El show Milei: la vieja y gastada “novedad” de la antipolítica

16 de enero, 2022 | 00.05

En el trabajo “El político y el científico”, el célebre pensador Max Weber desentrañó la cuestión de la política como una profesión. Una cuestión que solamente podía plantearse cuando el Estado y la propiedad personal de sus jefes y funcionarios había sido separado de los bienes del estado. Es el tiempo de las revoluciones burguesas que vino a terminar -por lo menos de palabra- con la confusión entre patrimonio público y patrimonio personal de los que mandan. Dice Weber que en las circunstancias propias de la modernidad se puede vivir para la política o vivir de la política. Y agregaba que quien decide vivir para la política “ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle…tiene que ser económicamente libre”. Esa es la base histórica de la existencia de lo que algunos llaman, con escaso rigor, la “clase política”, un ejército de funcionarios públicos, legisladores, asesores técnicos -entre otros muchos oficios- que reciben de la política (del Estado) su fuente de sustento. De no existir este sistema, solamente podrían dedicarse a la política las personas “económicamente libres”, básicamente quienes viven de sus rentas. Es decir, quedaría establecido un principio clasista en la composición del aparato político de nuestras sociedades. La tan denostada “clase política” es el resultado de un proceso de democratización y de inclusión de sectores no dominantes económicamente en el proceso de toma de decisiones políticas en una sociedad. Un proceso, hay que decir, muy incompleto, como puede comprobarse averiguando cuántas personas del mundo popular integran nuestras listas de candidatos (las de todos los partidos)

Esta introducción viene a cuenta por el “caso Milei”, el dirigente “ultraliberal” o “libertario” recientemente electo diputado. El hombre ha resuelto sortear sus sueldos, es decir que él no va a vivir de la política. No se decidió a darle otro destino a sus dineros asignados por el estado, como podría haber sido la ayuda a determinadas instituciones dedicadas al bien público. Prefirió una de las más viejas instituciones sociales: la “lotería”. La previa al sorteo no careció de escribanos y garantes orgánicos de la limpieza del procedimiento. Alrededor de un millón de personas se inscribieron y-según los organizadores- más de siete millones miraron la página web de la organización. Hasta aquí puede hablarse de un exitoso operativo propagandístico, que, según Milei se repetirá cada vez que el diputado reciba la autorización para el cobro de sus haberes. El operativo publicitario es impecable. Su fundamento ideológico es oprobioso. "Para mí, cobrar impuestos es un acto violento. El Estado le saca a la gente por la fuerza. Yo no quiero ser financiado por el robo", declaró Milei, poco después del sorteo, según la edición web de El Cronista.  Es decir, el pintoresco espectáculo del “sorteo” de una dieta de diputado se convierte en la ocasión de una provocación antidemocrática. “Yo no quiero ser financiado por el robo” significa que todos los otros lo son y aceptan el hecho de serlo. Para no formar parte de lo que el ultraderechista llama “la casta”, todos los diputados y todos los funcionarios públicos deberían renunciar a sus emolumentos. 

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Cuando llega la circunstancia de explicar cuáles son los ingresos que le permiten el acto de renuncia al cobro de la dieta, Milei dice que “dicta conferencias”, y que éstas son muy exitosas y bien remuneradas. Acá hay un problema. Porque es de imaginar que el éxito de su trabajo tiene que ver con su calidad. Y es difícil separar la calidad de un trabajo del esfuerzo y el tiempo que demandan alcanzarlo. Y el diputado de la nación no tiene “tiempo libre”. Es un trabajo a tiempo completo y de dedicación totalmente exclusiva. Qué pasa si la fecha de la charla coincide con una sesión de la cámara. En cualquier caso ¿no quita tiempo  la preparación de una charla o una conferencia a la labor de un diputado?

Estamos ante la puesta en escena de un discurso clasista, absolutamente ajeno a cualquier interpretación democrática de la política. Su triunfo llevaría al regreso de la política previa a la revolución democrática y a la incorporación de los trabajadores a la política. La política de los partidos “de notables”, es decir de las clases poseedoras. Y al voto calificado, que estaría reservado a quienes consideran que los impuestos son una injusticia que se aplica con violencia. 

El discurso de Milei debe ser tomado en serio, más allá de los pintoresquismos con que el comediante se presenta a sí mismo. En tiempos en que se hace urgente la necesidad de una profunda reforma tributaria dirigida a la progresividad de los impuestos, que desahogue a sectores pobres y medios y convoque a una mayor solidaridad social por parte de quienes más poseen reaparece una doctrina que la historia supo superar, la de la meritocracia: el poder en manos de quienes “gracias a sus méritos” concentran en sus manos porciones inmensas y crecientes de la riqueza que la sociedad produce. El individualismo más cerril, la ausencia de solidaridad y de compasión, el desprecio por las clases populares y la añoranza de regímenes políticos se presentan como novedad política por medio del histrionismo de un personaje.

    La antipolítica se ha sacado la careta. No disimula su esencia antidemocrática. Agrupa a los halcones de la derecha ya instalada y tiene como figura fulgurante a un aventurero que hace pie en un estado de conciencia de los sectores medios de nuestra sociedad refractario a cualquier reflexión política seria. No se puede ser indiferente al desarrollo del fenómeno: es propio de una situación de dolor y de temor que no es exclusivamente argentino. Fenómenos análogos recorren el mundo. En nuestro país y en nuestra región existe una tradición política y social, diversa en sus orígenes y que ha alcanzado grados de organización e iniciativa muy importantes. Somos la sociedad que parió a las madres y a todas las organizaciones de derechos humanos, la que emergió de la crisis del neoliberalismo de hace veinte años y reconstruyó con nuevos nombres y motivos ideales las más nobles tradiciones populares. La que enfrentó el intento de disminuir las condenas a los represores y la que está dispuesta a movilizarse contra los intentos antidemocráticos que se hacen cada vez más intensos. El sainete con el sorteo del sueldo de un diputado puede ser llevado entre nosotros al rincón del cambalache discepoliano, donde está la biblia junto al calefón.