El voto del gobierno argentino en la ONU sobre la cuestión venezolana es un error político. Nadie puede pensar seriamente que esa decisión resulte beneficiosa para el país, no solamente porque castiga a otro país que tiene una buena relación con el nuestro, y que en la etapa anterior de la región compartió un camino de colaboración en la construcción de la integración regional; también porque debilita su posición internacional, necesitada más que nunca de un enfoque independiente, claramente diferenciado del alineamiento automático con cualquier potencia extranjera. No hay a la vista ninguna ventaja compensatoria y aunque la hubiera no alcanzaría el nivel de esos daños. Si el argumento es simplemente que en Venezuela suceden efectivamente violaciones de derechos humanos hubiera correspondido la abstención, a la espera de que la ONU trate el tema junto con la experiencia chilena, boliviana y colombiana entre las de otros muchos países del mundo. También de Estados Unidos.
Dicho todo lo anterior hay que colocar la discusión de este problema en el contexto de nuestra realidad política. El gobierno de Alberto Fernández no está en disputa con otra amplia coalición nacional y democrática sino contra un conglomerado neoliberal, revanchista y violento que trabaja día y noche para deteriorarlo y si es posible llevarlo a un prematuro fracaso. La alternativa no es un gobierno popular capaz de reconstruir el proceso hacia una patria grande sino un proyecto de sumisión incondicional a la principal potencia continental y de continuidad con la entrega del patrimonio nacional perpetrado por el macrismo durante los cuatro años anteriores. No se trata, claro, de silenciar críticas. Pero sí de establecer una conversación responsable y serena. Capaz de evitar las altisonancias que llegan a establecer un ridículo parangón entre la política internacional del actual gobierno con la del macrismo. Está claro que el gobierno argentino expresa la más importante línea de resistencia a la derechización de América del sur que hoy exista. No entender esto lleva a un planteo ideológico ajeno a la situación política realmente existente.
La discusión interna desatada no es la primera que se instala entre nosotros. La intensidad de esas discusiones corre pareja con algunas de sus características. Podría decirse que el trasfondo es el deseo de “volver” como dice la consigna que unió al campo popular desde el mismo día en que concluyó el mandato de Cristina. Una consigna de importante impacto emocional en tiempos de angustia y desesperanza como los que siguieron a ese final. En política el retorno está presente siempre. Retorno fue la palabra que hizo invencible al peronismo después del golpe de 1955. Y reaparece cada vez que se crea una hendidura, por pequeña que sea, en el dominio mundial del neoliberalismo. Ahora bien, junto a estas propiedades del sueño del retorno –significativo, estimulante, movilizador- la palabra tiene otras resonancias. Idealización, simplificación y melancolía, tales son las contraindicaciones. En nuestro caso eso se expresa bajo la forma de un recuerdo de la etapa abierta en el país en 2003 con el triunfo de Néstor, signado, como suele estar todo recuerdo, por la sensación de haber vivido un tiempo rectilíneo, sin contradicciones, estrictamente conducido con arreglo a una hoja de ruta preconcebida y siempre igual a sí misma. Como diría Borges, un recuerdo que es un olvido. La verdadera historia está cargada de zig zags. De idas y vueltas. De triunfos y de traspiés. Todas las historias políticas son así.
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El kirchnerismo no es un proyecto concebido por un grupo de dirigentes y prolijamente convertido en una acción práctica de gobierno. Fue lo que la realidad política de las luchas, de las resistencias, de las contradicciones hizo de él. A poco que se revisen los gabinetes de esa época, los conflictos políticos, las idas y vueltas, reaparece bajo su verdadera realidad histórica. La de un proceso político que no tenía un itinerario prefijado. Que fue construyéndolo en la lucha contra sus adversarios y en ese proceso de lucha fue conformando una identidad política que hoy hacen suya millones de argentinos.
La otra cuestión que la crítica interna suele obviar es la especificidad de la época que nos está tocando vivir. Esto significa el enorme retroceso material, intelectual y moral sufrido por nuestra sociedad en el pasado cercano. Son heridas muy profundas que no se curan de la noche a la mañana. Para pensar esto conviene volver a mirar y escuchar el video de Cristina el 18 de mayo del año pasado. Y escucharlo concentrándonos en dos de los muchos y notables conceptos que lo atraviesan: “la región y el mundo han cambiado para mal en estos años y “necesitamos una amplia unidad para ganar la elección y una coalición todavía más amplia para gobernar”. Claro que ese discurso estaba condenado a ser escuchado exclusivamente como el momento en que CFK produce un viraje espectacular en la política argentina y comienza el proceso inevitable de retirada de la derecha en el gobierno.
Se pudo triunfar porque se alcanzó la más amplia unidad política posible. Antes del discurso había todo tipo de reuniones para organizar un peronismo alternativo al kirchnerismo. Después de él se esfumaron –como dice el tango- “como brumas en el mar al llegar la luz del sol”. Quedó así despejado el camino para el triunfo de la fórmula Fernández-Fernández. Y la amplia coalición electoral intenta ampliarse aún más en el ejercicio del gobierno, tal como lo adelantara el video. La unidad es tal porque es unión de lo diverso. Y lo diverso trae complicaciones, produce “costos” en términos de elegir caminos que puedan ser recorridos por todos. Hay que decir también que desde aquella mañana de mayo del año pasado y los días que corren se acumularon algunos “pequeños problemas”. Entre ellos una pandemia como ninguno de los actuales habitantes del planeta está en condiciones de recordar.
Todo esto no está dicho para terminar con una apelación a la resignación y el conformismo. Por el contrario, podemos estar seguros de que de esta coyuntura solamente se sale exitosamente con disposición a la lucha. Se sale con estado activo, con acción transformadora del país. Con militancia social y política intensa. Con mucha capacidad persuasiva en la conversación cotidiana. También con mucha autoestima nacional y mucho impulso a la unidad regional. Que es lo que la parafernalia mediática intenta quebrar. Es, en fin, una etapa dura pero apasionante. Un momento para un salto en calidad de una generación que se incorporó a la política con los sueños renovados después de una larga y oscura noche de retroceso colectivo.