Oposición feroz: el desaliento como estrategia y la devaluación como amenaza

11 de septiembre, 2021 | 19.20

  El macrismo ocurrió. La pandemia ocurrió y sigue ocurriendo. A pesar de la continuidad del reinado de la posverdad, es decir del auge de la construcción mediática de la realidad, ambas desgracias afectaron fuertemente a la economía local, una realidad que llevará tiempo superar. Es un hecho incontrastable que en 2016-19 cayeron los salarios, el ingreso y la actividad económica, por más “pasaron cosas” que se ensayen. También es incontrastable que a partir de abril de 2018 se desató una de las crisis externas más preanunciadas de la historia reciente y que “la pesada herencia” recibida por la actual administración consistió en tres grandes deudas: con los acreedores privados, con el FMI y con todos aquellos que perdieron total o parcialmente sus ingresos en los cuatro años precedentes. Resolver estos tres pasivos fue precisamente el eje estructural del inicio de gestión, luego apareció el ave negar de la pandemia.

  Es otro hecho que la pandemia obligó a restringir la circulación de personas para evitar una catástrofe sanitaria. El gobierno decretó el aislamiento social, lo que provocó una nueva y más fuerte caída del PIB en 2020, pero en el camino restauró aceleradamente el sistema de salud para evitar su colapso y desde el primer minuto buscó asegurar la provisión de vacunas. A partir del encierro obligatorio intentó no dejar a nadie en la vía, ni a los más necesitados del sector informal a través del IFE, ni a las empresas y trabajadores formales vía el ATP.

  El rol de la oposición, en cambio, fue jugar al contagio como estrategia de resistencia y desgaste político. Pidió “que se contagien todos los que se tengan que contagiar” con el argumento de conseguir una supuesta “inmunidad de rebaño”, organizó movilizaciones en plena cuarentena y advirtió contra del gasto social en lo peor de la crisis. Cuestionó la estrategia sanitaria oficial y habló de “infectadura”, como si la pandemia global fuese apenas un capricho local. Dudó de la eficacia de las vacunas e inventó su “geopolítica” para luego alinearse con los intereses pecuniarios de un laboratorio estadounidense. Como si el muro de Berlín siguiese intacto criticó a “la vacuna rusa” por rusa. Hoy nadie en sus filas quiere recordarlo, pero hasta llegó a denunciar penalmente al Presidente y sus ministros por supuesto “envenenamiento” de la población. Luego, cuando la campaña de vacunación comenzó a mostrar su éxito, el reclamo ya no fue contra las vacunas, sino por su presunta escasez o demoras en la provisión, jugadores de toda la cancha. En paralelo, había llegado la hora de comenzar a contar muertos y atribuírselos al gobierno. Finalmente, sin agotar los hitos, se sumaron algunos fenómenos más locales, en Formosa se consiguió romper la exitosa estrategia sanitaria federalizando la muerte y en la CABA se coordinó un nuevo fallo bochornoso de la Corte Suprema contra el cierre temporal de las escuelas.

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  El último invento es quizá el que tiene un mayor contenido de verdad. Frente al desafío del acto eleccionario que se inicia con las PASO y frente a la ausencia de propuestas superadoras comenzó a azuzarse el fantasma de lo que sería un generalizado desencanto de la población con “la política”. Si se lo piensa dos veces sería prácticamente imposible que el desencanto no existiese. Luego de casi cuatro años de caída del producto unos pocos meses de recuperación heterogénea, que no llega a todos los sectores productivos, tienen un inevitable gusto a poco. Más aún si a ello se suma el hastío natural por una pandemia que el próximo lunes 20 cumplirá un año y medio, un tiempo que en el aciago 20 de marzo de 2020 nadie esperaba. Si alguien imagina que cualquier gobierno hubiese podido cambiar sustancialmente el curso de los acontecimientos es muy posible que se equivoque, pero lo que sí logró el oficialismo fue aliviar las consecuencias mediante una decidida y rápida intervención estatal.

  Se buscaba que el generalizado desencanto después de cuatro años de crisis sea capitalizado por la oposición. Sin embargo, a juzgar por lo que adelantan las encuestas más allá de sus potenciales “desvíos estadísticos”, este desencanto estaría provocando primero una fuga por ultraderecha en el propio territorio del macrismo, la CABA, aunque con un drenaje de votos que podría extenderse también a la provincia de Buenos Aires. Entre los votantes opositores el desencanto empieza primero con sus propios representantes, lo que por ahora empujó a una radicalización (hacia la derecha) en el discurso de sus candidatos más tradicionales. De todas maneras, es difícil proyectar al conjunto de la política nacional lo que aparece como un fenómeno esencialmente porteño exaltado por los medios de comunicación, también capitalinos. El proto fascismo violento que se autopercibe “libertario” es por ahora un fenómeno apenas local.

  El desencanto también aparece entre los votantes del Frente de Todos, especialmente entre quienes esperaban una mayor profundidad y velocidad para la salida del régimen precedente. Sucede que, si bien buena parte del impulso transformador inicial fue frenado por la pandemia, la recuperación de los últimos meses tuvo su origen, antes que en el progresivo relajamiento de las restricciones sanitarias, en la combinación de estabilidad cambiaria e impulso fiscal. Este último comenzó a producirse recién a partir de mayo. Continuar por esta vía después de noviembre dependerá, precisamente, de las relaciones de fuerza que surjan de los comicios, lo que además no es inseparable del tipo de acuerdo que se alcance con el FMI. Esto lo sabe el votante tradicional de lo que hoy expresa el Frente de Todos, pero es menos claro entre los votantes más fluctuantes y menos politizados, que son a quienes apunta la estrategia del desencanto.

  Finalmente, a la estrategia del desencanto se le sumó la más concreta estrategia del miedo. En la economía local no hay nada que produzca más temor que una devaluación, con su conocido ciclo de aumento de precios, caída de salarios y de la actividad. Hace sólo unos pocos meses la apuesta de los economistas que funcionan como ideólogos de la oposición era a que se dispare el dólar metiendo presión con la ampliación de la brecha cambiaria, panorama que el gobierno logró conjurar. Fracasada la primera estrategia comenzaron a azuzar la idea de “un dólar atrasado que se corregirá después de las elecciones”. El diagnóstico sería que la cotización actual “no es sostenible”. Pero lo cierto es que ni el dólar está “atrasado” en relación a su cotización histórica, ni faltan herramientas para sostener su valor en el mediano plazo. Sí es verdad que un país altamente endeudado, como el dejado por el macrismo, y que todavía debe renegociar su deuda con el FMI tiene muy reducidos los grados de libertad de su política económica, lo que funciona también como fuente de desencanto. Enfrentar estas restricciones reales en mejores condiciones también dependerá del resultado electoral.-

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