El último martes 8 de marzo cientos de miles de mujeres y disidencias salieron a las calles, en el marco del Día de la Mujer Trabajadora y el Paro Internacional de Mujeres, para manifestarse y recuperar el espacio público bajo la consigna "la deuda es con nosotres y nosotras". Se concentró en Buenos aires, Rosario, Corrientes, Bahía Blanca, Chaco, Tierra del fuego, Córdoba, Chubut, Entre Ríos, Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy, Río Negro, y otras ciudades a lo largo y ancho de la Argentina. La del Congreso de la Nación fue la primera gran convocatoria después de dos años de una pandemia que, además de una crisis sanitaria y consecuencias económicas devastadoras en gran parte de la población, tuvo un fuerte efecto desmovilizador y atomizador del cuerpo social.
Pero nada es casual. Fueron las mujeres y disidencias las que gestaron el primer paro contra el gobierno de Mauricio Macri, el 19 de octubre de 2016 como reacción al femicidio de Lucía Pérez y la violencia machista, y también fueron los movimientos feministas los que, gracias a la organización ininterrumpida a nivel federal y la interlocución directa con los poderes del Estado, consiguieron la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo el 30 de diciembre de 2020 mientras la Argentina ingresaba en la tercera ola de contagios. El peso específico del suceso es aun mayor si se tiene en cuenta que la agenda pública pasaba casi exclusivamente por las urgencias sanitarias vinculadas al COVID.
Si uno compara la foto de esta semana con el primer NI Una Menos, el 3 de junio de 2015, puede identificar que mucha agua ha pasado bajo el puente. La organización nació como un grito desesperado ante el femicidio de Chiara Páez, una adolescente de 14 años, asesinada en Santa Fe en el patio de la vivienda de su pareja. Aquel encuentro fue un germen social catártico y desarticulado, pero funcionó como puntapié inicial de un proceso de consolidación y crecimiento de lo que hoy es el actor más representativo y transversal del arco político.
La potencia de la organización y su transformación en los últimos años se puede observar en dos situaciones. En principio la presencia de la ex gobernadora María Eugenia Vidal en la Plaza de los Dos Congresos, hecho que evidencia el cambio de postura de un sector político con respecto al feminismo y el lugar ineludible que hoy ocupan los reclamos en materia de género en las agendas electorales. Y en segundo lugar, los puntos que recorre el documento de cierre que lógicamente interviene sobre la agenda propia, pero también comienza a dialogar y a posicionarse con respecto a otras temáticas urgentes. Fue acompañado de las firmas de organizaciones como Ni Una Menos, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, Socorristas en Red, la Unión de Trabajadorxs de la Tierra, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), y Madres de Plaza de Mayo, entre otras.
Las demandas de los feminismos abarcan el impacto de la deuda con el FMI en la desigualdad económica que afecta a mujeres y disidencias sexuales; la brecha salarial y la feminización de la pobreza; los más de 50 femicidios registrados en lo que va del año, por lo que se exige una Ley de Emergencia en violencia de género y medidas de protección efectivas y preventivas; la reforma judicial feminista; la efectiva aplicación de las leyes de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) e Interrupción Legal del Embarazo (ILE); y la Educación Sexual Integral; el repudio a la violación grupal de Palermo; los pedidos de absolución de Higui, cuyo juicio comienza el 15 de marzo, y la aparición con vida del joven trans Tehuel De la Torre desaparecido desde el 11 de marzo de 2021; y además incluyen la sanción de las leyes de humedales, de Acceso a la Tierra y un plan a largo plazo de Soberanía Alimentaria; la apertura de archivos de la dictadura; la Ley de Emergencia en Adicciones y la ley de HIV; y el derecho a la vivienda.
