Elecciones 2023: los dilemas de Alberto, Cristina y Massa para resolver la interna del FdT

El presidente juega porque no le queda otra pero no sabe si llega. A Sergio Massa con Cristina no le alcanza y sin Cristina no llega. La vice deberá tomar una decisión incómoda. Las tres paradojas del peronismo en un año electoral.

18 de enero, 2023 | 00.05

El rompecabezas parece de imposible solución. Uno, el presidente, dice que va a ser aunque sabe que es difícil. Otro, el ministro de Economía, dice que no va a ser mientras estudia la secuencia de variables que debería acomodarse para tener la oportunidad (y se encuentra, hasta ahora, con un obstáculo que no sabe cómo sortear). 

La tercera, vicepresidenta, no puede ser candidata porque pesa sobre ella una proscripción de hecho. Su ausencia forzada desordena una coalición despareja que sólo fue posible gracias a la impostergable atracción gravitatoria de su caudal electoral, personalísimo e intransferible. Ella también debe tomar una decisión.

La temporada récord ordena a los políticos, que volvieron a elegir Mar del Plata como teatro de operaciones: un dato que algunos leen como el regreso de una rosca más plebeya, de intendentes y sindicalistas, después de la pandemia y varias temporadas de macrismo en las que el eje de desplazó a Punta del Este y Pinamar. 

Pero también de que el turismo volvió a ser un privilegio extendido en la sociedad y no solamente de la clase social que nunca dejó de agotar la capacidad hotelera de los balnearios más exclusivos. La ocupación casi plena en todos los centros de veraneo fogonea el optimismo en la Casa Rosada.

En el gobierno plantean que esta temporada anticipa una recuperación del poder adquisitivo y que, si se sostiene esa tendencia, con el correr del año se va a terminar confirmando un viraje del humor social que puede beneficiar al oficialismo, si consigue mantenerse unido hasta las elecciones. Esos son demasiados “si”.

Alberto Fernández se encuentra en un lugar particular. Teme que la candidatura termine recayendo en alguien más. Que los logros que pueda eventualmente exhibir en lo que queda de este mandato servirán para impulsar la campaña de alguien más antes que la suya. Que tiene el veto irremontable de la persona que, en primer lugar, lo puso donde está.

Sin embargo, decidió arrancar el año en campaña. En las primeras horas del primer día, al anunciar el juicio político a la Corte, terminó de atar su destino al del kirchnerismo. Fue su prenda de unidad: un pacto firmado con la lapicera. Desde ese lugar, comenzó a reconstruir la imagen de sí que quiere proyectar en los meses que siguen.

Tuvo un acierto temprano. Supo leer antes que el resto el renovado ímpetu de Mauricio Macri. Desde que lanzó su spot (el primero de varios), cada vez que aparece en público, casi a diario, Fernández sube al ring al líder del PRO. Es un adversario con el que le gusta contrastarse y al que, imagina, podría volver a vencer.

El presidente enfrenta, sin embargo, una aparente paradoja política, a la que aún no le encuentra solución. Para dar la batalla contra la Corte Suprema y llegar a las elecciones con un peronismo competitivo, necesita acumular poder político y sostener al peronismo unido. Muchos dudan de que las dos cosas puedan cumplirse simultáneamente.

Por ejemplo: Fernández acentuó un mensaje proselitista convencido de que cualquier alternativa implicaba una pérdida acelerada de poder. Simultáneamente, su postulación es leída como un desafío por un sector del kirchnerismo, lo que le agrega tensión a la trabajosa unidad del Frente. Una sábana que por momentos parece demasiado corta.

¿Hasta dónde puede tirar el presidente? Dependerá de cuánto tarden en aparecer alternativas. El veranito de los gobernadores, como siempre, pasa rápido. De los que se imaginaron con la banda puesta algunos se bajaron, como Gerardo Zamora y Jorge Capitanich; y otros, como Sergio Uñac, están cada vez más al borde del Frente de Todos. 

Quedan un par que todavía no descartan tomar la chance si se presenta, en un escenario que, presumen, está abierto por lo imprevisible. Juan Manzur, gobernador de alma en ejercicio de la jefatura de gabinete de la nación, por ahora, se desentiende de los carteles con su nombre, pero no apura desmentidas.

También coquetea con una candidatura relámpago, si las circunstancias lo ameritan, Ricardo Quintela, que a partir del juicio político a los miembros de la Corte Suprema y la reciente ley provincial que declara al litio un recurso estratégico está asomándose por primera vez en la agenda nacional. Tiene un largo trecho por delante.

Massa no tiene apuro para tomar una decisión que puede llegar bien entrado el otoño. Lo que no significa que vaya a esperar, inerme, hasta que llegue la fecha. Hay escenarios que se recortan con claridad. Si tiene un éxito rotundo en la lucha contra la inflación y mejoran las economías domésticas, será candidato por decantación. Si fracasa, no va a jugar.

La pregunta, en todo caso, que cabe hacerse, es cómo va a actuar si la situación no es tan claramente una o la otra, algo que, por otra parte, parece el resultado más probable. Una inflación controlada pero que baje más lento que lo deseado, y una recuperación lenta, despareja, por sectores, le agregarían una cuota de incógnita al ya incierto panorama.

Massa, asimismo, tiene que resolver su propia paradoja. Según planteó en reuniones privadas, teme que un apoyo explícito de CFK a su posible candidatura le recorte potencial para crecer entre el voto indeciso que necesita para ganar, pero al mismo tiempo, sabe que sin esa bendición perderá una tajada importante del voto kirchnerista.

Lo que nos lleva al rol que tendrá la vice en el proceso preelectoral del peronismo. Impedida de participar, por la amenaza latente de una proscripción efectiva en cualquier momento a sola firma de tres jueces de la Corte Suprema, y sin la potestad de definir una estrategia a dedo como en 2019, deberá reinventar su liderazgo por enésima vez.

¿Qué se hace con su proscripción? Su ausencia tendrá consecuencias concretas, no solamente a la hora de traccionar votos, sino como el agente de cohesión, que, por la prepotencia de su caudal electoral, termina ordenando una interna siempre compleja y ahora más. Cuando el peronismo se dispersa, su poder se diluye.

Cristina, finalmente, también enfrenta su propia paradoja. A medida que se acerque la elección será difícil conjugar el apoyo a otro candidato y la denuncia de su proscripción. Pero si se mantiene prescindente corre el riesgo de licuar su caudal entre varias ofertas, incapaces, cada una de ellas por sí sola, de sintetizar toda su potencia política.