Este domingo se clausuró la primera etapa del calendario electoral argentino, esa que precede a las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias para cargos nacionales. En Chubut se celebró la última de las escalas previa al 13 de agosto. Hasta ahora, eligieron su gobierno catorce provincias y otras tres celebraron sus propias PASO; en esos comicios pudieron emitir su voto casi 17 millones de personas, un 48 por ciento del padrón, casi la mitad de las que van a asistir a las urnas en dos domingos.
Sería imprudente trasladar esos resultados directamente a lo que vaya a suceder en la elección presidencial, pero al mismo tiempo los datos que dejaron sirven como insumo para entender mejor el escenario con el que se llega a esa instancia, mientras las partes echan mano a encuestas de dudosa factura para llevar agua para su propio molino. Varios mitos que rebotan por estos días en los medios, como el de una ola imparable de la oposición o una crisis inédita de representación, no se comprueban.
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El ausentismo en las 17 elecciones provinciales que se celebraron en lo que va del año es efectivamente más alto que hace cuatro años, tal como dan cuenta los datos de asistencia a las urnas domingo tras domingo. Sin embargo esa suba, que puede resultar problemática y hasta crucial para la estrategia electoral de algún espacio o candidato, no registra una magnitud que permita diagnosticar una crisis de representación terminal. Mucho menos teniendo en cuenta el extenso currículum público de los principales candidatos.
En lo que va del año, el presentismo promedió un 68 por ciento, en línea a lo que sucedió en las PASO presidenciales de 2021, en plena pospandemia. Se trata del dato más bajo en la progresión histórica desde 1983, pero hace dos años en las generales la participación repuntó tres puntos y medio. En 2019, en las mismas 17 elecciones provinciales, la asistencia a las urnas promedió cinco puntos más, equivalentes a un millón de votos que quedaron en el camino. De nuevo: un fenómeno notable pero de ninguna manera una crisis.
Además, otros elementos pueden haber afectado el registro. En Santa Fe, Chubut y Córdoba capital pero los comicios se celebraron durante vacaciones de invierno; en Chubut, además, el día anterior a la elección hubo un temporal histórico; en Chaco, muchos atribuyeron el bajo nivel de asistencia a las urnas al femicidio de Cecilia Strzyzowski; en San Juan al fallo de la Corte Suprema que despegó las elecciones locales de las provinciales; en Córdoba el tribunal electoral dijo durante la veda que no habría multas por no ir a votar.
El castigo ejecutado con la apatía electoral no se concentró en una sola fuerza política. En Santa Fe, afectó principalmente al peronismo. En Tierra del Fuego, donde el voto en blanco salió segundo, reemplazó a las opciones opositoras. En Córdoba, la bala asistencia perjudicó a los candidatos de Juntos por el Cambio. En Chaco, al gobernador Jorge Capitanich. Por supuesto: Unión por la Patria pareciera tener más para perder si cunden los faltazos, pero su maquinaria territorial tiene más herramientas para contrarrestarlo.
Además de la idea de una crisis de representación que se evidencia en niveles inéditos de ausentismo y de voto en blanco, otra narrativa se derramó esta semana desde consultoras y medios de comunicación que articulan con la campaña de Juntos por el Cambio: el de una ola opositora que, en los comicios locales, arrasó en todo el país. Es verdad que este año se registró un crecimiento territorial de esa alianza, que a partir de diciembre puede pasar de gobernar cuatro distritos a hacerlo en ocho, diez o incluso doce.
Sin embargo, la cuenta da mucho más pareja de lo que plantean las usinas opositoras. Lejos de una ola amarilla, lo que se vio hasta ahora fue un reparto que dejó buenos resultados a JxC pero también a UxP. Hasta ahora el oficialismo se impuso en cinco provincias (Formosa, Tucumán, La Rioja, La Pampa y Tierra del Fuego) mientras que Juntos por el Cambio ganó cuatro (Jujuy, San Luis, San Juan y Chubut) y quedó primera en las PASO de otras tres (Santa Fe, Chaco y Mendoza), con buenas perspectivas para las generales.
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Lo que ocultan los análisis opositores es que la mayoría de las fuerzas provinciales que ya fueron revalidadas por las urnas están alineadas con la candidatura de Sergio Massa en Unión por la Patria. Es el caso de Salta, cuyo gobernador, Gustavo Sáenz, está alistado en el Frente Renovador; en Misiones, donde el rovirismo hegemónico ya pactó con el oficialismo e irán unificados en agosto y octubre; y en Río Negro y Neuquén, cuyos gobernadores electos se mostraron, después de la elección, varias veces con el ministro.
De esta manera, se desprende que de las 17 provincias que votaron hasta ahora, en nueve se impuso una fuerza política que a nivel nacional estará apostando, en agosto y octubre, por un triunfo del peronismo; y en siete lo hicieron o tienen grandes chances de hacerlo candidatos de la oposición. El distrito que falta para completar la cuenta es, en términos numéricos, el más importante, y el más difícil de descular: Córdoba, donde las elecciones nacionales y provinciales son dos historias completamente distintas.
Cuando la cuenta se hace en votos y no en provincias (que después de todo es lo que cuenta en una presidencial) es cierto que JxC logra una ventaja: sus candidatos fueron elegidos, en lo que va del año, por 3.989.833 personas, mientras que UxP y aliados acumularon 3.665.864 voluntades. Una desventaja considerable pero que muestra un escenario abierto de cara a un eventual ballotage, muy distinto al triunfo inevitable de la oposición que pronostica la narrativa imperante.