Las redes sociales como fenómeno de comunicación acentuaron muchos procesos preexistentes, entre ellos el de la construcción social de realidades paralelas. O dicho de manera directa, el de la creación de marcos para vivir en la propia burbuja, creer que el mundo real es el de la tribu de pertenencia. En esta dimensión corre como nunca la máxima de ver la paja en el ojo ajeno. Es probable que usted lector también pertenezca a una tribu, quizá esta misma publicación funcione como parte del aparato de retroalimentación de las creencias tribales, una parte de la versión de “el mundo según nosotros”.
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A este fenómeno se le suma el factor de disciplinamiento. Una vez que se ingresa a la tribu con el devenir se desarrolla la propensión a querer seguir perteneciendo. Y para pertenecer y ser aceptado hace falta militar las creencias. El que se aparta del credo sufre el peor de los castigos, la cancelación, el exilio de la tribu y su cobija. En la otra punta se encuentra el fanático devenido “influencer”, el sacerdote laico que ayuda a conducir en las redes el discurso tribal.
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¿Cuál es la relación del tribalismo con la economía? Que todo lo que “hace sufrir” a una de las tribus es lo que seduce y “hace feliz” a la otra. Buena parte de los que pertenecen a la tribu nacional popular tienden a ver el fenómeno Milei como una anomalía. La sensación que reina desde el resultado del balotaje es el “no puede ser”. El primer diagnóstico fue “cae antes de marzo”. Sí, es probable que los primeros 100 días hayan marcado el punto de inflexión del enamoramiento creciente de los votantes, pero aunque los cisnes negros nunca pueden preverse, el mileísmo no va a caer
La Libertad Avanza llegó para quedarse porque su irrupción hizo volar por los aires al sistema de partidos tal como se lo conocía hasta ahora. La grieta dejó de ser peronismo – antiperonismo. Milei es el nuevo parte aguas de la política que ahora polariza, aunque parezca contradictorio, entre política y antipolítica. En este camino, el primer gran logro del mileísmo fue absorber de un plumazo a toda la derecha, como ocurrió, por ejemplo, con Trump y Bolsonaro. El PRO no existe más. Su identidad se desvaneció en el aire y reencarnó en el nuevo espíritu de época del extremismo libertario sin buenos modales. La tribu neoliberal está fascinada con su nuevo ídolo, a los viejos y eminentes repúblicanos les encanta ver a su presidente vapulear a todas las instituciones por las que hasta ayer se rasgaban las vestiduras, desde el poder legislativo al judicial, pasando por la prensa y sus mayores capitostes. Lo único que realmente importa es que el credo libertario es el nuevo punto de llegada, el sueño hecho realidad de la gran burguesía, el final del largo camino anti Estado iniciado a mediados de los ’70. El estancamiento del PIB desde hace 12 años y el progresivo desbande macroeconómico de las últimas tres administraciones completaron la tarea. Es tal el deseo de ver concretadas las ideas de fondo que todas las prédicas de austeridad republicana se diluyeron hasta en la aceptación silenciosa y acrítica de salarios de 70 mil dólares mensuales, más de 400 jubilaciones mínimas. Gini quién te conoce (pero “la casta” y los sueldos de los legisladores).
Por el lado de la oposición el panorama tampoco brilla. La bolsa de gatos del peronismo sólo se ordena cuando existe un liderazgo fuerte. Sin memoria cercana de bienestar a la que recurrir, las viejas conducciones se diluyen y se agudizan las contradicciones. Las voces de mando “por WhatsApp”, que hasta ayer se acataban sin chistar, ahora irritan tanto como la prepotencia del nepotismo. La sobreactuación de sumisión que tanto redituaba hasta ayer nomás se transformó en una caricatura desenfocada. La infalibilidad del papa ya no convence a casi nadie. La reconstrucción tras la dura derrota demandará más creatividad, seguramente nuevos realineamientos impensados, a lo largo ancho de todo el espectro, pero también bastante tiempo y, sobre todo, necesitará del desarrollo y la profundización de la crisis, que será larga y dolorosa.
La recesión en curso es el talón de Aquiles, el pie de Aquiles, el medio cuerpo de Aquiles del mileísmo. La carrera desatada parece ser entre el deterioro del humor social y la baja de la inflación, lo que ocurra primero, con las dos tribunas esperando el desenlace. La tribu neoliberal está convencida que para que la economía se arregle alcanza con el cambio de discurso, con la liberalización forzada del DNU corporativo “Bases”, que Diputados, a tono con el clima de época, no puede rechazar y trabaja para hacerlo pasar con fórceps.
Mientras tanto, en el gobierno y sus satélites están convencidos que incumplir y postergar pagos es lo mismo que reducir el déficit fiscal, que pagar importaciones en cuotas es lo mismo que resolver el déficit externo y, finalmente, están horriblemente convencidos de que el derrumbe de la economía, con ingresos cayendo y desempleo aumentando, es decir con miseria social, se encontrará el bálsamo que detendrá los precios. Con el nuevo nirvana se espera que, como en los años ’90, se aglutinará a todos los que no hayan quedado completamente afuera del sistema. Se imagina que los sectores medios para arriba respirarán aliviados, podrán seguir consumiendo en cuotas y, en agradecimiento, en 2025 llenarán las urnas con boletas de LLA. Es tan fuerte la creencia en que por esta vía la inflación será conjurada que nadie se detuvo a pensar en qué pasa si no sucede, en qué pasa si la inflación, aunque más baja, sigue revaluando los precios internos en divisas y el sector agropecuario empieza a retacear liquidaciones obligando a una nueva devaluación que desate una nueva aceleración de los precios que se sume a los ajustes tarifarios en marcha. Quizá sea mejor no pensar, pero como en la esfera personal, es una estrategia que no puede durar para siempre.-