La evolución de Rosario con los años se explica, en paralelo, con la historia de la banda narco “Los Monos". Los escritores Hernán Lascano y Germán de los Santos publicaron un libro sobre esa famosa "familia" que, según ellos, transformó la ciudad "en un infierno” y describen que Rosario pasó de ser una urbe industrial y pujante que transformó su matriz económica durante los años ‘80 hasta convertirse en una ciudad de servicios. En la actualidad, vecinos de barrios vulnerables como los comerciantes de los principales corredores de la ciudad advierten que el crecimiento de la inseguridad y la violencia afectan tanto a las relaciones sociales como productivas de los rosarinos a tal punto que, por ejemplo, los locales y tiendas están acotando sus horarios de apertura al público por esta problemática.
Los salarios que no alcanzan por la inflación, el transporte que no llega, la violencia que azota a la ciudad y la situación de creciente angustia en los barrios impactan en las costumbres y la vida cotidiana de los rosarinos y las rosarinas. “Tiene mucho que ver con la herencia de la pandemia, donde las costumbres culturales y de consumo han cambiado muchísimo en lo que se refiere a las compras”, explicó a El Destape Fabio Acosta, presidente de la Asociación “Casco Histórico de Rosario”, y aclaró que “esto tiene que ver con el movimiento de la gente. Las personas se acomodaron mucho más rápido que los servicios”, como el servicio de patrullaje y de vigilancia, que se ve reflejado en la ausencia de patrulleros de la Policía Provincial en las calles y de los efectivos municipales de control de proximidad, otrora llamada Guardia Urbana.
“Cuando fuimos saliendo de la pandemia, la gente se acomodó más rápido, que los servicios. El servicio policial sigue al ritmo de la pandemia, el transporte público no se termina de recuperar porque seguimos en emergencia. Eso trae la consecuencia de que hay mucha menos gente circulando en el centro en los horarios habituales previos a la pandemia”, argumentó Acosta, quien sostiene que la razón de las jornadas más cortas de los locales nace, entre otras cosas, por esto: “Los comercios se han puesto de acuerdo en abrir y cerrar de forma coordinada para no quedar ninguno abierto sin gente circulando, dado que la inseguridad realmente es preocupante”.
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El Observatorio Social de Transporte Urbano de Rosario advirtió en su último informe que hay líneas de colectivo que tienen frecuencias de hasta 30 minutos entre una unidad y la siguiente, mientras que por las noches, los colectivos directamente desaparecen o tienen entre una o dos unidades trabajando en horario nocturno (N del R.: esto también tiene su origen en los reiterados ataques contra los choferes de colectivo, quienes hasta incluso han pedido custodias policiales para entrar a determinadas zonas, si es que no han borrado esa parte del recorrido, directamente). “La gente, sabiendo que tarda mucho el transporte público en llegar, se anticipa y lo toma más temprano para volverse a la casa, o cuando sale de trabajar en el centro no se queda mirando vidrieras o comprando, sino que lo deja para otro momento y se vuelve más temprano" al barrio. Mientras anochece y el cielo se pone entre ocre, violeta y el oscuro azul de la noche, las calles del macrocentro, núcleo neurálgico de la actividad social y comercial de la ciudad, se apaga.
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Barrios fantasma, calles con miedo
El miedo y el “me quedo por las dudas” no alcanza solamente al centro de la ciudad: se acentúa en las barriadas periféricas de la ciudad. Si bien los números fríos hablan de 255 muertos por armas de fuego registrados hasta el viernes pasado, aumentó un 30 por ciento el número de armas secuestradas entre el primer semestre de este año y el anterior, con un total de 415 pistolas no registradas sólo en Rosario.
Entre octubre del 2020 y junio del corriente año, se secuestraron 1.408 armas en todo el departamento Rosario. Así y todo, las ráfagas de balas no dejan de sonar en las barriadas. Un legislador provincial y ex periodista dedicado a la cuestión policial, adviertió que en algunos barrios es más fácil encontrar un arma que un trabajo registrado.
