Desde hace algo menos de un año y medio, el mundo no cesa de vivir experiencias inéditas a raíz de la pandemia: contagios masivos, vivencias de muerte, aislamiento, cuarentena y virtualización, representando el conjunto de ellas una verdadera reconfiguración de la vida. Al constante desacomodo que acompaña este tiempo vertiginoso, se agrega la realización de las elecciones de medio término. La posibilidad de llevarlas a cabo tal como lo establece la reforma constitucional de 1994, además de indicar un positivo signo de fortaleza democrática permite oxigenar el tedio diario monotemático de la tragedia del bicho, la cantidad de muertes y los contagios.
Las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) que se realizarán el 12 de septiembre, y en las que se definen los candidatos de cada espacio político, no presentan gran expectativa. En contrapartida, todo el arco político se moviliza de cara a las legislativas del 14 de noviembre, en las que se renovarán 127 de los 257 escaños de la Cámara de Diputados, así como 24 de los 72 escaños del Senado de la Nación. En general, las llamadas “elecciones de medio término” funcionan como una especie de referéndum de la política del gobierno de turno. Sin embargo, esta vez es mucho más lo que se dirime, ya que no sólo medirán el apoyo popular al presidente. La reconfiguración del poder legislativo será clave para establecer la nueva relación de fuerzas y el rumbo de los próximos dos años.
Lo que está en disputa y se juega con la renovación de las bancas en el Congreso son dos modelos: neoliberalismo o democracia nacional-popular, modelos que suponen dos maneras de concebir la democracia y el Estado, dos formas opuestas de construir lo común. "Vamos a volver a ser felices. Vamos a recuperar #LaVidaQueQueremos", escribió Cristina Kirchner, luego del acto de presentación de los candidatos a legisladores por el Frente de Todxs.
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No hacen falta encuestas para afirmar que las elecciones estarán polarizadas entre el Frente de Todxs y Juntos (o JxC). La coalición neoliberal, luego de haber sufrido una aplastante derrota política en 2.019 -consecuencia de haber desmantelado la economía del país e inoculado odio social-, no parece haber escuchado el mensaje de los votantes, ni realizado autocrítica alguna. En lugar de rectificar su estrategia, JxC elige continuar por la misma senda hostil que los hizo fracasar. En los casi dos años de gobierno del Frente de Todxs no hicieron más que oponerse a cualquier iniciativa del presidente y boicotear la campaña sanitaria. Continúan estimulando el odio y la desconfianza en el Estado, así como agitando el reclamo por una libertad individual irrestricta, sin reparos por los otros, a pesar de haberse demostrado que sólo colectivamente se puede vencer al virus. ¿Hay en esta coalición algo más que el mantenimiento de privilegios y el odio a lo popular? Todo parece indicar que no son adversarios políticos ni pretenden jugar dentro de los límites que ordena la política.
Después del desencadenamiento del coronavirus el discurso de la derecha quedó viejo, sin lograr reinventarse, careciendo de revisión de las tácticas empleadas ni pudiendo generar innovaciones ideológicas en los valores y afectos movilizados. La falta de renovación de ese espacio político sumada a la ausencia de su principal estrategia, el marketing festivo de globos y coreografías, les hará difícil el acceso a nuevos electores. Probablemente, y aún está por verse, repetirán el triunfo en la Ciudad de Buenos Aires donde hace mucho tiempo que no gana un candidato peronista.
En resumen, el poder neoliberal, desenmascarado en su modus operandi, no tiene ninguna posibilidad de construir una cultura política ni un pueblo, de ahí que su estrategia sólo consista en operaciones y en el rechazo de la política.
Por su parte todo indica que el Frente de Todxs, que no solo venció por amplia mayoría en las elecciones de 2.019 a un partido o a una coalición política, sino al poder concentrado de Clarín, la mafia judicial, el FMI y la Embajada de EEUU, mantiene su masa de votantes. El triunfo electoral se basó en la fórmula de unidad propuesta por Cristina junto con una ingeniería militante que se hizo cargo de desenmascarar la discursividad macrista. Desde las bases hubo una decidida formación política que permitió interpretar operaciones y fake news orquestadas por el aparato desestabilizador. La batalla ganada en 2.019 no implica que el poder de imposición esté desactivado, ya que continúa operando a través del odio y las mentiras, bajo el objetivo permanente de desestabilizar al gobierno de Alberto Fernández.
El Frente de Todxs no sólo tiene por delante el trabajo de fortalecer la unidad conseguida en el 2.019, sino también atraer a los grupos sociales que por efecto de la anterior gestión se despolitizaron y no confían en la política o la asocian con la corrupción, como sectores de la juventud.
Luego de la traumática experiencia del gobierno macrista, gran parte de la sociedad maduró políticamente. De ahí que, aunque la derecha insiste en realizar operaciones, generar desánimo, boicotear el programa sanitario del gobierno, etc., en pocos días esos intentos fracasan.
En estas elecciones, el Frente de Todxs tiene la posibilidad de conseguir los representantes que se necesitan para comenzar a sanear la democracia. Este sector comprendió que la política de Eros, la unidad, es el mejor antídoto y estrategia contra el odio antipolítico.
El frente cuenta con una cultura militante firme y activa que, desde la virtualidad, continuó inventando formas y dispositivos, haciendo del cuidado un compromiso, una responsabilidad y una libertad basada en la opción por la vida.
En resumidas cuentas, a pesar de la tremenda crisis por la que transitamos, el pueblo politizado y leal a un proyecto que lo representa continúa firme apoyando al gobierno, porque entiende que lo que se dirime se resume en una elección entre dos opciones: vida o muerte.