El Aborto Legal como quiebre histórico
Desde sus inicios a mediados del siglo XX los movimientos han actuado en los espacios públicos con diferentes estrategias y herramientas para visibilizar la violencia de género sistémica y las desigualdades estructurales que condicionan el desarrollo y las experiencias de las identidades feminizadas. Los Encuentros Nacionales de Mujeres en nuestro país, desde el primero en 1986, se sostuvieron gracias a la organización de las mujeres trabajadoras y militantes. La crisis del 2001 y una Argentina convulsionada fueron el caldo de cultivo de un proceso de masificación y mayor convocatoria ligada a las asambleas populares, los espacios autogestivos y las fábricas recuperadas.
Sin embargo es en el contexto actual que los feminismos han crecido en participación, cuantitativa y cualitativamente, y probablemente sean los espacios más dinámicos y contundentes de la política. Lo vemos en el ingreso de referentxs en espacios de poder e Instituciones centrales como el Estado Nacional, las Universidades, las empresas, las organizaciones sociales, los sindicatos, las cooperativas o los clubes de barrio. Esa legitimidad y mayor llegada ha permitido ampliar los márgenes disponibles para participar de los debates públicos a largo plazo, por fuera de las dinámicas reactivas o defensivas, sobre las dificultades y problemáticas estructurales de la Argentina.
Los movimientos de mujeres y disidencias han dejado de ser ipso facto sectores minoritarios o sectoriales. El corrimiento del margen de maniobra posible en la escena política nacional e internacional es producto de la militancia encabezada por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, demanda que dominó el foco de la agenda programática y el debate público por más de 15 años. La aprobación de la Ley fue un punto de quiebre. No solo por la conquista de un derecho vital para todas las mujeres y personas gestantes, sino también porque marcó un hecho político constitutivo, el logro habilitante de los feminismos como nuevo sujeto activo, legítimo y transversal en la real política, esa que siempre fue de los varones.
La estrategia contrahegemónica, las alianzas que se gestaron con partidos políticos y sectores sociales diversos, la “rosca” legislativa, las campañas de comunicación, las redes de acompañamiento y contención a lo largo de nuestro país, los actos multitudinarios, la militancia territorial, fueron algunos de los elementos que crearon las condiciones para que la transformación se lleve adelante. Claro que en este proceso estuvo y está siempre presente como un faro el modelo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes iniciaron su gesta luchando por la aparición con vida de sus hijxs y nietxs, y se consolidaron como punto de referencia ineludible ante los reclamos de los sectores populares.
La interseccionalidad como paradigma ordenador
El nuevo horizonte de los feminismos implica necesariamente una administración diferencial de las prioridades. Ya no pensando solamente en ganar espacios y construir hegemonía, etapa a mi parecer ya consagrada, sino en discutir y hacer política transformadora, territorial. Tal vez implique por un rato correrse de las causas más mainstream, marketineras o amigables, asociadas a los sectores más privilegiados del estrato social, para acercarse a los márgenes y recoger los reclamos que no entran solamente en las banderas verdes. El futuro debe alejarse de un feminismo hegemónico de relatos autorreferenciales, conformado mayoritariamente por mujeres cis heterosexuales, blancas, de clase media y de las grandes metrópolis urbanas. El próximo paso es la reconstrucción del movimiento espejado en un horizonte heterogéneo, con más matices que puntos en común, con más barro que cemento.
La feminización de la pobreza es la cara más visible de un modelo organizacional patriarcal que es muchísimo más profundo. La interseccionalidad es justamente esa mirada social que surge del reconocimiento de las desigualdades y diferencias que, incluso dentro del movimiento, se generan por la identidad sexual, la raza, la nacionalidad, el origen sociocultural, la región, la formación educativa, o la religión. Las relaciones que ordenan el mundo se han estructurado bajo los parámetros de “lo mismo” y “lo otro”, y ese otro como categoría asimétrica, inferior. La interseccionalidad es entender que incluso dentro de los feminismos hay cientos, miles de “otrxs” oprimidxs, sin voces. En este sentido la interseccionalidad implica también la problematización del modelo económico desigual y las bases de sustento de un sistema de producción y consumo excluyente de las mayorías. Este nuevo enfoque suma el debate por el desarrollo económico con redistribución de la riqueza, un modelo de soberanía alimentaria, formas de producción sustentables y la descentralización de la tenencia de las tierras.