Elecciones 2023: una reparación, una movilización y un tono

Queda aún un largo camino por recorrer en estas elecciones 2023 y nada está cerrado todavía. Sin embargo, da la impresión de que para Sergio Massa todo será más fácil de aquí en adelante.

25 de octubre, 2023 | 00.05

Interpretar el impactante resultado electoral del domingo último confronta el análisis a una complejidad que descifrar, pero en mi opinión revela también un núcleo sencillo por el que deberá comenzar cualquier comprensión de su significado: en los últimos meses, el gobierno argentino -a través del Ministerio de Economía- adoptó un conjunto de medidas inequívocas en favor de millones de personas en situación de adversidad material y creciente deterioro. Motivadas por el apremio electoral, esas medidas reparatorias dejan la impresión de que debieron haber sido tomadas mucho antes, pero -tanto en la vida política como en la individual- muchas veces las cosas suceden así: por necesidad de sortear una dificultad extrema o, como en este caso, de evitar una caída que parecía irremediable.

Lo que peyorativamente se desestima en los medios y ciertos discursos como “plan platita”, no es otra cosa que el gesto político -tardío pero imprescindible- de redireccionar recursos hacia quienes menos tienen, reducir impuestos regresivos que recaen sobre el mundo del trabajo o desgravar el consumo de bienes esenciales. Las mayorías populares -como también las minorías excluidas- están dispuestas a votar con memoria, siempre que no intuyan un abandono a la pura anomia del mercado, ese abismo que engulle vidas y formas de vida como se tratara de un inexorable precipicio natural.

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Un gobierno popular no podrá -a riesgo de malversarse a sí mismo- eludir o desplazar la cuestión redistributiva, pero deberá asimismo afrontar una cuestión social más profunda: ¿cómo establecer condiciones jurídicas, laborales, impositivas, culturales, para que la producción de riqueza no genere más pobreza en vez de reducirla? (lo que Cristina repite una y otra vez en un lenguaje plebeyo y directo: “para que no se la lleven cuatro o cinco vivos”). Pues librado a su propia exacerbación, el capitalismo genera mucha más pobreza que riqueza -y vuelve a una cosa condición de la otra.

El compromiso asumido por Massa el domingo a la noche de “no fallarles” a quienes renovaron su confianza en el peronismo no obstante hallarse inmersos en una situación de adversidad material extrema, presupone una decisión de enfrentar poderes y adoptar decisiones osadas sobre la actual distribución de la renta. Esto último se volvió creíble gracias a las medidas de reparación concretas antes referidas. Que por supuesto son insuficientes y solo la indicación de un rumbo. Pero ese gesto fue muy importante para renovar una credibilidad.

En segundo lugar, la llamativa recuperación de Unión por la Patria obedece a una impresionante movilización de autoridades locales, referentes territoriales y militantes políticos en prácticamente todas las ciudades y provincias del país. Lo que la derecha comunicacional desprecia con dejo de superioridad moral como “el aparato”, no es otra cosa que la política misma: la herramienta casi única con la que cuentan las fuerzas populares sistemáticamente demonizadas y calumniadas por -esos sí- descomunales “aparatos mediáticos” que día a día atestan la opinión pública de odio y de miedo. (Entre paréntesis: seguí la espera del escrutinio en LN+; impresionante la desorientación, la gestualidad de chasco imprevisto, el mareo que solo atinaba al balbuceo, la exposición de la hilacha y la torpeza lindante con la histeria que sus periodistas estrella no supieron ocultar en ningún momento. De verdad, impresionante).

En tercer lugar, para comprender la sorprendente victoria de Unión por la Patria en esta primera vuelta electoral no es irrelevante el régimen de signos que expresa cada una de las candidaturas. Sergio Massa encontró -o construyó- un tono convincente, e hizo propuestas en ese tono. Al contrario, enojada, resentida y desangelada en toda su imagen, Patricia Bullrich nunca supo, o pudo, o quiso, hacer pie en nada que no sea el denuesto y la eliminación del kirchnerismo -es decir en la promesa de terminar con una fuerza política que expresa a millones de personas. Una rumia de pasiones tristes decantó en una idea temeraria de “orden”, que sin mucho disimulo dejaba entrever represión y se comprometía con tosca virulencia a la destrucción institucional de la mayor subjetividad plebeya que existe en la Argentina. Javier Milei, en tanto, lució encerrado en su propia elementalidad, narcisista, autofascinado, arrogante y canchero; una especie de Guasón argentino con muecas sobradoras cuyas intenciones amenazantes y oscuras tuvieron -y tienen- por emblema un violento instrumento de destrucción.

