La probada futilidad de las encuestas como mecanismo de predicción del comportamiento electoral no implica que esas herramientas no puedan dar pautas pertinentes para el análisis político. En el comienzo de la temporada alta para consultores y analistas, un conjunto de muestreos, nacionales y locales, dan cuenta de un fenómeno político que, de consolidarse, pondría al país de cara a un escenario inédito y un futuro incierto.
La tendencia, en la que confluyen diversos estudios de opinión pública, como métodos y financistas dispares, muestra el crecimiento de Javier Milei, fenómeno que reflejó El Destape con una nota elocuente de Fernando Cibeira este fin de semana. Aunque no se ponen de acuerdo si hoy ocupa el primer, segundo o tercer lugar en las preferencias, todos coinciden en que el economista hoy está significativamente mejor que hace unos meses.
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Otro dato que alimenta ese análisis es que Milei, que no tiene estructura nacional ni realizó, todavía, una recorrida proselitista por el interior del país, suma apoyos en todas o casi todas las provincias, en algunos casos superando el cuarenta por ciento de intención de voto. Ese número lo convierte en una atractiva ambulancia electoral a la que se acercan los perdedores y excluidos por la rosca en las internas de las grandes coaliciones.
El caso paradigmático es Mendoza, donde ya no se ocultan las negociaciones entre sus representantes locales y el ex armador de Horacio Rodríguez Larreta, Omar De Marchi, desterrado de las filas del PRO y Juntos por el Cambio por desafiar la estrategia nacional para ese distrito. Cerca de Milei prometen nuevas incorporaciones rutilantes que apuntalen el juego de la Libertad Avanza en todo el territorio nacional.
Como sucedió con Donald Trump en Estados Unidos en 2016 y con Jair Bolsonaro en Brasil dos años más tarde, la ultraderecha local está mutando de actor secundario casi pintoresco a alternativa política con chances concretas de llegar al poder. Si nos regimos por esos antecedentes, cuando la subestimación deja paso a la alarma ya es demasiado tarde. El momento “era una joda y quedó” queda después del punto de no retorno.
No constituyen, sin embargo, los antecedentes de Brasil o de Estados Unidos, con todo lo que trajeron aparejado, el escenario más desalentador para los próximos años en la Argentina. La eventual llegada al poder de Milei, un dirigente cuyos objetivos maximalistas chocan contra la precariedad de su estructura política y el aparente desconocimiento de los resortes del Estado, nos ponen de frente ante otro espejo: el de Perú.
Incluso si el resultado que señalan las encuestas que mejor lo benefician se consolidara y el economista obtuviera un gran resultado en primera vuelta, resulta matemáticamente imposible que construya un bloque legislativo que supere el medio centenar de diputados y un puñado de senadores. Su agenda legislativa tendrá importantes escollos, aún si pudiera duplicar ese número a partir de negociaciones con otros sectores.
Un presidente en esa situación, además, podría ser caer ante un eventual juicio político, en caso de que la mala praxis se torne insoportable para el sistema, que la protesta social logre paralizar la agenda del gobierno y/o (porque no son opciones excluyentes sino complementarias) se intente suprimir esas resistencias con una escalada represiva que tenga un saldo trágico. Desde el ‘83 hasta acá, un escenario inédito.
Ese es el peligro de la “fragmentación política” del que advirtió Cristina Fernández de Kirchner en su última ponencia pública, en Viedma, el mes pasado. Por supuesto: a mayor dispersión política, más dificultad para construir acuerdos plurales que permitan darle al país cimientos sólidos para dejar atrás una década perdida y solucionar problemas estructurales que difícilmente puedan resolverse desde una posición de minorías.
La propuesta de la vicepresidenta para establecer un gran acuerdo que encare la solución al problema de la economía bimonetaria sumó esta semana un inesperado aliado de la mano del titular de la Federación Agraria, Carlos Achetoni, que en diálogo con El Destape Radio pidió “un gran consenso” para que “haya certidumbre en el país y se delineen las políticas públicas que hacen falta” para “una unificación” cambiaria. Tomato, tomeito.
“Ojalá que muchos políticos piensen en hacer el gran consenso porque el que va perdiendo es el argentino. Estamos en un año electoral donde puede ganar algún sector partidario pero van a perder los argentinos si continúan de esta manera. Creo que tiene que haber un gran consenso y convocar a todos los sectores para buscar un camino en común que saque del sufrimiento a toda la gente que está inmersa de la pobreza”, agregó Achetoni.
El martes la Federación Agraria, sin acuerdo con la Mesa de Enlace, irá al Congreso a tener reuniones con distintos bloques parlamentarios. Aunque en los medios anuncian este acto como una marcha opositora, el titular de la FA aclaró que no tiene ese carácter y sorprendió al reconocer que, una vez que cursaron los pedidos de audiencia, los primeros en responder, de manera positiva, fueron los diputados del Frente de Todos.
El crecimiento de la intención de voto de Milei en todo el país y el retroceso que, en el mismo período, sufren las principales figuras y la etiqueta genérica de la coalición gobernante deja en evidencia un fenómeno del que se advertía desde hace al menos un año: entre la masa de posibles votantes del economista no sólo hay desencantados de derecha sino cada vez más electores que tradicionalmente se inclinaban por el peronismo.
A la dificultad del gobierno para traducir en bienestar el crecimiento económico, la falta de conducción efectiva y la ausencia absoluta de una perspectiva superadora hacia el futuro se suman dos conductas concurrentes que, en conjunto, socavan el piso histórico de este espacio político. Por un lado, la desintegración interna en público de la coalición; por el otro la mímesis con políticas, conductas y mensajes propios de la derecha.
La deriva de los últimos tres años y medio destruyó el contrato electoral con la sociedad: no solamente porque el Frente de Todos no pudo revertir el deterioro de la calidad de vida que había comenzado durante el gobierno de Mauricio Macri, sino también porque el culebrón horrendo que pusieron en escena sus principales dirigentes fue directamente en contra del compromiso original de blindar al país ante la posibilidad de un nuevo ciclo neoliberal.
A tono con la época, el peronismo renunció a ser un partido del poder para abrazarse a su calidad de víctima: de la derecha, de los medios, del FMI, de la sequía. De la hegemonía a convertirse en un archipiélago de microemprendimientos políticos subyugados por una narrativa derrotista. No es la primera vez que pierde la brújula. El riesgo es que, como le sucedió hace veinte años a la UCR, la decadencia esta vez sea irreversible.
Ya no es exótico un escenario en el que el peronismo quede descalificado de un balotaje entre dos expresiones muy corridas a la derecha. Ningún dirigente atiende esta alarma. Sergio Massa le habla al círculo rojo. CFK a su núcleo duro. Alberto Fernández, últimamente, no habla. La crisis de representación puede ser total: el Frente de Todos está cada vez más cerca de convertirse en el Frente de Nadie.