En la Argentina puso el tema sobre la mesa el ministro de Educación, Nicolás Trotta, cuando advirtió, en una entrevista con El Destape Radio, que no volverá a haber clases con normalidad hasta que no exista una vacuna contra el coronavirus, pero en el mundo ya se discute abiertamente cómo haremos para convivir con la enfermedad durante un año o dos, si la ciencia no logra resolver antes el problema. Algunos pesimistas, incluso, sostienen que podemos tardar bastante más en regresar a algo parecido a la normalidad. Otros, incluso, dicen que eso ya no va a suceder y hay cosas que no volverán a ser como antes.
Las estrategias van a variar de país en país, como hasta ahora, pero existe cierto consenso en que por un tiempo viviremos bajo un sistema de restricciones administradas, que podrán aligerarse cuando la evolución de la pandemia caiga y volver a endurecerse en cuanto vuelvan a aparecer brotes que pongan en riesgo el sistema de salud. La idea, que apareció por primera vez en un ya notorio paper del Imperial College británico, plantea que de esta forma se pueden administrar “olas” de contagio periódicas, hasta que la sociedad quede inmunizada, algo que puede tardar muchos años o eventualmente nunca suceder.
Este fin de semana, el New York Times publicó el artículo “Este es el futuro de la pandemia” en el que explica que superar la primera ola es solamente una parte del desafío: “Será cuestión de administrarlo a lo largo de muchos meses, o años. No se trata solamente de dejar atrás el pico, como mucha gente parece creer”, explica allí el epidemiólogo de Harvard Marc Lipsitch. La conclusión de la nota es que contundente: “Una sola etapa de distancia social (cerrar escuelas y lugares de trabajo, limitar el tamaño de las reuniones, cuarentenas de diversa intensidad y duración) no va a resultar suficiente en el largo plazo”.
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Lipsitch es coautor de dos trabajos recientes donde plantea distintas hipótesis sobre la forma que puede tener la pandemia en el futuro cercano, todas con forma de una sucesión de cimas y valles: momentos de alta circulación del virus interrumpidos por medidas de aislamiento que se sostienen durante un tiempo hasta que la enfermedad está bajo control, momento en el que se permite una relajación de las restricciones que dura hasta el siguiente pico, siempre con cuidado de que en los momentos más álgidos el sistema de salud tenga capacidad para lidiar con el flujo de pacientes.
Por supuesto, esas curvas estarán influidas por otras circunstancias: desde la estacionalidad hasta la densidad de población, la adhesión de las sociedades a las normas impuestas por el Estado y la capacidad hospitalaria de cada país. Eventualmente, una buena administración de todas las variables serviría para minimizar los momentos de cuarentena y estirar al máximo los intervalos con menos restricciones. Por supuesto, esta teoría descuenta que incluso durante los períodos sin aislamiento habrá actividades que difícilmente puedan realizarse, como los espectáculos masivos o las discotecas.
Corea del Sur, en proceso de reapertura luego de una exitosa gestión de la primera ola, decidió volver a cerrar todos los bares y discotecas luego de que un hombre contagiara a por lo menos otras 86 personas durante una noche de juerga, el primer fin de semana después de que se levantaran las restricciones. Más de dos mil asistentes a la zona nocturna del barrio de Itaewon ya fueron testeados, y el gobierno busca a otros tres mil para hacer la prueba. Otros países que parecían haber controlado el coronavirus, como Singapur y Japón, también tuvieron que tomar medidas más estrictas ante el riesgo de rebrotes.
En el gobierno argentino hay quienes ya planean el largo plazo. El presidente Alberto Fernández lo dio a entender en varios de sus mensajes a la sociedad o entrevistas de las últimas semanas. Por eso, tomó la decisión de segmentar territorialmente y establecer el sistema de etapas, con una guía clara, a partir de la cantidad de días que tardan en duplicarse los casos, de cómo avanzar o retroceder según el estado de la pandemia. En Olivos imaginan que el país evolucione hacia un escenario de normalidad en el interior mientras la zona urbana de Buenos Aires se somete a una cuarentena prolongada.
A partir de hoy, con la reapertura de más de mil fábricas, se buscará probar cuán compatible resulta la producción industrial con las medidas de prevención: si para fines de mayo, con las empresas en marcha, el coronavirus sigue bajo control en el interior del país como hasta ahora, se podrá pensar en un plan de mediano plazo de relocalización de plantas que hoy funcionan en el conurbano. En el gobierno destacan la ventaja argentina de tener enormes cantidades de territorio poco habitado e imaginan que la migración interna de empresas y familias puede ayudar a poner en marcha la magullada actividad económica.
Los que se queden en la gran ciudad deberán acostumbrarse a una vida con más limitaciones. Por caso, es posible que si esto se estira más allá de fin de año, sea necesario elaborar algún tipo de reforma permanente y estructural del sistema de transporte público urbano para adaptarlo a los requerimientos sanitarios. La actividad comercial también experimentará un cambio permanente: el auge del comercio virtual difícilmente retroceda. En los próximos días, Mercado Libre se lanzará a competir con los supermercados, emulando una vez más el ejemplo de Amazon. Nuevas actividades que requieren regulación urgente.
En el interior, las provincias donde la pandemia está bajo control exploran nuevas formas de asociación que permitan maximizar las posibilidades sin correr el riesgo de sufrir nuevos focos. El primer paso lo dieron un puñado de provincias del noroeste, donde la enfermedad tiene pocos casos, que negocian una alianza para permitir la movilidad entre los distritos y promover el turismo interno. No encontrarán resistencia del presidente Fernández, que ve con buenos ojos todo lo que sirva para traer alivio a los áridos bolsillos de los argentinos sin poner en riesgo la salud pública. El camino es duro y no se vislumbra un final.