El jueves se confirmó que las economías de Japón y Gran Bretaña entraron oficialmente en recesión. En Estados Unidos se desplomó el consumo en enero y los medios especializados especulan con una retracción durante 2024. Alemania no puede recuperarse de la ruptura con Rusia, que financiaba su crecimiento con energía barata, y arrastra a Europa tras de sí. El mundo todavía encaja los enormes costos y daños que trajeron consigo la pandemia y la guerra en Ucrania.
Mientras tanto, una nueva escalada en Medio Oriente ha vuelto mucho más riesgoso, y por lo tanto costoso, el tránsito por el Mar Rojo, una de las rutas más importantes para el comercio global, con enormes repercusiones para la economía de todo el planeta. Hasta dónde y hasta cuándo va a extenderse ese conflicto, nadie se atreve a arriesgar. La volatilidad en el precio de los commodities refleja esa incógnita. La sombra de una nueva crisis mundial, la tercera en cuatro años, asoma en el horizonte.
En este escenario la Argentina sufre un triple riesgo. Por un lado, porque su matriz económica sobreexpone al país a los vaivenes internacionales y lo deja a la merced de cada uno de los cimbronazos. Esa ha sido la regla durante el último medio siglo, con la única pero notable excepción de la crisis de 2008. A diferencia de entonces, hoy el sobreendeudamiento y la escasez de reservas actuales potencian la intemperie y limitan las herramientas a mano para capear la tormenta.
Pero principalmente el peligro reside en que el plan de gobierno de Javier Milei es como salir a campo abierto sin impermeable y blandiendo un pararrayos como si fuera su varita mágica. Es algo de lo que han tomado nota quienes que tienen un inmenso poder sobre el destino de países a la hora de elegir dónde depositan sus inmensas carteras de inversiones, así como los burócratas de los organismos internacionales de crédito. Así lo han hecho saber a emisarios del gobierno y la oposición durante esta semana.
El presidente y su ministro de Economía, Luis Caputo, apoyado por un formidable aparato de propaganda en medios y redes, intentaron instalar que, gracias a la licuadora y la motosierra, por primera vez en una década se cerraba un mes con equilibrio en las cuentas. Pero hace exactamente un año el ministro de Economía Sergio Massa anunciaba superávit financiero y se entusiasmaba con llegar al otoño con la inflación bajando y ser presidente. No hace falta recordar cómo terminó esa historia.
Ahora es Milei quien promete un horizonte en plazos. “Lo peor llegará en marzo y abril, cuando toquemos fondo”, vaticinó en una de las rigurosas entrevistas que dio durante los contados ratos libres que le dejan sus responsabilidades como tuitero en Jefe de la Nación. Su gobierno comenzó hace diez semanas, 70 días, la misma cantidad de tiempo que falta para finales del más cruel de los meses. En la V que proyecta el presidente, todavía no llegamos a la mitad de la caída. El paisaje al pie del tobogán resultará irreconocible.
La jubilación mínima ya está en valores de 2003 y si no hay medidas concretas podría alcanzar, este semestre, su punto más bajo en la tabla histórica. La capacidad industrial instalada está en 54 por ciento, los mismos niveles que durante la pandemia, y desde ese nivel se espera un retroceso para este año en trece de los dieciséis sectores productivos del país. Es récord la subasta de bienes de capital. La industria de la construcción perdió desde diciembre 140 mil puestos de trabajo. Ese número puede duplicarse o triplicarse.
La contracara de ese proceso de destrucción de la capacidad económica del país es el deterioro acelerado de las condiciones de vida de sus habitantes. Con la inflación corriendo al veinte por ciento mensual, en enero se desplomó un 45 por ciento la venta en Farmacias; Alimentos y Bebidas cayó un 37 por ciento. Es lógico, si los argentinos pagamos los mismos precios que en España con salarios nueve veces más bajos, tal como destacó un informe de la señal de noticias kirchnerista CNN que se hizo viral en redes esta semana.
No fue magia. La Oficina de Presupuesto del Congreso le puso números al superávit financiero que celebran Milei y Caputo. El gasto primario de la administración nacional (es decir gastos corrientes más inversión pública) se retrajo, a valores constantes, un 30 por ciento respecto al año pasado. Los principales recortes fueron en jubilaciones (32,5 por ciento abajo), programas sociales (¡59,6 por ciento abajo!) y salarios (18 por ciento menos). Debe notarse que todavía no impacta el recorte a subsidios de energía y transporte.
Este fin de semana el Observatorio Social de la UCA publicó su estimación de pobreza, que dio el resultado más alto de los últimos veinte años: un 57 por ciento, es decir unos 27 millones de personas. Con Milei, en la Argentina hay tres millones y medio de nuevos pobres en solamente dos meses. La indigencia también saltó de cinco a siete millones de personas. Para tener como referencia, la misma serie arrojaba un 28,2 por ciento de pobres en 2015, 39,8 por ciento en 2019 y 44,7 por ciento en noviembre del año pasado.
Es inevitable preguntarse cuánto tiempo puede durar la licencia social para esta clase de políticas autolesivas. Para complejizar el cuadro, desde la Casa Rosada no hay señales de querer desescalar. Por el contrario, por momentos se estimula el conflicto con bravuconadas como el boicot al Consejo del Salario, la amenaza de desregulación de las Obras Sociales y la eliminación de la paritaria nacional docente y el FONID. Queda para el debate de sobremesa si es genialidad estratégica o llana estupidez. Pronto vamos a saberlo.
