública. Nosotras, además del trabajo de cocinar en los barrios y contener porque está todo muy complicado, también pensamos políticas públicas, cuando es un trabajo debería hacer las personas a las que les pagan por eso. Pero no, tenemos que venir nosotras, con la triple jornada laboral, con todas las violencias y problemáticas que nos atraviesan a pensar políticas”, resalta la comunicadora.

El trabajo formal y el cobro de una remuneración resultan un reconocimiento salarial. Pero además son una herramienta fundamental de autonomía de las mujeres y disidencias de los barrios populares que en muchos casos están atravesadas por círculos de violencia física, psicológica, económica y laboral. “Estamos juntando firmas en todo el país porque estamos en muchas provincias. Pero también es importante seguir visibilizando el proyecto. Nelly, fue la primera que puso la firma para impulsarlo y eso es muy representativo para nuestros barrios”, sostiene la referente de la Villa 31.

El trabajo social de los comedores y merenderos

Mónica Graciela Troncoso (45 años), es técnica electromecánica, oficial pastelera y referente de la Cooperativa gastronómica "Che, Que Rico". Vive junto a sus hijos en Fátima, Villa Soldati, barrio donde en pleno aislamiento social, decidieron organizar la Olla de Fátima, con la exposición al virus que eso significaba, para brindar a lxs vecinxs un plato de comida diario, pero además para acompañar,  hacer guardias para infancias y un espacio de género. Como la cooperativa gastronómica donde trabajaba estaba cerrada por las medidas de aislamiento, tuvo que empezar a pensar qué iba a comer en su casa y fue ahí que dieron origen al comedor.

“En la pandemia los barrios se sitiaron, no dejaban salir a trabajar, por ende muchas trabajadoras de casas particulares se quedaron sin trabajo. No solamente se sitiaba el lugar, sino el sistema que teníamos para poder salir a conseguir la comida en el día a día. A partir de eso el gobierno nos acercaba la mercadería y teníamos que ir a buscarla con fletes o remises del barrio, traerla a los comedores y merenderos – describe la cooperativista - antes era una olla semanal que se hacía los sábados, y  en la pandemia nos organizamos para subir la cantidad porque la demanda era un montón, la gente nos pedía porque los comedores y merenderos oficiales no alcanzaban, y no había plata para comprar comida”.

Como consecuencia de los 4 años de macrismo y posteriormente los efectos de la pandemia, la pobreza y la inseguridad alimentaria crecieron en los barrios populares y los comedores fueron imprescindibles por el plato de comida que garantizan, pero también como espacios de contención. “Son muchas las horas que pasamos y también hacemos contención a las niñeces, generamos espacios de educación. Durante la pandemia muchas mujeres y disidencias el único momento en el que salían a la calle era para ir a los comedores, y muchas estaban en la casa con personas violentas y venían a pedir ayuda a nuestros espacios. Sirven como espacios vinculares entre las mujeres de los barrios populares”, agrega Lilian.

Nutrición y soberanía alimentaria

Garantizar un plato de comida no significa llenarlo con cualquier cosa y ellas lo saben, sobre todo pensando en las niñeces. Garantizar calidad de los alimentos es un principio irrenunciable y ordenador del trabajo que hacen las cocineras y auxiliares en los barrios. El principal inconveniente es que los productos que bajan, tanto desde el Ministerio de desarrollo Social como desde el gobierno porteño, son únicamente alimentos secos: harinas, legumbres, fideos, arroz. No hay frescos, no hay carne, no hay pollo, no hay frutas y verduras. Por eso los diferentes espacios se auto gestionan para conseguir frescos articulando con organizaciones o empresas, como UNICEF, o a través de actividades, bingos, donaciones de carnicerías o panaderías del barrio, a través del medio de comunicación.

“La malnutrición infantil es una preocupación enorme. Yo soy gastronómica, soy oficial pastelera y es algo que he estudiado mucho. Pareciera que la gente no entiende que la nutrición de una persona empieza al momento de la concepción, y si la mama no está bien nutrida eso ya condiciona su crecimiento, lo mismo con la alimentación durante el embarazo. Y eso no se tiene en cuenta – advierte Mónica - la nutrición no es llenar el estómago con cualquier cosa, hay que ver qué calidad nutricional ponemos. Eso tiene consecuencias en el futuro en el desarrollo intelectual, físico, y psíquico de los pibes”.

Las cocineras y auxiliares actúan en este sentido como promotoras en alimentación, entendida que se trata de una actividad  fuertemente atravesados por la salud y la nutrición, pero también por la cultura gastronómica, las diferentes formas de producir y el acceso a la información.  “Lo que nos damos cuenta es que la única forma de hacer frente a esto es la capacitación. Nosotras nos formamos para nuestro objetivo, no hacemos una olla con cualquier cosa. Es a conciencia, como si cocináramos para nuestra propia familia. Es desde ahí que construimos”, indica la profesional gastronómica.

Junto a la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT) realizan un trabajo articulado en los barrios y mantienen una red de contención mutua de la que participan profesionales, nutricionistas, e ingenieros agrónomos y productores que brindan capacitaciones sobre horticultura: “nos explican cómo reemplazar la proteína, saber cómo usar las legumbres, el garbanzo,  el poroto de soja – señala la cocinera – en Fátima  tenemos cuatro ollas populares: dos se hacen con carne, que conseguimos de donación, y otras dos se hacen tipo vegetariana con legumbres. Pero para poder hacer eso hay que tener información y conocimiento de cómo reemplazar”. 

“Obviamente cuando identificamos una problemática que demanda el mismo territorio tratamos de abordarla, acompañarla, pero también lo visibilizamos, lo denunciamos y a su vez pensamos como solucionarlo – concluye Lilian – en nuestros espacios nos capacitamos en alimentación, en educación, y también nos formamos políticamente. Sabemos leer la realidad. En la Ciudad de Buenos Aires por ejemplo, el gobierno de Larreta no nos brinda ni siquiera la mitad de las raciones que damos, pero este año va a gastar  9.400 millones de pesos en publicidad, lo que significa 25 millones por día o 1 millón por hora. Ahí te das cuenta cuál es su prioridad”.