El analista Gideon Rachman, columnista jefe de política internacional del diario de alcance global Financial Times, para cerrar el año publicó un artículo con un título inquietante: “Year in a Word: Fascism”. Allí describió el momento actual con una frase breve pero reveladora: “Una ideología política que una vez se pensó que estaba muerta, parece estar experimentando un avivamiento global”.
Este diagnóstico no es un simple juicio histórico. Es una advertencia que encuentra ecos en los procesos políticos que han marcado el 2024 que termina. Desde el triunfo electoral de Donald Trump hasta el genocidio en Gaza y el cambio de régimen político en Siria, el resurgimiento del fascismo y sus nuevas expresiones, el neofascismo, evidencian una reacción orgánica en el seno del sistema económico mundial para gestionar las tensiones intercapitalistas -el enfrentamiento del G2 entre EEUU y China- y su crisis estructural.
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La elección presidencial en Estados Unidos fue un evento único por la naturaleza del debate que generó. Como recuerda Rachman: “El general John Kelly, quien se desempeñó como jefe de gabinete de Trump durante su primer mandato, encendió el debate diciendo a los reporteros que su antiguo jefe coincidía con una definición de fascismo del diccionario que había encontrado en línea: 'Ideología política de extrema derecha, autoritaria, ultranacionalista… caracterizada por un líder dictatorial, autocracia centralizada, militarismo, supresión forzosa de oposición, creencia en una jerarquía social natural'”. Sin embargo, el contexto actual demuestra que el fascismo del siglo XXI no necesita reproducir su estética clásica para ser efectivo. Su capacidad de adaptación lo hace aún más peligroso.
Trump regresó al poder tras unas elecciones polarizadas, movilizando a amplios sectores sociales descontentos con un discurso ultranacionalista y simplificado. Lo extraño, sin embargo, es que Trump jamás reconoce que dejó de ser un “outsider” de la política estadounidense, para convertirse en un eslabón central de un sector de la llamada aristocracia financiera y tecnológica. Su vicepresidente, J.D. Vance, lo conecta directamente con el núcleo económico, político e intelectual de la fracción “Neorreaccionaria (NRX)” de Silicon Valley, liderada por milmillonarios como Elon Musk y Peter Thiel. Este último, conocido como el socio menos visible de la creación de PayPal, no solo ha impulsado la carrera de Vance, sino que también es un ilustre intelectual neofascista, que en sus libros predica que la “libertad” tiene un problema con la “democracia”.
Palestina: la violencia que define nuestra era
En Gaza, los crímenes perpetrados contra la población palestina por el gobierno de Israel representan uno de los crímenes más atroces de nuestro siglo XXI. Lo dice una investigación judicial por genocidio de la Corte Penal Internacional promovida por Sudáfrica y más de cincuenta países. Más de 42.000 palestinos han sido asesinados desde octubre de 2023, según Amnistía Internacional, en una campaña militar que combina bombardeos indiscriminados, desplazamiento masivo y la destrucción sistemática de infraestructura básica. Este genocidio, enmarcado en un discurso de “autodefensa”, ilustra cómo el neofascismo opera bajo justificaciones tecnocráticas que encubren su verdadera naturaleza autoritaria y excluyente.
El gobierno de Netanyahu, respaldado por potencias occidentales, ha utilizado la narrativa de la seguridad nacional para implementar políticas que despojan al pueblo palestino de su tierra, su identidad y su derecho a existir. Este modelo de apartheid, legitimado por la complicidad internacional, no solo refleja la deshumanización del pueblo palestino, sino también cómo el neofascismo se adapta a las particularidades tecnológicas del nuevo tiempo.
“Israel usa la inteligencia artificial como arma”, titula un artículo Victor López. “En las últimas semanas, Israel ha ido un paso más allá en la automatización del genocidio. Las Fuerzas Armadas de Tel Aviv han desarrollado un programa que toma como base el criterio de la inteligencia artificial (IA) para seleccionar a las víctimas de sus bombardeos. El sistema, bautizado como Lavender, mató a cerca de 15.000 palestinos entre el 7 de octubre y el 24 de noviembre de 2023, según una investigación de la prensa israelí”, indica (Página 12, 30/04/2024).
