Cuando las viejas ideas se resisten a morir

No importa que desde lo más alto de la conducción política se explique una y otra vez que el peronismo no es anticapitalista y, en consecuencia, no es antiempresa. No importa que los comunicadores se atajen y digan que ellos tampoco lo son. Lo que importa es lo que la sociedad percibe y se construye con la sumatoria de capas discursivas.

11 de julio, 2024 | 00.05

Se le atribuye al célebre economista John Maynard Keynes haber formulado que “la dificultad no reside tanto en desarrollar nuevas ideas como en escapar de las viejas”. Me sincero, no leí la frase en un texto de Keynes, la recibí esta semana por correo y, en tiempos de posverdad, su origen no es seguro, aunque la IA me diga que efectivamente pertenece al economista más odiado por los libertarios. Pero lo que importa es su contenido, porque resume el estado actual del llamado “campo popular”. Las viejas ideas se resisten a morir, parece que es imposible escapar de ellas, y ello representa un problema de cara al futuro.

Se deja de tener representación política mayoritaria por dos razones, algo se hizo mal o se dejó de interpretar a la sociedad. Lo decimos siempre: el origen de “todos los males”, pasado por la deformación profesional de quien escribe, es que la economía está estancada desde al menos 2011. Frente al crecimiento de la población el PIB per cápita se redujo y lo hará todavía más por la recesión en curso. Eso significa que existe una sociedad que hoy produce menos riqueza que hace algo más de una década, es decir que se empobreció. No es una noticia. No es un hecho nuevo. Es una información que acumula años, pero que no ocupó el centro de la escena ni en 2015 ni en 2019, tiempos en los que reinó la nostalgia por el paraíso perdido, el de la redistribución positiva no sostenible, el anterior al cambio de tendencia de los indicadores. Por eso en 2023 alguien que vociferó “basta de (zurdos) empobrecedores” ganó las elecciones. Recapitulando, si el PIB se estanca la sociedad se empobrece y si el estancamiento persiste la sociedad se cansa, proceso del que puede emerger cualquier cosa, como efectivamente sucedió.

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Frente al dato de un gobierno que tampoco resolverá el problema y que muy posiblemente lo agrave, a la actual oposición nacional popular se le presentan dos escenarios. El primero es dedicarse el resto del mandato de Javier Milei a reproducir la crónica del horror con la esperanza de, al final del camino, tomar la posta por decantación. La creencia de quienes apuestan a este resultado es que los votantes simplemente premiarán a los que siempre estuvieron del otro lado. El segundo escenario sería ofrecerle a la sociedad una nueva alternativa superadora para el día después de la recuperación del poder, alternativa que, inevitablemente, debe incluir el análisis de por qué las cosas salieron mal. La crítica a los errores del pasado no significa sumergirse en la autoflagelación, sino concentrarse en purgar al movimiento nacional de las ideas que condujeron al fracaso, es decir al estancamiento económico.

Una de estas ideas que necesitan ser purgadas, que se resisten a morir, es el discurso antiempresa muy presente entre militantes y comunicadores. No importa que desde lo más alto de la conducción política se explique una y otra vez que el peronismo no es anticapitalista y, en consecuencia, no es antiempresa. No importa que los comunicadores se atajen y digan que ellos tampoco lo son. Lo que importa es lo que la sociedad percibe y se construye con la sumatoria de capas discursivas.

Los ejemplos abundan. Se tiene un discurso antiempresa cuando se reproducen líneas de investigación espurias, como por ejemplo destacar insistentemente la existencia de “ganancias extraordinarias”. Esta misma semana el Centro Cifra de la CTA lo hizo de nuevo con un informe sobre “Las superganancias de un selecto grupo de empresas”. La fuente de estos trabajos “académicos”, descriptivos y sin teoría, es siempre la misma, el basualdismo, el “área de economía y tecnología” de Flacso, la usina de la mayoría de las ideas económicas erróneas “propias”. Lo que sorprende al observador es la reiteración de guías telefónicas de datos para explicar la ley de la gravedad. Más allá del rigor o no de la metodología de los análisis, resulta absolutamente predecible que “los grupos económicos concentrados” tendrán ganancias “extraordinarias” si se produce un salto devaluatorio, o una devaluación más lenta, pero permanente. Las devaluaciones bajan la mayoría de los costos de producción a la vez que, en paralelo, suben sus ingresos nominales. Se sabe además que, por los tiempos de la mediación del conflicto distributivo, la recuperación de los costos, entre ellos el salario, resulta siempre un proceso más lento. El resultado no puede ser otro que el aumento transitorio de las tasas de ganancia, inclusive si la economía se achica. Estamos frente al simple arte de las proporciones. Corroborar numéricamente lo que predice la teoría quizá sirva para el análisis sectorial de alguna cadena de valor, o como herramienta para el reclamo sindical, pero macroeconómicamente lleva a una vía muerta. 

Un segundo problema son los razonamientos derivados. Primero está la idea maniquea de que el ciclo económico resulta guiado por empresarios malvados que se apropian de un plusvalor excesivo. Efectivamente si aumenta la tasa de ganancia aumenta “la extracción de plusvalor”, pero esto no es el resultado de la voluntad directa de los empresarios, sino de la misma devaluación, del desastre de la macroeconomía. Decir que los empresarios siempre se benefician de las devaluaciones equivale a descubrir la pólvora.

Segundo, la voluntad empresaria no sería reinvertir las ganancias extraordinarias para seguir aprovechando la “extraordinariedad”, sino “fugarlas”, una clara contradicción lógica con la que no hace falta ensañarse. La fuga es en realidad dolarización de excedentes, que pueden o no ir al exterior, y que tampoco es consecuencia de la “voluntad fugadora” del empresariado, sino de la ausencia de la función de reserva de valor de la moneda local. Ninguno de estos fenómenos ocurriría tendencialmente con una macroeconomía sana y si la moneda local cumpliese con todas sus funciones.

La tercera idea errónea derivada en la construcción del discurso anti empresa es una pseudo teoría de la inflación, la “inflación oligopólica”, que tanto daño hizo a los gobiernos populares. Según esta perspectiva, la suba generalizada de precios resultaría de un aumento permanente de los mark ups, lo que significaría una tasa de ganancia siempre creciente ¿Hasta el infinito? Otra contradicción lógica. Pero lo peor de esta pseudo teoría no es su inconsistencia, sino la ineficacia de sus recomendaciones de política. Si los empresarios suben los precios permanentemente entonces la política para combatir el alza generalizada son los controles, la zoncera de creer que la inflación se combate en el área de comercio interior y no desde la macroeconomía.

La pregunta que resta es cómo fue posible que estas ideas erróneas e incompatibles con la construcción de un capitalismo que funcione tuvieron tanta difusión al interior del campo popular. Más aun cuando, al igual que sucedió con el neoliberalismo, la historia demostró una y otra vez que no resolvían los problemas. Se pueden ensayar algunas respuestas en varios niveles. Uno es el ideológico y se sintetiza en que frente a la dicotomía entre la escuela neoclásica y el marxismo, las ideas de Flacso aparecían como un camino alternativo. Frente a la insatisfacción de la teoría neoclásica y la socialización de los medios de producción parecían una vía posible. El segundo nivel es más práctico que especulativo. El basualdismo funciona políticamente en un sentido bien concreto, identifica a los malos con quienes antagonizar: los empresarios “monopólicos, concentrados, remarcadores, fugadores y apropiadores de ganancias extraordinarias”. Vade retro.-