El acontecimiento político del día de hoy no puede ser explicado en los términos del día de ayer. Eso no quiere decir que haya que negar su facticidad: finalmente la política es una red que se construye de hechos inesperados, un asunto irreductible a “leyes” o determinaciones objetivas que, en general, solamente pueden ser observadas después de que los hechos ocurren. Es imposible explicar la votación de las primarias abiertas a razones “objetivas”, a causas que no podían sino provocar ese tipo de consecuencias. Hay una rebelión ciudadana en los números de este domingo. El intento de reducir el hecho a una conjura profundamente planificada desde oscuras maquinarias del “poder oculto” puede tranquilizar circunstancialmente nuestras miradas. Podemos serenarnos pensando en los “cisnes negros” de la política, en esos hechos raros e inexplicables que trastocan el orden de nuestras vidas políticas. Pero eso no alcanza a explicar ni a dar cuenta del tsunami en el que estamos participando.
Milei había sido reducido a la emergencia de un fenómeno pasajero y fugaz. Así lo sugerían las pobres performances del personaje en un conjunto de episodios políticos provinciales. El personaje parecía haber llegado a su techo. Un techo efímero y desprendido de las cadenas causales de la política en las cuales solemos creer religiosamente desde cierto materialismo supuestamente sabio y a cada paso desafiado por los acontecimientos reales. La política argentina acaba de desordenarse drásticamente. De la política de ayer queda el resultado de la provincia de Buenos Aires y el esperado triunfo de Bullrich sobre Larreta; el resto está sacudido, estremecido, violentado. Las certezas que quedan están situadas en el ancla del acuerdo con el FMI, en la fácilmente comprensible fatalidad de un momento muy difícil para el país, para su equilibrio político, para su perspectiva política.
¿Qué pasó? ¿Qué pasó con las encuestas, prolijamente estancadas en la realidad del sondeo de ayer? ¿Qué pasó con los “tres tercios” de los cuales parecía haberse extinguido el tercio de Milei? Puede aparecer como un consuelo determinista la idea de que la violencia de las últimas horas alteró los ánimos y produjo lo impensable. Pero sería un grave error recaer en esa mirada fatalista que asigna a los grandes medios de comunicación la facultad de manipular a millones de argentinos y argentinas a través de manipulaciones y golpes bajos: ninguna sociedad medianamente estable y autoconsciente modifica radicalmente su mirada por el acontecimiento de un crimen terrible contra una niña indefensa o por la muerte de un manifestante a manos de las barras bravas de la policía del hoy caído intendente Larreta. En la interpretación de lo que está ocurriendo hay que incorporar una mirada un poco más amplia e inteligente. Hay que incorporar, en primer lugar, el hecho de que Argentina es un territorio de disputa geopolítica, una pieza decisiva en el Atlántico Sur, un país proveedor de recursos que el mundo necesita, un país debilitado por sus contradicciones internas, por el peso de la principal potencia mundial en su política cotidiana.
¿Cómo pensar a Javier Milei? Lo primero que habría que hacer sería eliminar de raíz toda la literatura determinista sobre la política. Admitir que la política está sometida a un espacio de indeterminación, de aleatoriedad, de imprevisibilidad. Y entonces lo que ocurrió ayer puede ser pensado como posibilidad. Una posibilidad que agudiza nuestra crisis. Que le da carácter decisivo a la lucha política de los meses que siguen. Cuando todos pensábamos que la suerte de cualquier proyecto nacional-popular tendría que enfrentar como enemigo principal a la fuerza que por primera vez desde principios del siglo XX había logrado capacidad de competencia en el terreno electoral, dirigida como estaba por un símbolo de la Argentina de las empresas surgidas y crecidas a la sombra de la corrupción estatal de los más diversos signos, apareció una sombra política mucho más compleja, casi indescifrable en sus proyectos y en sus alcances.
Pero esta es la realidad. Y no hay otro modo de enfrentarla que no sea la rápida y efectiva revisión de todos los presupuestos dogmáticos y vacíos de la política nacional-popular. Que no sea la agudización de nuestros sentidos para interpretar una demanda contradictoria y peligrosa contra la política “realmente existente”. Una defensa inocente de “la política” frente a los poderes fácticos no asegura -según quedó demostrado- un camino victorioso. Hay que organizar el diálogo con nuestro pueblo. La experiencia de la provincia de Buenos Aires, entre otras, parece marcar el camino. No hay una “determinación histórica” que asegure nuestro triunfo. Hay que caminar, conversar sinceramente con nuestra gente. Menos focus groups y más militancia. Menos determinismo y más vínculo con la realidad. Hay tiempo y condiciones para recuperar el terreno perdido. Hay tiempo pero no se puede perder el tiempo.