El insólito episodio del barco venezolano-iraní, retenido en nuestro país y lo que a su alrededor alrededor gestaron los grandes grupos del capital mediático de la comunicación, se presta -como casi todo en la vida- a su interpretación en clave conspirativa: hay alguien en el mundo que le está mandando un “mensaje global” al gobierno argentino. Ocurrido el “incidente” pocos días después de las definiciones de política internacional enunciadas por el presidente de la nación en la Cumbre de las Américas -la definición de cuya membresía fue apropiada ilegalmente por el presidente de Estados Unidos- resulta demasiado simple asignarle al revuelo la intención, por parte de ese país, de castigar al gobierno por ese mensaje, poniendo esa tarea en manos de los medios. Esto sería tan forzado como la asignación al avión en cuestión de intereses que pudieran afectar a nuestra seguridad nacional.
Es imposible saber si la embajada de Estados Unidos tuvo alguna participación en la gestación del operativo. Pero lo que no puede ser puesto en duda es que estos medios de comunicación reproducen de modo permanente y sistemático la mirada norteamericana del mundo. La razón de ese alineamiento permanente no está en oscuras operaciones diseñadas en el norte y difundidas de modo local por las señales locales más poderosas. Está en el lugar político en el que esas corporaciones decidieron colocarse: en el caso del grupo Clarín, esa definición data del comienzo de la primera presidencia de Cristina Kirchner, cuando el multimedio cambió su posición de “apoyo crítico” al gobierno por una abierta declaración de guerra. Ese viraje resultó un cambio cualitativo de nuestro “mapa de medios”: la más poderosa de las maquinarias informativas viraba desde un enfoque pragmático de sus posiciones políticas basado en las conveniencias económicas y políticas del grupo a una guerra incondicional contra el kirchnerismo, cuya intensidad, lejos de frenarse, se acentúa cada vez más. Es decir, el grupo se colocaba en una perspectiva político-ideológica de alcance mundial convergente con Estados Unidos y sus socios a lo largo y ancho del mundo. No es un intercambio de favores con sus eventuales gobiernos, sino una mirada geopolítica, aún cuando la distinción entre ambos aspectos suela ser muy borrosa. Magnetto -según los wikileaks- lo expresó claramente de ese modo en la mismísima embajada local de Estados Unidos.
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En las páginas de las diversas plataformas informativas, los países malos y peligrosos coinciden con lo que piensa “el norte”. Son democráticos los países que así son reconocidos por el Departamento de Estado y peligrosos para la “seguridad nacional” los que ese organismo considera como tales. ¿Puede considerarse esta comunidad absoluta como una reserva para el caso de necesidades financieras de las empresas mediáticas? ¿o es lisa y llanamente una comunidad político-ideológica?, ¿cuál es la importancia de esta distinción?
Al fin y al cabo, dicen algunos, no se trata de potencias globales sino de exitosas empresas periodísticas que construyeron sus emporios sobre la base de la audacia de sus políticas locales, que incluyen una sólida alianza con la más terrible de las dictaduras argentinas de la historia. Que incluyen también una decisiva conquista de principios de siglo: la que después del derrumbe de la convertibilidad eligió -durante la presidencia de Duhalde- el camino de la pesificación de las deudas acumuladas en pesos “dolarizados”, salvando al Grupo de una amenaza financiera terminal. Acaso haya sido ese episodio uno de los antecedentes considerados en el momento del viraje editorial.
El gran secreto de la fuerza política de los grupos mediáticos es el tipo de mercancía que producen: la información. El pensador francés André Orlean analizó al capital financiero como capital de esencia “mediática”. Desde las últimas tres décadas del siglo pasado, el centro del poder económico se ha desplazado de la producción material a las finanzas. Y el mundo de las finanzas no compara la fuerza económica de las empresas por su base material sino por la creencia de los accionistas. En este punto la lucha interna entre los grupos financieros adquiere un perfil más político que técnico-productivo. Las creencias populares son un valor decisivo en la suerte de las inversiones. Este fenómeno coloca objetivamente al mundo de los conglomerados mediáticos en el centro de la política global.
La guerra entre Rusia y la OTAN es un claro y extremo ejemplo de estos tiempos. Es casi imposible encontrar alguna excepción, a lo largo y ancho del mundo, del absoluto alineamiento de los emporios mediáticos en estricta sintonía con la estrategia de los que se ha dado en llamar “occidente”. Casi no hubo límites en estos circuitos en lo que hace a la rusofobia, que llegó en algunos lugares a la marginación de Dostoievski de ciertas instituciones editoriales. Sucesivas administraciones estadounidense establecieron una suerte de “política comparada” global que diferenciaba (y diferencia) a los estados confiables y seguros (para los intereses de EE.UU) de los estados fallidos, terroristas y autocráticos cuya lista global la componen aquellos estados que no se alínean con la política global de ese país.
Los circuitos mediáticos dominantes son el alma del actual sistema de dominación. Lo son por la sencilla razón de su capacidad para incidir en la comprensión del mundo de cientos de millones de personas, la inmensa mayoría de las cuales no tienen nada que ver con los cada vez más estrechos círculos de hiper beneficiarios del capitalismo financiarizado. Son esas masas la fuente de poder tanto de las finanzas como de los grandes grupos mediáticos. Nada tiene de extraña la alianza entre grandes grupos financieros, estados dominantes en el mundo del capitalismo global y grandes maquinarias mediáticas. En su conjunto constituyen los pilares fundamentales del dominio global actual.
En esa perspectiva conviene valorar en toda su dimensión la intervención del presidente argentino en la cumbre de las Américas. La potencia del mensaje demanda consecuencia política con su contenido, lo que no significa transitar aventuras irresponsables sino fortalecer la autoridad estatal como eje de la vida democrática. La consistencia política del accionar del frente de todos es, actualmente, desproporcionadamente baja en proporción a la potencia de los dichos del presidente. Y, además, el juicio sobre el frente se acerca a una fecha clave: la fecha de las próximas elecciones presidenciales, el momento en que se jugará la suerte de la continuidad de un proceso político que, con todas sus contradicciones, es hoy una fuente de energía para los procesos regionales que lenta y contradictoriamente empiezan a recuperar el impulso de los primeros años de este siglo.
En el texto del discurso hay una serie de conceptos que además de ser importantes en sí mismo pueden convertirse en una agenda para la política internacional del gobierno. El próximo 20 de mayo comenzará una reunión de los BRICS (la alianza política entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Argentina se sumará a esa cita como invitado. Y hay, además, señales de interés entre sus actuales miembros para impulsar la inclusión de Argentina en la alianza. Ese “BRICSA” constituiría una oportunidad histórica para nuestro país en el interior del nuevo orden global multipolar que está naciendo con la crisis de la “globalización” que pilotearon los países del Atlántico norte.