Siria: la ambigua transformación de HTS
En Siria, el cambio de régimen político que significó la caída de Bashar al-Assad marcó el inicio de una etapa de transición cargada de tensiones. Hayat Tahrir al Sham (HTS), bajo el liderazgo de Ahmed al-Shara, ha asumido el poder presentándose como una fuerza pragmática y reformista, pero su origen en Al-Qaeda y Estado Islámico (ISIS) ya está encendiendo las primeras señales de alerta internacional. Su control sobre el país revela un discurso de estabilidad con una agenda autoritaria encubierta, prometiendo una “transición” del país que ya muestra graves episodios de violencia política.
La promesa de HTS de disolver su organización armada y convocar a elecciones en un plazo de cuatro años ha sido recibida con escepticismo, especialmente por las minorías religiosas, como los alauitas (chiítas) y cristianos, que ya han sufrido persecuciones, ataques y muertes desde la salida de al-Assad, particularmente en manos de milicianos extranjeros incorporados al HTS desde que era conocido como Frente Al-Nusra.
El día 30 de diciembre, el presidente colombiano Gustavo Petro publicó en la red social X un duro mensaje: “Son cristianos los que han tirado al suelo. Ha llegado la democracia a Siria”, difundiendo un video donde se ve a más de una veintena de cristianos boca abajo, detenidos por milicianos de HTS.
Por otro lado, en la previa de la Nochebuena, varias protestas estallaron en los barrios cristianos de Damasco tras la quema de un árbol de Navidad en Suqaylabiyah, localidad de mayoría cristiana en el centro de Siria. Los manifestantes, provenientes de distintos barrios, se congregaron frente al Patriarcado Ortodoxo de Antioquía para expresar su descontento y temor por el aumento del sectarismo tras el cambio de régimen político. Con cruces de madera y la bandera siria de la independencia, los manifestantes denunciaron la falta de garantías para practicar su fe.
El acto de provocación fue documentado en un video difundido en redes sociales, donde combatientes encapuchados incendian un árbol de Navidad en Suqaylabiyah. Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, los responsables pertenecen al grupo yihadista Ansar al Tawhid, una minoría dentro del HTS, la actual fuerza político-militar dominante en Siria que, sin embargo, aseguró que los autores no eran sirios y prometió castigos para ellos.
El neofascismo en América Latina
América Latina también ha sido escenario de un fortalecimiento político de los actores neofascistas. El caso de Brasil, con las elecciones subnacionales de octubre de 2024, es ilustrativo. La derecha clásica y bolsonarista logró victorias importantes, incluyendo la reelección de Ricardo Nunes como alcalde de São Paulo, quien obtuvo el 59% de los votos frente al candidato progresista Guilherme Boulos, respaldado por el presidente Lula da Silva.
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Esta victoria, apadrinada por Tarcisio de Freitas, pupilo de Bolsonaro, consolida un avance de las fuerzas neofascistas en la región, reafirmando la vigencia del bolsonarismo como una fuerza clave en el panorama político latinoamericano. En el esquema, también hay que contar con Dina Boluarte, un gobierno que “suspendió” la democracia en Perú, denunciada ante la Corte Penal Internacional por las 49 muertes de ciudadanos de su país durante las protestas entre los meses de diciembre del 2022 y febrero del 2023.
La Argentina de Javier Milei no es ajena a este juego de conexiones internacionales del Movimiento de la Alt-Right mundial. A los encuentros públicos del libertario con Elon Musk o su idolatría pública a Donald Trump, el ejecutivo argentino realizó a fin de año una jugada en línea: Designó a “Alec” Oxenford como nuevo embajador argentino en Estados Unidos.
Fundador de los “unicornios” OLX y LetGo, Oxenford encarna un perfil que combina el mundo empresarial globalizado con una afinidad ideológica pública con el núcleo neorreaccionario (NRX) de Silicon Valley. Bajo su gestión, Milei ha reforzado lazos con figuras como Peter Thiel, quien ve en el presidente argentino un aliado estratégico en América Latina, y a quien visitó para reunirse en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos.
