Cuando alguien piensa en un embajador, casi siempre imagina a una persona que practica con alguna habilidad la discreción y la prudencia. Como arte grácil, la diplomacia exige modos indirectos, manejos sutiles, para tratar los asuntos que de verdad importan, sin estruendos ni alborotos.
Digamos que estas son reglas generales, que cumplen casi todos los embajadores del mundo, salvo los que Estados Unidos envía periódicamente a la Argentina.
De Spruille Braden a Marc Stanley, muchos de los funcionarios del Departamento de Estado que aterrizan en la residencia del Palacio Bosch, se toman llamativas libertades para manifestar sus opiniones sobre las políticas soberanas del país; y a veces hasta apadrinan candidatos o experimentos electorales que ayuden a defender los intereses de Washington en la región.
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Braden es el caso paradigmático. Con el concurso del canciller uruguayo de entonces, Eduardo Rodríguez Larreta -pariente del actual alcalde porteño-, lanzó el “Libro Azul”, que buscó asociar al embrionario peronismo con el nazismo y fortalecer así las chances de la Unión Democrática contra Juan Perón en 1946, intento que acabó en rotundo fracaso.
El actual embajador Stanley no llegó a tanto, o no todavía. Pero la fotografía que subió a su cuenta oficial de Twitter el últim0 3 de marzo junto a Mauricio Macri tiene un innegable voltaje político.
En apariencia protocolar, la imagen está acompañada del siguiente texto: “Fue un honor que el ex presidente se hiciera un tiempo para reunirse conmigo. Tuvimos una interesante conversación sobre las relaciones entre Argentina y Estados Unidos, y la importancia de la solidaridad para enfrentar la invasión de Rusia a Ucrania”.
Dos días antes, el ex presidente que tanto impactó a Stanley había sido acusado por el actual presidente, Alberto Fernández, durante el acto de apertura de sesiones legislativas, por abrir un proceso de endeudamiento y fuga de divisas que hoy está siendo investigado (es verdad, morosamente) por la Justicia Penal Federal.
¿Acaso el embajador Stanley no mira televisión?
Si es así, quizá tenga tiempo para leer algunos de los párrafos del principio de acuerdo que suscribió en las últimas horas el Fondo Monetario Internacional con el gobierno argentino, que ahora está bajo estudio en el Parlamento.
En ese documento, en referencia al préstamo acordado en su momento por Macri con Cristine Lagarde, el FMI reconoce cosas muy graves: “Ninguno de los objetivos del programa fue alcanzado: ni la confianza ni el acceso a los mercados fueron restablecidos; el producto se contrajo fuertemente y la inflación aumentó; el empleo cayó y la pobreza creció (…) El tipo de cambio se depreció; la ausencia de medidas para manejar los flujos de capitales y los desembolsos efectivamente efectuados financiaron una salida de capitales de magnitudes históricas”.
Está claro que Stanley no ignora nada de lo que allí se admite. El Departamento de Estado ejerció todo su poder en 2018 para que el FMI le otorgara a Macri el préstamo más grande en la historia del organismo con el objetivo de garantizar su reelección y evitar que el peronismo volviera al gobierno.
Algunos creen que la aprobación de semejante cantidad de dinero se debió a la amistad del entonces presidente Donald Trump con el clan Macri. Se equivocan. La foto que publicó Stanley con el jefe del PRO demuestra que Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos: como alguna vez reconoció el propio Henry Kissinger, sólo tiene intereses.
Macri es el líder de un espacio político cuya bancada legislativa es capaz de asumir, en cualquier circunstancia, las razones de los Estados Unidos como si fueran causas nacionales. Ayer fue la vacuna de Pfizer, o la oposición a la ley de Etiquetado Frontal, hoy toman partido por la OTAN en su conflicto con Rusia. De poder hacerlo, no vacilarían en dolarizar la economía para siempre.
En el marco del lawfare, Macri fue y sigue siendo una pieza clave en el hemisferio sur. ¿Cuántos presidentes se involucraron de manera directa en el golpe de Estado contra Evo Morales? ¿Qué gobierno estuvo entre los primeros en reconocer al aventurero Juan Guaidó como “presidente de Venezuela” y a su “embajadora” en Buenos Aires?
A veces, leer la política local en clave geopolítica ayuda a entender qué intereses asoman detrás de los conflictos que se agitan como desconectados de todo, o perezosamente resumidos a la vanidad o el personalismo de los contendientes.
El triunfo de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner en 2019 frustró los planes de gente muy poderosa, esa misma que ahora desde una foto, mientras aquella unidad se astilla un poco cada día, espera agazapada y jadeante por su “segundo tiempo”.