Escritura y política tienen una relación que ha sido siempre chispeante. La escritura fue utilizada como una herramienta (reducida en su carácter instrumental) de dominación. La vida letrada produce un hiato entre quienes escriben y no, tomar la palabra escrita es tomar una forma del poder para los sectores plebeyos y sublevados. Estamos hablando, claro está, de la lengua española y no de las lenguas indígenas, sometidas al silencio porque en buena medida son un modo de poder de esas comunidades. El proceso de homogenización y unificación que trae aparejado el nacimiento del Estado-Nación incluye como una de sus primeras medidas el uso de una misma lengua. En Argentina ese proceso no bastó solo con la instauración del español sino además, para la época del primer centenario, de cabezas rapadas para los varones y moños rosas para las mujeres en la escuela primaria.
Ahora bien, la escritura es en sí misma política. Se inscriben en ella relaciones de poder, señala posiciones ideológicas y los sujetos son hablados a través de su escritura. Pero cuando la escritura habla sobre política el problema se vuelve dos veces interesante. Ya no solo por el contenido que guarda, sino por la forma que lo modula y lo que nos deja saber sobre el sujeto que enuncia.
En la palabra política hay de todo. No es unánime. Aunque algunos modelos podríamos decir que han tomado buena parte de la arena pública. A saber: las cosas dichas (los cultores de lo directo), el eufemismo (como retórica, pero también como conciliación política), los significantes vacíos (palabras que parecen poder llenarse con cualquier sentido), los tecnócratas (la lengua de la anti-política), las metáforas naturales (de brotes verdes y lluvia de inversiones hemos vivido), pero también las metáforas bélicas (arsenal de medidas o guerra contra las drogas). En la última semana la derecha argentina ha circulado dos escritos de modo masivo y se han vuelto foco de la discusión política. La carta del ex presidente Mauricio Macri y un texto menor, pero de igual valía para el caso, firmado por el diputado Mario Negri.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
¿Qué dicen? No de qué hablan, sino qué nos están diciendo cuando escriben. ¿Cómo escribe la derecha hoy? ¿Cómo nos habla? ¿Cuáles son sus formas, sus imaginarios, sus procedimientos?
La carta de Mauricio Macri hace de la vaguedad y los lugares comunes sus principales armas. Es una carta escrita antes de ser escrita. Es decir, ya todos sabíamos qué era lo que ahí iba a aparecer. Macri con su carta alimenta a sus seguidores y a los medios fieles con la comida de siempre, con lo que quieren y con lo que esperan. No deja de ser interesante que la carta recorra todos y cada uno de los slogans o palabras claves que reitera el discurso de la oposición.
Llena de contradicciones o, mejor dicho, peleada con la realidad y la historia, la carta acusa al gobierno de desmovilización, cuando fue el gobierno de Macri quién reprimió la protesta social. Denuncia falta de libertad de expresión, cuando en su gestión hubo un blindaje mediático total y una destrucción de la pluralidad de voces (sin contar que fueron a meter preso a un pibe que tuiteó contra Macri). Pero también habla de federalismo, justo el gobierno que más beneficio al modelo unitario de una Ciudad de Buenos Aires con transferencias récord de recursos o, el colmo de la carta, la mención de los derechos humanos, del “curro” de los derechos humanos como un valor primordial, según señala.
Creo que la carta propone una disociación de la realidad como estrategia para erosionar y producir confusión. Hasta algún distraído puede pensar que está hablando contra su propio gobierno (el inconsciente obra de modos misteriosos). Pero sobre todo, la carta es una oda al pensamiento maniqueo y binario. Macri en su momento más encumbrado del texto empieza a proponer binarismo: es “A” o “B”, es blanco o negro, es arriba o abajo, es adentro o afuera, es varón o mujer. De ese orden, empobrecedor, pero sobre todo de la lógica del poder normativo, es el discurso de la derecha hoy. No hay matices. Tampoco hay transformaciones, ni hay horizontes por fuera de la polarización.
El pensamiento binario es una forma de eclipsar todo lo que no entra en su lógica. Es una forma del poder. El pensamiento binario impide la crítica y no deja lugar a otros sentidos. El pensamiento binario de la carta es un modo de atacar y acorralar a su lector. Como si dijera, mirá que solo hay dos opciones, y son solo las dos que yo te doy. No hay más. El binarismo funciona como extorsión.
La carta de Negri es más simple y burda. También hija del binarismo, pero en este caso con la noción de “mérito” como credo ético que hace valer o no todo lo demás. Monta sobre una serie de supuestos una interpretación clasista. No vamos a analizar acá las ideas sobre la meriotocracia pero sí el uso que hace. El esfuerzo personal se convierte en lo único que valida las demás acciones sociales. El texto desconoce las condiciones materiales y sociales de existencia.
El pensamiento lineal de Negri es de una pobreza sorprendente. Hay una subestimación a sus lectores y lectoras. Negri propone unir con flechas. Y así pasa de una cosa a la otra como si la vida social fuera una línea recta, una línea ordenada en el tiempo con causas y efectos unívocos. Pero sin dudas la mejor parte del texto de Negri es cuando al final empieza con un procedimiento de inconsecuencia magistral. A la linealidad previa ahora, por ejemplo, la continua diciendo que “sin mérito no hay ciencia”. Un slogan a todas luces surrealista.
Si en el caso de Macri la escritura es una especie de correa de transmisión para imprimir más de lo mismo, en el caso de Negri es de una pobreza y confusión, contradictoria, asistemática, de un balbuceo que conecta hechos a los que no los ata nada más que la contigüidad del texto. Ambos tienen un mismo objetivo, con estrategias distintas, pegar en el centro del sentido común.