Prevenir, aislar y rastrear contactos: las únicas tres herramientas con las que cuentan todos los países del mundo para combatir la pandemia hasta que aparezca una vacuna o un tratamiento efectivo. En la Argentina, las dos primeras, aplicadas a tiempo, alcanzaron para demorar el crecimiento de la transmisión durante los primeros tres meses y, en algunas provincias lograron llevar la cantidad de casos a cero. Otras, como Córdoba y Santa Fe, implementaron operativos de rastreo limitados, pero que permitieron controlar a tiempo los focos. En el área metropolitana, sin embargo, los esfuerzos aún no resultan suficientes. El gobierno bonaerense está trabajando con universidades del conurbano para implementar un plan masivo de seguimiento de contactos. En CABA, no existen equipos especializados para la tarea y hay denuncias de que ni siquiera se cumplen los protocolos vigentes.
El rastreo de contactos es un procedimiento sencillo pero trabajoso. El primer paso es identificar y aislar los casos de coronavirus lo antes posible, ante la primera aparición de síntomas y si es posible incluso más temprano. Una vez que se confirma un contagio, se desandan sus movimientos durante las 48 o 72 horas anteriores para detectar contactos estrechos a quienes pudo haberles transmitido la enfermedad. Cada una de esas personas debe ser aislada y testeada inmediatamente y queda bajo seguimiento para estar al tanto de su evolución. Cuando se detecta un positivo, volver a empezar a rastrear sus contactos. Ese procedimiento se repite tantas veces como sea necesario hasta cortar la cadena de transmisión, momento en el que baja la tasa de positividad de los tests: significa que ese eslabón fue aislado a tiempo antes de que llegara a contagiar a otros.
En el mundo fue utilizado con éxito por muchos países, desde Taiwan hasta Islandia, pasando por Singapur y Nueva Zelanda. En otros más grandes, las experiencias nacionales no han sido positivas y en muchos casos se delegó su aplicación a la autoridad local, porque es un método que da mejor resultado cuando se aplica a poblaciones limitadas y fáciles de aislar. Es un trabajo detectivesco, hasta el punto de que en algunos casos, como el singapurense, se emplearon a agentes policiales para realizar el seguimiento de los casos. El trabajo manual es imprescindible e intensivo: en Wuhan, el gobierno chino desplegó un “ejército” de nueve mil rastreadores durante el peor momento del brote en esa ciudad, unos 80 por cada cien mil habitantes. En Nueva York se contrataron a más de 1700 personas para hacer ese trabajo.
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La tecnología permite mejorar mucho los resultados del rastreo de contactos. El uso, compulsivo o voluntario, de aplicaciones en el teléfono celular, la geolocalización mediante GPS, wifi y Bluetooth y el seguimiento por cámaras de vigilancia son sólo algunas de las opciones que se utilizaron en distintos lugares del mundo. Dos gigantes, como Apple y Google, se asociaron para diseñar una plataforma que adoptaron muchos gobiernos. Otros, optaron por alternativas menos globalizadas. Se trata, por supuesto, de un arma de doble filo; se transa seguridad (contra el COVID) a cambio de privacidad. Es un debate que está lejos de saldarse. La aplicación local CuidAr fue diseñada para reforzar los operativos de rastreo de casos pero aún no fue adoptada de forma consistente, lo que disminuye su utilidad en la contención de la pandemia.
No todas las experiencias requieren cantidades masivas de rastreadores: allí donde la densidad poblacional es menor, un equipo más pequeño, cuando está bien organizado, puede cumplir la tarea. En Nueva Zelanda, un país de cinco millones, por caso, alcanzó con menos de 300, cinco trackers cada cien mil habitantes. En Argentina, los casos de Córdoba y Santa Fe muestran una efectividad similar. A partir del desarrollo de estrategias de detección y aislamiento pudieron achatar la curva durante la primera ola de casos llegados del exterior y hoy la pandemia se encuentra bajo control en ambas provincias a pesar de que hubo brotes importantes y de las condiciones sociales en los conurbanos de las principales ciudades, que dificultan el aislamiento, como sucede en Buenos Aires.