Esto se hizo claro a lo largo de la campaña y en los debates. También en los discursos del domingo a la noche. Notable el contraste entre la tranquilidad propositiva y abierta de uno de los candidatos -sin dudas complejo en su deriva política pero que en esta instancia de disputa ha logrado mostrar lo mejor de sí-, y la violencia gestual y lingüística de los otros dos que competían con chances electorales. (Una palabra sobre Myriam Bregman: en mi opinión es una de las mejores enunciadoras que ha tenido la izquierda en los últimos años, no obstante lo cual su propuesta sucumbió al mayor enigma del descontento social: ¿por qué la frustración y la desesperación se expresan casi siempre en opciones de derecha o ultraderecha en vez de nutrir una vía de izquierda?).

Queda aún un largo camino por recorrer y nada está cerrado todavía. Sin embargo, da la impresión de que para Massa todo será más fácil de aquí en adelante, que solo deberá seguir haciendo lo que hizo hasta ahora: sumar nuevas medidas concretas en favor del campo popular, radicalizar la acción militante y mantener el mismo tono de diálogo para abrir una interlocución con miles de argentinas y argentinos de las más diversas extracciones políticas, sin ninguna sobreactuación jacobina pero con claridad de los intereses que representa.

Víctima de sí mismo, Milei se enfrenta en cambio a un escenario más difícil: si continúa ejerciendo el personaje autosuficiente y soberbio que lo trajo hasta aquí, no tiene posibilidades de crecer hacia ninguna parte. Pero menos las tiene todavía si fuera que no se trata de un personaje sino, como me parece creer, de una personalidad sin ninguna imaginación política, que no puede ser nada distinto de lo que hasta ahora ha mostrado ser. Milei parece incapaz de ponerse en el lugar del otro o de suspender el propio ensimismamiento para considerar puntos de vista que no son los suyos. Incapaz de practicar lo que Hannah Arendt llamaba “pensar con mentalidad extensa”, la empatía política parece estarle vedada por completo. Además de eso, hay usos del lenguaje de los que no se vuelve y humillaciones propinadas que no se dejan desandar.

Formulada con sentido de la oportunidad, la propuesta de un gobierno de unidad nacional que -en sintonía evidente con la necesidad de producir acuerdos que Cristina repite hace ya tantos meses- Massa propone desde el primer debate, no equivale a un gobierno neutral ni a una ilusión de armonía más allá del conflicto de intereses realmente existente. En ausencia de un sujeto político ya constituido, esa unidad nacional deberá entenderse como la construcción de una mayoría política compleja y transversal en condiciones de avanzar hacia una sociedad más igualitaria e integrada. Y capaz de soportar las embestidas trasnacionales por la extracción de recursos naturales. Una construcción, en fin, que dote al gobierno por venir de la apoyatura social y política suficiente para finalmente cumplir las promesas democráticas -sobre todo las promesas de integración económica- cuya postergación inadmisible puso a la sociedad argentina al borde de lo más siniestro.

La sociedad argentina podrá salir fortalecida si desactiva y frustra la amenaza cierta de malversar cuarenta años de democracia en un abandono de sus tareas -la primera de las cuales es producir la igualdad que vuelva posible y concreta la libertad. Una deriva negacionista solo puede prosperar si la impotencia política se abate sobre las vidas dañadas por incumplimiento de transformaciones que ya no admiten más dilación.

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Diego Tatián

Diego Tatián es doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y diplomado en ciencias de la cultura por la Scuola di Alti Studi Fondazione Collegio San Carlo di Modena (Italia). Se desempeña actualmente como docente en la Universidad Nacional de San Martín y trabaja como Investigador Independiente del Conicet en el Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la UNSAM.

Sus últimos libros son: Spinoza disidente (2019), Lo que no cae. Bitácora de la resistencia (2019), Lecturas imaginarias. Spinoza, la felicidad y la rebeldía (2020), La tierra de los niños (2020), El odio. Consideraciones spinozistas (2021), Libro de los pasajes. Mitológicas de Córdoba (2021), El efecto Deodoro (2021), Spinoza y el arte (2022) y La filosofía y la vida. Doce lecciones con Spinoza (2023).

Ha sido director de la editorial de la Universidad Nacional de Córdoba entre 2007 y 2011 y Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la misma Universidad entre 2011 y 2017.