La biografía de Oxenford está profundamente ligada al poder económico y político argentino. Descendiente de una familia oligárquica, con conexiones en la Unión Industrial Argentina (UIA) y en el círculo militar de la dictadura. Su familia, con raíces en la industria textil y vínculos con el nazismo a través de la estancia San Ramón en Bariloche, refleja una historia vinculada a proyectos totalitarios. Su propio padre, Eduardo Oxenford, fue ministro de industria del dictador Roberto Viola en 1981.
En su rol actual, “Alec” no sólo actúa como un diplomático, sino como un engranaje clave en la inserción de Argentina en las redes políticas lideradas por el trumpismo. Sus movimientos reportan, en el plano político, al coordinador de los asesores económicos de Milei, Demian Reidel, y, en el plano estratégico, a Marcos Galperín, Eduardo Elsztain y la poderosa y poco conocida red de “Endeavor”.
Un fenómeno orgánico de la nueva fase del capital
El ascenso del fascismo y el neofascismo en 2024 no es un fenómeno aislado, sino una expresión orgánica de la nueva fase del capitalismo. La financiarización, digitalización y virtualización de la economía han generado una profunda crisis de desigualdad que estos movimientos intentan gestionar a través de discursos de odio, violencia política, suspensión democrática y prácticas totalitarias. El neofascismo utiliza las herramientas del capitalismo contemporáneo para consolidar proyectos políticos que responden a las necesidades de fracciones específicas del capital.
En este contexto, el genocidio en Palestina, el triunfo de Trump y la transición en Siria son manifestaciones de un mismo fenómeno global: la reconfiguración autoritaria del poder en un sistema económico en transición. En otras palabras, el neofascismo utiliza a la actual coyuntura económica y geopolítica como una oportunidad para consolidarse, adaptándose a las condiciones locales de cada territorio, y utilizando las herramientas tecnológicas para perpetuar dinámicas de violencia y control, todo coordinado, en el plano de la estrategia, desde una pequeña, estrecha y poderosa red de actores a una escala planetaria.
El neofascismo de 2024 no es un fenómeno marginal ni una anomalía histórica. Es una respuesta orgánica del capitalismo a su propia crisis, adaptándose a las condiciones locales para consolidar proyectos políticos autoritarios. En Estados Unidos, Trump representa este fenómeno; en Palestina, el genocidio israelí constituye su expresión más brutal; en Siria, HTS proyecta su autoritarismo bajo un discurso tecnocrático; y en América Latina, los avances de Milei en Argentina y del bolsonarismo en Brasil reflejan una creciente influencia de estas dinámicas en el sur global.
Enfrentar este panorama exige comprender la complejidad de estas fuerzas y construir estrategias de resistencia que vayan más allá de respuestas reactivas. A pesar de las amenazas, las resistencias que emergen en diferentes regiones ofrecen destellos de esperanza. Desde las movilizaciones populares en América Latina hasta los movimientos internacionales por los derechos humanos en Palestina, las luchas por la justicia y la igualdad están vivas. Sin embargo, estas resistencias necesitan de proyectos políticos, articulados mundialmente, que reconozcan las dimensiones estructurales de la transición capitalista y propongan alternativas que desafíen las bases de los discursos de odio y violencia política que propone el neofascismo.
La articulación entre movimientos sociales, organizaciones políticas y actores internacionales antifascistas será fundamental para desmantelar las narrativas y estructuras que sostienen al neofascismo. Esta articulación debe estar orientada no solo a resistir, sino a construir un futuro basado en la justicia social y la democracia participativa. En este sentido, la agenda política progresista debe proponerse transformadora, atacando las raíces de la opresión y proponiendo modelos de organización económica y social que prioricen la dignidad humana. El año 2024 será recordado como un punto de inflexión, pero también como una oportunidad para replantear los caminos hacia ese mundo más justo.