A medida que se acerca el comienzo del año político, vuelven a encenderse los motores del conflicto social. Este miércoles la Fraternidad hará un paro de trenes por 24 horas. El jueves 22 la CTERA (docentes) hará un Congreso Nacional donde seguramente se anuncie una medida de fuerza para el comienzo de clases. ATE (estatales) decidió esta semana hace un paro nacional antes de fin de mes, aún sin fecha. UTA (transporte público) lleva a cabo paros a nivel local en todo el país.
Mientras tanto la CGT define la fecha de su próxima medida de fuerza: una huelga de 24 horas con movilización, esta vez no al Congreso sino a Plaza de Mayo. Aunque el sector más dialoguista de la central especulaba con demorar la medida hasta abril, el congelamiento del salario mínimo aceleró los tiempos. En las últimas horas tanto Héctor Daer como Pablo Moyano, que conducen los dos sectores más numerosos, advirtieron públicamente que están dadas las condiciones para actuar con celeridad.
La cúpula de la CGT está mandatada para convocar un paro cuando lo estime conveniente. Por ahora la fecha más probable es en los primeros días del mes que viene, en coincidencia con el comienzo de las clases, la llegada a las casas de las primeras facturas de servicios sin subsidios y con aumentos que van a llegar al 150 por ciento, y del período de sesiones ordinarias en el Congreso. Existe otra fecha marcada en rojo en el calendario: el 24 de marzo se está organizando una movilización histórica y unificada. La idea es no encimarse.
Además de la calle, la otra incógnita que pesa sobre el gobierno es la deriva económica. Existen enormes dudas sobre la premisa de que, a pesar de este formidable abrazo de oso fiscal, exista una tendencia a la baja en el número de inflación de los próximos meses. Otros factores, como la indexación de varios precios clave, como nafta y tarifas, abonan el escepticismo. Si el ritmo de los precios no cede, la presión para que el gobierno vuelva a devaluar, justo durante el bimestre más turbulento de la V, puede volverse insostenible.
En resumen: si persiste la conflictividad social (y nada hace pensar que vaya a suceder otra cosa) y no baja la inflación sensiblemente (y existen dudas razonables de que eso se corrobore) Milei estará en problemas. Esas son las dos variables que darán forma al futuro del gobierno y del país. En función de cómo se resuelvan, y de acuerdo al análisis que por estas horas hacen políticos, empresarios, consultores e inversores, se abren por delante tres escenarios posibles para transitar el otoño.
En el primero, el presidente consigue, en efecto, bajar la inflación y estabilizar la macro, evitando una nueva devaluación y pavimentando el camino para dolarizar, tal como planea. La cosecha se liquida en tiempo y forma, y aparece financiamiento externo para darle aire a las reservas. En un contexto de enorme crisis social, lograría sin embargo un sostén político robusto que le permitiría conformar mayorías circunstanciales en el Congreso o, al menos, gobernar por decreto sin encontrar barreras en otros poderes del Estado.
La oposición queda consolidada alrededor de una minoría intensa pero incapaz de modificar el estado de las cosas. El descontento se vuelca en las calles, causando altos niveles de conflictividad permanente pero inefectiva, con una considerable respuesta represiva por parte del Estado. Con el correr de los meses se iría asentando una “nueva normalidad”. Los niveles de popularidad del gobierno vuelven a crecer. A medida que se acerca el 2025, Milei redibuja el sistema político (y, de esa forma, el país) a su imagen y semejanza.
El segundo escenario es el opuesto absoluto, la opción nuclear. De acuerdo a esa hipótesis, la malaria económica y la conflictividad social marcan un rapidísimo final para el experimento Milei. Los dólares no aparecen, la cosecha no se liquida, la inflación no cede y debe volver a devaluar. En poco tiempo el conflicto laboral y social desborda a las fuerzas de seguridad, que responden con fuego. Las calles quedan tomadas. Puede haber saqueos por la dificultad de acceder a alimentos y medicinas. Las clases no empiezan.
En este punto, los senderos se bifurcan. El presidente puede dar un paso al costado, ser depuesto en un juicio político o simplemente ceder el control de su gobierno a otros actores sin renunciar a su cargo. En cualquier caso, su proyecto de poder queda truncado. El expresidente Mauricio Macri es un ferviente convencido en este escenario y trabaja para fomentarlo, convencido de que cuando llegue el momento será su teléfono el que suene en busca de ayuda. Tiene planes de contingencia con y sin Milei, con y sin Victoria Villarruel.
La tercera opción, intermedia, y acaso la más probable en el corto plazo, es la de una crisis episódica, no terminal, que acompañe un lento declive del esquema de poder actual. La economía no rebota pero tampoco llega a estallar, sostenida en un precario equilibrio por aquellos mecanismos y sectores que se salven del desguace. La conflictividad laboral y social sucede de forma espaciada en el tiempo y el territorio nacional, en forma de focos que estallan y se apagan sin continuidad ni evolución
Esta deriva catastrófica en cámara lenta, sin embargo, sólo puede durar lo que tarde en surgir una chispa. Tarde o temprano, la falta de apoyos, de recursos y de resultados terminan configurando una combinación fatal. Cosas como el crecimiento sin dinero o las victorias sin el número suficiente de soldados para la batalla son cosas que solamente existen en fantasías fabriles. En el mundo real las cosas funcionan de otra forma. Uno quiere creer, todavía, que el presidente de la Nación entiende esa diferencia.