Las elecciones son momentos de contienda y de competencia política, pero a la vez de emisión de mensajes. Si los partidos pretenden el voto de la ciudadanía, deben decir por qué lo quieren y para ellos construyen criterios de comunicación. Es un tiempo político clave en el que se juega parte de la suerte de un gobierno y de las oposiciones. Desde que recuperamos la democracia en 1983, cada elección ha tenido ciertas marcas particulares definidas por lo que estaba en juego en esa elección, a partir del proyecto del oficialismo de cada momento. La elección definía si la sociedad apoyaba o no el rumbo que el gobierno le imprimía a las políticas que llevaba adelante. Siguiendo esa línea, el FdT encaró las PASO con algunos ejes principales sostenidos en la política sanitaria y el inicio de una recuperación económica. Como hemos visto, las políticas llevadas adelante no alcanzaron para obtener los apoyos esperados en particular por personas que decidieron no concurrir a las mesas de votación. ¿Fue un mero problema de comunicación de la campaña? ¿refiere a las políticas ejecutadas? ¿o tiene que ver con el momento histórico que se vive? Hay algo que está cambiando, y me parece que esmerila desde abajo ciertas construcciones políticas.
En efecto, cada elección ha mostrado un eje de debate en cuestión, pero también asistimos a un ciclo en el que se han sostenido algunos principios básicos del cual el más importante es que los derrotados no retiran los pies del plato. Para la historia argentina ese punto no es en absoluto un tema menor; la mayor parte de las definiciones sobre la democracia que suelen presentarse se sustentan en la responsabilidad de los oficialismos, porque se supone detentan la mayor cuota de poder: la democracia para sobrevivir debe limitar el poder de quienes lo ejercen. Difícil no estar de acuerdo con esa premisa. Sin embargo, la historia del siglo XX en América Latina nos deja ver numerosos procesos en los cuales los derrotados en las urnas buscaron otros mecanismos para conseguir el poder o para limitar el del gobierno; muchos golpes de estado nacieron exactamente de esas situaciones en varios países, cuando las elecciones eran ganadas por los partidos “incorrectos”, cuando la “gente no sabía votar” o no estaba “madura para elegir un gobierno”.
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Esa es la historia que podemos encontrar sin demasiado esfuerzo de búsqueda; y menos, aunque los hay, en donde movimientos mayoritarios devinieron en dictaduras; claramente no podemos encontrarlos en el caso argentino: las dictaduras de 1955, 1966 y 1976, nacieron para acallar las voces de las mayorías populares. Y esa huella trágica de la historia, la estamos observando con algunos ejemplos en América Latina: en Brasil en 2016 que derivó en la destitución de Dilma Rousseff en un proceso disfrazado de institucionalidad y más gravemente en Bolivia en 2019 que produjo el golpe de estado contra Evo Morales, en el cual se sospecha que el gobierno de Mauricio Macri colaboró enviando armas. En ese recorrido, no son buenas las perspectivas actuales en Perú donde el presidente Pedro Castillo, presionado, debió reemplazar buena parte de su gabinete a los pocos meses de haber asumido. No se trata pues de casos de minorías despojadas de recursos de poder, sino de sectores de la élite que como tales cuentan con ocupación de espacios de privilegiados y resortes de poder tanto en el sistema político como en el económico, lo que les permite incidir de modo directo en los sistemas políticos y, es lo que percibimos hoy, erosionar la democracia.
En síntesis, no es este el escenario político que vivimos desde los 80 donde ciertas acciones no se llevaban adelante y algunas afirmaciones no se proclamaban en el espacio público. Medios de comunicación en posición dominante en nuestro país (y replicado por dirigentes macristas) han repetido en estos días la idea de la existencia de una “violencia mapuche” o directamente de un “terrorismo mapuche” ¿Habíamos leído o escuchado semejantes afirmaciones en las últimas décadas? Expresiones de ese tipo nos señalan que algo se está rompiendo en la Argentina; un ejercicio de la expresión política que aceptaba la diversidad y el reconocimiento democrático de los otros, hoy parece no tener el consenso que supo sostener. Esas frases no pueden no vincularse con el ejercicio del espionaje por parte del Estado, durante el gobierno de Mauricio Macri, sobre los familiares de los muertos en el ARA San Juan. ¿Quién ordenó las escuchas ilegales? Es lo que el Poder Judicial debe averiguar y es imperioso que lo haga, sino queremos que los sótanos de la democracia incrementen su espacio.
Es en esta realidad, habitada por la inesperada pandemia, que el Frente de Todos debe constituir no solo su mensaje sino su identidad. Hoy quizás no se cuestiona a la democracia pero sí algunas de sus prácticas esenciales. Denominar terroristas a un grupo de ciudadanos que ejercen el derecho a la protesta, aun cuando algunas prácticas puedan no ser legales, es un hecho grave y preocupante porque sabemos lo que nos sucedió en el pasado. Si años atrás la tensión era entre modelos productivos y modelos financieros (tensión que hoy persiste) a esa disputa debemos agregarle el tipo de democracia que deseamos para nuestro futuro…y para el presente. Las señales regionales no son buenas y replican en mas de un país señales que desconciertan sobre el futuro. En ese marco, el Frente de Todos se ve impelido a abogar por la defensa de la vida democrática que es mucho mas que votar cada dos años. Quizás debemos generar algunas prácticas y ceremonias democráticas para aislar a quienes proponen la intolerancia y la discriminación. Si la democracia consagra procedimientos, tal vez sea necesario revisar algunos de ellos para volver a significarlos y potenciarlos en el espacio público. Hay elecciones en pocas semanas; pero no parece terminar allí la confrontación por el futuro de nuestra sociedad y de nuestra democracia.