El barrio rosarino “7 de Septiembre” tiene casi 40 mil personas en su zona de influencia, pero a las 19 horas las calles se aquietan y desertizan. En lo que va del año, las balaceras y los enfrentamientos a los tiros se llevaron la vida de seis personas en el barrio. Los vecinos que antes tomaban mate en la puerta de sus casas, ahora ya no salen. Los chicos que juegan a la pelota en las calles, ahora tienen tiempos más cortos.
Silvia Gergolet, presidenta de la asociación vecinal de barrio Tablada advirtió que el barrio y la zona de influencia está divida en dos partes: allí donde las instituciones se hacen presentes y los vecinos pueden acercarse a encontrarse y apropiarse de la calle, y “el otro lado”, donde la desigualdad se muestra en forma de casillas precarias, calles sin cordón cuneta y con un sin fin de necesidades básicas no satisfechas.
“Hay un aumento enorme de la inseguridad”, sostuvo Gergolet, que además de ser una docente involucrada con el barrio es antropóloga. Ella afirmó que los vecinos “se guardan” después de las seis de la tarde: “No podés ver más un alma en la calle”. Los hechos de inseguridad no sólo van desde el robo común y las balaceras, sino que también aparecen a través del robo de medidores de agua y de gas: “La situación es tal que han llegado a cambiar muchas conductas que nosotros nunca pensamos que podrían llegar a afectarnos así”.
El 17 de agosto, cerca de la hora en la que 7 de Septiembre se friza, Catalina Gimenez estaba tomando mates con su marido sentada en la puerta de su casa, cuando una persona pasó en moto disparando una ráfaga de tiros y una bala le quitó la vida mientras huía hacia el interior de su casa. Tenía 60 años.
El 4 de octubre, vecinos del barrio Las Malvinas se manifestaron pidiendo más seguridad levantando una bandera que rezaba: “Queremos vivir tranquilos”, a los cuales se sumaron los vecinos del barrio República de la Sexta, exigiendo respuestas a los gobiernos municipal y provincial, los cuales tiran incesantemente la pelota hacia arriba, observando a un ministro de Seguridad que insiste en medir sus logros de gestión en miles de detenidos. Los calabozos rebosantes y hacinados de Santa Fe no parecen dar una respuesta satisfactoria a los pedidos de los rosarinos, que exigen su derecho a vivir en paz.
Según la antropóloga Gergolet, son los propios vecinos los que terminan haciéndose cargo de la seguridad del barrio, sellando paredes de casas que están abandonadas y que son señaladas como posibles búnker o aguantaderos. “A la siesta no se puede salir, los vecinos tienen la sensación de que los policías son parte de la situación. La gente ya no hace las denuncias en la comisaría, va directamente a los medios de comunicación si es que llegan a tener un micrófono cerca”.
En septiembre, las autoridades de la Escuela Técnica N° 472 “Crisol”, Magnano 6365, cambiaron el horario de clases en el turno tarde por las amenazas cruzadas entre bandas en redes sociales y los anuncios de enfrentamientos armados a la hora de salida de los estudiantes. Este lunes se cumple un año desde que la escuela fue baleada por tiratiros que dejaron el siguiente mensaje: “O se comunican con la mafia o siguen las balaceras”.
Gergolet destacó para El Destape dos cuestiones relacionadas a la violencia armada: por un lado, que la llegada de la gendarmería nacional y de los efectivos de la policía federal, si es que se los ve, “no han cambiado nada”, y sentenció: “No le han encontrado la vuelta. Si querés combatir la inseguridad, es un problema político que se logra tomando medidas, pero lo que han hecho hasta ahora no ha hecho nada por la tranquilidad de la gente. La relación de la policía con la gente se quebró, y por lo hemos hasta ahora no parece que vaya a retomarse en el corto plazo”.