En Córdoba funciona un plantel de 25 investigadores epidemiológicos: profesionales de la salud de distintas áreas que se dedican a hacer el estudio inicial de cada caso confirmado de coronavirus para establecer cuáles fueron los contactos que estuvieron expuestos y tienen riesgo de haberse infectado. A partir de ahí, cada caso se deriva a otros equipos que se encargan de llevar el seguimiento por vía telefónica durante catorce días, tanto de los pacientes positivos como de los casos sospechosos. Los viajeros que llegan desde otra provincia y deben cumplir aislamiento también son acompañadas por un cuarto equipo, en el que colabora personal militar. Además de esa estructura central, en cada uno de los 24 hospitales de cabecera en el interior provincial hay un responsable epidemiológico que hace el seguimiento de los casos en esa región con ayuda de profesionales locales.
El caso de Santa Fe se articula alrededor de una línea telefónica, el “0800-COVID”, donde se centralizan las tareas de acompañamiento, asistencia y atención de los pacientes con coronavirus. La tarea cuenta con 120 operadores que trabajan desde el callcenter, supervisados por ocho profesionales de la salud, incluyendo infectólogos y especialistas en salud mental. A partir de allí se realiza el seguimiento a pacientes que realizan aislamiento por haber dado positivo o de manera preventiva, por tratarse de casos sospechosos. Según datos oficiales del gobierno de la provincia, de cada diez casos que se detectan allí, seis son a través de ese sistema, que resultó clave para contener la pandemia, principalmente en el Gran Rosario. Hasta ayer, en Santa Fe hubo solamente 284 casos, de los cuales 237 ya se encuentran recuperados.
La situación en el AMBA es más compleja: no solamente por su tamaño y densidad de población. Se trata de una sola ciudad partida al medio: dos presupuestos dispares, dos redes de infraestructura incomparables, dos realidades sociales y dos administraciones distintas, que para peor están en manos de espacios políticos antagónicos. Un dispositivo unificado de rastreo de contactos sería deseable, coinciden los epidemiólogos, pero no aparece en el horizonte. El tiempo no juega a favor: una estrategia que requiere un trabajo artesanal sobre cada caso sólo puede hacerse mientras la cantidad de casos nuevos sea manejable. Si hay cien casos diarios, se pueden rastrear con facilidad. Si hay quinientos, se requiere una estructura importante. Con más de mil positivos nuevos por día, la tarea se vuelve titánica. Más, es imposible. Estamos llegando a ese límite.
La provincia de Buenos Aires estableció la semana pasada como “prioritario” el desarrollo un sistema de rastreo de contactos. En el Centro de Telemedicina Covid-19 (CETEC), que funciona en el ministerio de Salud bonaerense, hace un seguimiento de cada caso positivo. Por ahora, hay 90 personas dedicadas a esa tarea, un número insuficiente en este momento de la curva de contagios. En estos días, se firmará un convenio con universidades del conurbano para montar callcenters y multiplicar la capacidad operativa en las próximas semanas. Además, en el marco del plan Detectar, más de cien mil personas fueron entrevistadas y cuando se encontraron síntomas compatibles con la definición de caso sospechoso se aisló a los contactos estrechos. Desde la cartera que conduce Daniel Gollán aseguran que multiplicarán los esfuerzos en ese área.
En CABA, más allá de los esfuerzos compartidos con Nación en el marco del plan Detectar, falta una política consistente de rastreo, que se reflejó en un aumento sostenido en la positividad de los casos: cuando la mitad de los test da positivo significa que hay muchos casos sospechosos a los que no se alcanza a detectar ni aislar y siguen reproduciendo la pandemia. En muchos casos ni siquiera se realiza el cuestionario para encontrar los contactos estrechos, según pudo comprobar El Destape y cuando se realiza, muchas veces esos contactos no son informados para que guarden aislamiento estricto. En ocasiones, ni siquiera se indica aislamiento a los convivientes con pacientes contagiados. Las autoridades porteñas no dieron respuesta a la consulta de este medio por las denuncias ni dieron detalles de planes para establecer un programa de rastreo a la altura del problema.