A un año y medio del imprescindible encierro doloroso y oscuro, que transcurrió contando muertos, contagios, vacunas y vacunados, comienza a plantearse la salida de la pandemia. ¿Será casual que los tiempos de esperanza coincidan muchas veces con la llegada de la primavera?
Retomar las calles sólo expresa una parte del tema planteado, dado que el neoliberalismo caracterizado por mercados libres, estados de excepción permanente y corporaciones concentradas, ocupó los gobiernos convirtiendo a las democracias en un simulacro atravesado por una forma de vida fascista-machista. Hablamos de una cultura organizada por el poder financiero en la que el consumo y la acumulación se erigen como valores supremos que orientan las conductas económicas y sociales. Compuesta por una vasta franja de la subjetividad que naturalizó el machismo pretendiendo establecer modos de servidumbre en los que predomina el valor de uso y abuso.
La salida se presenta como un nuevo problema que conviene comenzar a desplegar: ¿volver a esa “normalidad” constituye una salida verdadera? ¿Cómo se construye una salida verdadera? ¿Quiénes salen y hacia dónde? Todo indica que estamos ante un problema que requiere traducción política.
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Por lo general, en los casos de desorientación, recurrir a la enciclopedia puede arrojar alguna luz. El diccionario define “salida” como un sustantivo femenino que refiere a la acción de salir, verbo que viene del latín salire (brincar, saltar), saltar hacía fuera.
La salida verdadera parece connotar una acción, un salto feminista hacia afuera capaz de vencer el encierro, sostenido por años, en las cavernas neoliberales organizadas por formas fascistas-machistas que lograron incrustarse en nuestras vidas y constituyen la principal amenaza a la democracia.
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La construcción de una vida democrática alternativa al fascismo-machismo se orienta por el feminismo, pero no concebido como un estado o un modelo cerrado e identitario a alcanzar, sino como un movimiento no jerárquico abierto e igualitario, capaz de alojar las singularidades.
Claude Lefort, en su libro La incertidumbre democrática: ensayo sobre lo político (2004), señala que los fundamentos y el destino de la democracia dependen de la indeterminación última de sus fundamentos, de la imposibilidad de detener el debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo, de abandonar la ilusión de poseer la fórmula de la sociedad buena y de la disolución de los referentes absolutos de certezas, porque el lugar de la ley, del poder y del saber debe permanecer vacante. La condición democrática consiste en el hecho fundamental de que nadie es el dueño del poder, el saber y la ley; ese lugar debe permanecer vacío.
Cuando la democracia se pretende realizada plenamente, entramos en el totalitarismo o el fascismo como ideología que procede en sentido opuesto a las reglas y, aunque sus agitadores se autoperciben republicanos, buscan imponer la lucha a muerte entre enemigos salteando la institucionalidad. Para que se produzca la salida será necesario revitalizar el vacío, los límites, las reglas, el conflicto político y la institucionalidad.
En consecuencia, se vuelve urgente restituir una concepción democrática siempre fallada y por venir, que recorte el vacío. Hacer comparecer el vacío y dignificar la falta en la subjetividad es el comienzo de la recomposición de la relación entre política, verdad y ética. El derecho a gozar de la falta, que nada tiene que ver con la miseria ni la pobreza, también fue avasallado por el neoliberalismo.
La articulación entre ética y política implica asumir decisiones que no consisten en ir contra la corriente o estar más allá del principio de realidad, sino que designa una intervención que muchas veces modifica las coordenadas mismas del principio de realidad transformando lo posible. El acto ético es performativo, redefine la ley, la norma y lo que cuenta como bien.
El acto ético, atravesado por la concepción planteada por Cristina, afirma que “La Patria es el Otro” y se define por una hospitalidad incondicional con el Otro radical.
Para concluir:
Si volvemos a la “normalidad” anterior, la salida del encierro pandémico será solo imaginaria. La solución del problema de la salida se vuelve posible si se dialectiza y transforma en un proceso participativo, en el que la subjetividad sale de la posición de mero espectador y es capaz de "parir", en términos de Hannah Arendt, una salida política al mundo.
La salida requiere la construcción de una voluntad colectiva tejida desde abajo, no dogmática, que articule deseos, discursos, afectos y diferencias. Esto es, una democracia participativa y militante, una apuesta soberana y un proyecto popular sostenido con convicción y coraje.